Nunca pensé
que llegaría un día en el que desease que los discos, la colección trabajada de
canciones nuevas que un artista compone, ordena e interpreta en un momento puntual
de su propia historia, durasen media hora o menos, como en la mayor parte de
los inocentes años sesenta. Pagar entre 15 y 20 euros por un álbum con esa
duración siempre me pareció un derroche, porque por muy bueno que fuese el
contenido siempre me sabía a poco… ¡si hay capacidad para hasta 80 minutos! (vale,
ahora el consumo de música es más barato) Pero pasamos por etapas, como ahora, en
las que todo cuanto se acerca a tus oídos se hace cansino, aburrido y carece de
ingenio. Los discos se alargan porque la mitad de las canciones son vacías y perezosas,
no tienen ningún vínculo con la carne y las entrañas, porque ya está todo oído,
o porque lo ya oído se repite sin poder disimular su falta de pasión.
Todo
esto lo pienso mientras escucho los discos más recientes de The Strokes, Depeche
Mode, Stereophonics, Ocean Colour Scene, Suede, Black Rebel Motorcycle Club, Yeah
Yeah Yeahs o Eric Clapton. Alguno bien merece un rato, pero con media hora
basta. O volvamos a los singles.
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