No sabría
decir por qué se me antojó hace unos días rescatar a Dire Straits del olvido. Supongo
que por un atisbo de nostalgia, el recuerdo de aquellos días del bachillerato y
nuestros primeros aprendizajes musicales. El grupo de Mark Knopfler le
encantaba entonces a un compañero; qué coñazo daba el tío con que el Knopfler
era el mejor guitarrista del mundo (ahora aquel compi de pupitre es un sensacional
guitarrista de blues, una música que empezó a mamar pocos años después buceando
en los más clásicos, en las raíces). El caso es que a mí me ponía temas de los
Straits en su casa, me los grababa, y vale, sí, no estaban mal, y el tío tocaba
muy bien, muy limpio, fino, elegante, con ese punteo puntiagudo que apenas se escuchaba
cuando cantaba, sino entre versos… pero a mí me empezaban a gustar otras cosas,
y el grupo acabó por aburrirme. Y eso que Brothers in arms es un lujazo.
La radio
nos devuelve a menudo la música de Dire Straits. Knopfler, ahora, poco importa,
incluso solo aún es más aburrido. Pero se me ha dado por escuchar de nuevo Dire
Straits (1978), el primer disco del grupo, el de los Sultanes del swing, cuyo
punteo me debo saber de memoria. Y el resto está muy bien hoy en día, Water of
love, Wild West End y ese fantástico Six blade knife que había resucitado
Robert Rodriguez cuando los vampiros aquellos del amanecer, o el Desperado, quién
se acuerda. Dire Straits, una música del pasado que no se pierde.
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