sábado, noviembre 15, 2008

SOUNDTRACK 70: GORDON WILLIS

Leo un poco cada día “Conversaciones con Woody Allen”, una sucesión de numerosas entrevistas que desde comienzos de los setenta ha mantenido el periodista Eric Lax con el cineasta neoyorquino, reunidas ahora en un volumen publicado por Lumen. Allen se desnuda hasta donde su timidez natural se lo permite para compartir sus métodos de trabajo, su elección de actores y actrices y el trato con los mismos, el modo en cómo desarrolla las ideas y los guiones, la forma en que dirige desde delante y por detrás de la cámara, incluso algunas fobias personales… Un placer. Esta extensa conversación está seccionada en apartados. En uno de ellos describe con detalle su relación con los directores de fotografía utilizados a lo largo de su carrera y se detiene especialmente en los tres más significativos, no sólo por haber prestado su talento artístico en más películas que ningún otro, sino por su maestría con las luces y los objetivos. Se trata de Carlo Di Palma, Sven Nykvist y Gordon Willis.

Y yo me paro un rato en Gordon Willis, a quien Woody Allen considera un mago de la luz que convierte sus iluminaciones en sublimes obras de arte. He recordado entonces algunas películas fotografiadas por Gordon Willis, las de Woody Allen y las de Coppola o Alan J. Pakula. Además he vuelto a ver Interiores (1978), el primero de los dramas y la primera de las películas bergmanianas de Allen, donde explota su admiración confesa por el cine introspectivo de Ingmar Bergman y a la que la luz envuelta en niebla o camuflada en la penumbra de Willis convierte en un espectáculo para la vista. Interiores defrauda en la adolescencia y conmueve en la madurez. Es dura y fría, pedante y soberbia, sus personajes son aborrecibles y su trama, irritante. Sigue sin gustarme. Pero la luz de Willis es mágica, anima al espectador a tocar la pantalla y acariciarla: esos contraluces a través de las grandes ventanas, esos rostros en la sombra, esas lámparas tenues en los extremos de una habitación, ese amanecer tenebroso y el mar mostrando sus fauces.

Gordon Willis lleva diez años sin fotografiar películas, desde La sombra del diablo, el film póstumo de Pakula. Como los grandes artistas de su especialidad, no se preocupaba por buscar la luz más bonita, sino la luz ideal para cada escena y para lo que el guión exigía. Era impetuoso en el trabajo, cuenta Woody Allen, se enfadaba con frecuencia, estallaba de los nervios, pero encontraba la imagen perfecta para cada situación. Basta recordar unos pocos momentos, unos pocos fotogramas de las obras de Allen y Coppola para rendirnos a la elegancia naturalista del ojo de Gordon Willis: los banquetes de la saga de El Padrino, la matanza en la escalera y la huida por las azoteas, el despacho de claroscuros sepia de Don Vito Corleone, la arenosa Sicilia; los rostros de Allen y Diane Keaton rodeados de estrellas en el planetario de Manhattan, la postal del banco bajo el puente, el calor resplandeciente del verano, las dos dimensiones de La Rosa Púrpura del Cairo, las calles de Nueva York en color y blanco y negro…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los directores de fotografía son como el eslabón de los aficionados al cine y los cinéfilos, diferencia los que saben los repartos por sus estrellas de los que buscan algo más en una película.