Hubo un tiempo, allá por mediados y finales de los noventa (y seguro que no soy el único al que le ocurrió), en que esperé con distinta (y contenida) impaciencia la aparición del anunciado Chinese Democracy. Los Guns N’ Roses planeaban un nuevo disco, pero el grupo no parecía muy dispuesto a parecerse a un grupo. Axl Rose ya no se trataba con nadie y los demás no querían verlo ni en pintura. Así, los Guns se fueron partiendo y cada componente se buscó las judías en cualquier otro lado, lejos de Axl mejor. Éste empezó a reclutar a otros músicos, a hacer nuevos amigos, a grabar canciones que fue guardando y regrabando, variando o descartando, a gastarse en 15 años casi otros tantos millones de dólares en contratar a músicos, técnicos y productores y solicitar caprichosas costumbres que ayudaron a alimentar una leyenda con aspecto de maldición. Rumores y más rumores, noticias y más noticias, bulos, mentiras, pero el disco no aparecía por ninguna parte, tan sólo algunas canciones se escuchaban en los conciertos de las giras donde Axl era el único superviviente de aquella gran banda de Los Angeles que fueron los Guns N Roses.
Bueno, Chinese Democracy (Geffen, 2008) es el disco de Axl Rose y sus amigos, no el de Guns N’ Roses. Me resisto a pensar que los autores de Appetite for destruction y los Use your illussion son los mismos responsables de este disco en cuestión. Y no lo ataco, no, aunque encuentro motivos para no estar satisfecho con el resultado final del disco. Sin embargo, pesan un poquito más los buenos momentos que me hacen discrepar con todos aquellos que llevarán esta obra a la hoguera.
No me gusta el acento industrial que aporta el ex Nine Inch Nails Robin Finck en fragmentos de algunos temas. No me gustan incluso fragmentos absurdos dentro de canciones aceptables, introducciones o pasajes poperos y electrónicos que no son más que frivolidades sin sentido. No me gusta el exceso de grandilocuencia que alcanzan algunos cortes con onanismo guitarrero y despelote orquestal. No me gustan tonterías como Street of dreams o This I love, empachadas de piano. No me gusta que no contenga ninguna canción para la historia, ningún himno inmortal.
Me gusta que Axl Rose vuelva a gritar (aunque sin la frescura jovial del pasado). Me gusta dejarme tragar por remolinos de rock duro apabullante. Me gusta escuchar una caña que echaba de menos. Me gusta Sorry, I.R.S., Madagascar, Prostitute o If the World y There was a time, dos piezas que encajarían perfectamente en películas de James Bond. Me gusta que GNR (o Axl & Co.) no hayan malgastado el tiempo en una basura pese a ser incapaces de resucitar el pasado.
Nota: 7/10
(PD: Mientras Axl vuelve al mundo de los vivos, Scott Weiland, el líder al que acompañan Slash y Duff en Velvet Revolver, se dedicar a vagar como un cadáver perpetrando soberanas mierdas como Happy in galoshes, el primer 0/10 rotundo del año)
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