“… Así es la vida. Nadie sabe el tiempo que nos queda. Por eso cada día es importante”.
Ahora al cine le cuesta satisfacerme, por eso le presto más tiempo y atención a las series de televisión. No abandono a esa chica, le soy un poco infiel, ella me lo permite, sabe que de vez en cuando sigo volviendo a ella. Me he dejado guiar por las recomendaciones y una de las series que he empezado a alternar con otras es A dos metros bajo tierra (2001-2005). Tiene cinco temporadas y acabo de terminar la primera. Abriré un paréntesis para seguir otras series antes de comenzar con la segunda.
Podría decirse que esta serie de la HBO es “gran televisión”. Yo diría que también es “gran cine” adaptado al formato televisivo. Alan Ball, el guionista de American Beauty, es su creador y dirige algunos episodios. Se nota. Tenemos a una de esas familias inestables con ciertos signos de extravagancia como la que protagonizaba aquella magistral película y de las que el cine ha abusado últimamente. Sus miembros guardan secretos y se dejan atormentar por ellos, los van compartiendo poco a poco a riesgo de perder protección y romper el cristal tras el que se protegen. Son sobre todos, personas inseguras, y ese es uno de los grandes temas de A dos metros bajo tierra, la inseguridad. La muerte, de la que vive esa familia que trabaja en una funeraria de Los Angeles, es el motor permanente, junto al sexo, que hace avanzar las diferentes tramas que envuelven a personajes cuyos pasos pocas veces saben qué dirección tomar.
Esta serie se calienta a fuego lento. Su mecánica funciona con perfección de relojero, con los sobresaltos medidos y repartidos a lo largo de sus episodios. Nate Fisher, el hermano más “normal” (podríamos decir), asiste muchas veces perplejo, tras una temporada alejado de casa, a las rutinas de un negocio al que va a quedar atado y a los problemas emocionales de sus seres allegados. David, su hermano homosexual, carga con las angustias de su conciencia sin saber controlar sus apetitos. Claire, su hermana adolescente, esconde una inocente fragilidad tras sus maneras de chica freak. Y Ruth, la reservada madre, encuentra estrechos caminos de libertad tras la muerte de su marido, con la que arranca la serie. A su alrededor desfilan otros personajes dibujados con extraordinario trazo: Brenda, la inquietante pareja de Nate, morbosa e inoportuna, puñetera y excitante; su hermano Billy, un bipolar mucho más peligroso que inofensivo; Keith, el amigo/amante de David, orgulloso de su sexualidad y generoso con su amigo/amado; Rico, el leal empleado que convierte los cadáveres en obras de arte; y Nathaniel, el patriarca fallecido cuyo espíritu se les aparece a sus familiares cuando se encuentran en una encrucijada.
Para que una serie produzca adicción debe saber acompañar su trama con un reparto de altura y A dos metros bajo tierra lo tiene. No hay más que comprobarlo en los gestos mínimos (un arqueo de cejas, una respiración nerviosa, unos labios inquietos, un abrazo entre hermanos, una ensoñación grotesca en un momento embarazoso…) que desprende la expresividad de ese buen tipo que parece Peter Krause (Nate), del confundido pero honesto Michael C. Hall (David), de la encantadora Lauren Ambrose, la vulnerable Frances Conroy (Ruth), la impredecible Rachel Griffiths (Brenda) o el fantasmal pero casi siempre risueño Richard Jenkins (Nathaniel).
Seguiré pasando más tiempo en esta funeraria.
2 comentarios:
No me extraña que hayas disfrutado con esta serie. La primera temporada es lo mejor que he visto en ese campo en mi vida. E incluyo ahí series tan buenas como Los Soprano, Dexter o Mad men con la que estoy enganchado ahora.
En A dos metros... todo funciona a la perfeccion. Un reparto buenisimo, unos guiones cojonudos dirigidos con imaginación. Es una puta obra de arte.
Saludos.
Pues habrá que comenzar con otra,
Un saludo...
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