No me hace falta en este caso dedicar esa paciencia atenta al sonido caleidoscópico de Traffic en este trabajo. Enseguida se dispara animado y zigzagueante al oído con Glad y Freedom rider, sintonías nebulosas de club londinense para mods y bohemios fumados. Stranger to himself y Every mother’s son le siguen la corriente como hermanas de sangre, canciones seguras sin los amagos de confusión ni los delirios sensoriales de otros temas de esta banda
Los miembros de Traffic eran y son músicos excelentes. Steve Winwood, al frente, es un prodigioso multintrumentista, no muy buen compañero al parecer, en absoluto bendecido con una voz envidiable, más bien forzada, pero sí un teclista y compositor versátil y experimental. Intervino en este álbum entre sus fugaces contribuciones a Blind Faith y Derek and The Dominos, así que algo más que talento tenía el muchacho. Su maña a las teclas empapa todo el álbum, lo envuelve de ese halo ambiental único que perdura en unas cuantas obras irrepetibles a caballo entre una y otra década.
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