“La voz de su amo se apaga en un suspiro”. Es un perfecto titular que anticipa el crepúsculo en el que se desvanece HMV. Lo leí en The Telegraph hace un par de meses, acompañado de una dolorosa realidad. “Es un triste negocio, pero, ¿cómo puede sobrevivir HMV si la gente no va a las tiendas de discos a comprar música?” El alimento de unos pocos no acaba con el hambre, desde luego, y yo admito que tengo que vigilar también mi nevera. HMV está en las últimas, cerrando poco a poco las 240 tiendas que tiene en Gran Bretaña e Irlanda. En 1921 la primera de ellas abrió sus puertas. Ahora todas van a cerrarse para siempre. Ya se sabe, una descomunal caída de ventas.
Cada vez
que he viajado a Londres o a otra ciudad inglesa me he dejado caer por esas
tiendas pequeñas con cds y vinilos nuevos o de segunda mano apilados en las
estanterías (hum, qué placer incomparable), pero siempre he tenido tiempo para una cita en HMV. Una
megastore con miles de discos, libros, películas y juegos (esta sección nunca
la pisé). Pasaba allí una hora como mínimo para ver novedades, buscar clásicos,
bucear entre las ofertas, curiosear entre música exótica, descubrir nuevos grupos…
y cargar la cesta de la compra. Cuando pasé medio año de mi vida en Londres acudía al
menos una vez por semana, y aunque no comprase nada me encantaba pasear por sus
pasillos repletos de discos, echar un vistazo a libros a precio de saldo y a
otros con fantásticas ilustraciones. La última vez que entré en un HMV, hace pocos
días, empecé a verle los huesos al lugar, las estanterías vacías, los libros apilados en
cajas a 1 y 2 libras ansiosos por salir de allí, discografías muy incompletas, artistas
que han desaparecido del catálogo. Me llevé un par de artículos, pero ya sin
calor en el entorno sentí que se había perdido una entrañable y personal magia
dentro de mí.
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