jueves, agosto 31, 2006

VOLUME ONE 32: MODERN TIMES (BOB DYLAN)

Puede que retroceder unos pasos hacia las raíces, hacia la pureza de sonido, a un estado de exaltación de la sencillez tan difícil de alcanzar pero tan grato de saborear, nos devuelva la mejor versión de ciertos artistas de enorme consagración. Springsteen se juntó con una docena de músicos tradicionales para entregar sus fabulosas Seeger Sessions, canciones agrestes de perfil folk, blues, country y gospel para ensanchar los pulmones y no dejar de bailar. Ahora Dylan depura de aguardiente el aire tabernario que bañaba su magistral Time out of mind (1997) y regresa cubierto de fino rock y blues al fondo del bar, a una mesa tranquila donde dar breves sorbos a la luz de las velas en compañía de reflexiones divagadas, recuerdos añejos y mujeres perdidas o nunca conquistadas.

Conocéis mi adoración, lectores de tribecasessions, procuraré contenerme un poco.

Cinco años ha tardado Bob Dylan en gestar nuevas canciones. Desde el magnífico Love and Theft de 2001 se han publicado bootlegs oficiales y bandas sonoras, pero el músico de Minnesota retrasaba su nuevo repertorio original. Lo compuso y grabó a finales del año pasado y volvió a las carreteras de todo el mundo en 2006 con la banda con que lo llevó al estudio, en la que el bajista Tony Garnier sobrevive desde el inicio de la Never Ending Tour. Le dio nombre: Modern times; pero de los tiempos modernos huye este nuevo disco, se acopla mejor a un rock limpio de traje planchado y a un blues elegante de construcción delicada. Un placer para los oídos.

Eso mismo, un placer. Ya no hay nada que transformar, no hay banderas que agitar al son de sus canciones, pocas corrientes cambiarán ya su curso. Y las grietas de su rostro revelan la pereza inexpresiva de un artista de ningún tiempo, ni de los antiguos ni de los modernos, de un tipo que no va con este mundo y se ancla en su leyenda, confortable en su propio mito. El Dylan de Modern times es el Dylan reinventado de siempre, pero menos. A Time out of mind y a Love and Theft se emparenta su nuevo arsenal de magníficas canciones barridas de ceniza y susurradas con nostalgia (a veces Dylan parece no atreverse a levantar la voz, como en la deliciosa Spirit in the water o en la climática Ain’t talkin’ que despide el disco de modo soberbio). Su rock mantiene el pulso clásico (Thunder on the mountain) y su blues se traza con finas líneas (Someday baby) y sutiles matices instrumentales (Workingman’s blues #2). Como los dos discos anteriores, como tantos otros años atrás, Modern times madurará mejor y en breve hablaremos de él como otro disco grande del hombre delgado.

Nota: 9/10

miércoles, agosto 30, 2006

NO ME GUSTA (y 2)

Razones nos da muchas el cine para amarlo... a veces hasta nos salva. Pero es tan amplia su variedad de contenidos, su diversidad de personajes y su alcance cultural —más a través de Internet ahora que desde la íntima magia de una sala oscura y una pantalla grande— que genera también sus manías y rechazos. Como ocurre en el terreno musical, tengo también mis malditos y maldiciones de cine.

No trago:

a cómicos como Will Ferrell, Adam Sandler y Rob Schneider (con sus respectivas voces de doblaje español incluidas), así como los argumentos de sus películas, que tratan al espectador no como a un crío sino como a un idiota; a David Lynch y a quienes dicen que sus films no precisan explicación porque ellos tampoco han entendido nada; a Michael Haneke y sus presuntuosas intenciones de ‘hacernos pensar'; a Quentin Tarantino y sus defensores a ultranza que alaban su supuesta originalidad y no se ruborizan por llamarle genio hasta por desempolvar cualquier mediocre canción de los años 60 ó 70; a quienes se niegan a aplaudir la genialidad (sí) de Forrest Gump porque dicen que le robó los Oscars a Pulp Fiction; a los espectadores de cine que en voz alta comienzan a dar datos de una película o de sus responsables para que los demás les oigamos y nos creamos lo mucho que saben; a quienes te preguntan qué te ha parecido una película pero se anticipan a dar su opinión antes de que respondas y luego no escuchan lo que tú opinas; lo poco creíbles que son los actores españoles cuando hacen de policías o locos de manicomio;

no me gusta el abuso de silencios en la mayoría de recientes películas orientales, sobre todo las de Kim Ki Duk y Takeshi Kitano; que nadie se atreva en la prensa (llamémosla seria o especializada) a atacar una película de Resnais, De Oliveira, Antonioni o Tarkovski aunque el crítico que escribe piense que es mala; Jean-Luc Godard, por chulo, engreído y torpe transgresor; la gente que llega tarde al cine sin preocuparle qué importantes hechos han ocurrido ya en los primeros minutos; que todavía haya público que dice que no ve películas americanas porque "todas son de tiros" y "cuentan lo mismo" (¡lo sigue habiendo!); que Tom Cruise se haya olvidado de ser buen actor y ahora caiga mal; que haya quien no perdone a Spielberg que en una de sus películas salga un niño llorando o el abrazo de una madre (pero si lo hace Clint Eastwood (otro maestro) o Julio Medem (este de maestro no tiene nada) es poético o lírico); que también se le reproche a Frank Capra la misma sensiblería y los buenos sentimientos de sus personajes o sus fábulas (¿qué tiene de malo ser bueno?); Almodóvar y su tropa (y que nadie se atreva a poner mal una obra suya y hasta se alaben ahora sus engendros del principio); que las críticas sin fin en los blogs cuando el que escribe destroza la película (es mala y punto, un par de párrafos, ¿para qué cebarse y después dedicar menos palabras a una peli que le gusta más?).

Y salir del cine de mal humor por culpa de un bodrio.

Y que ahora ya no se vaya tanto al cine y se vaya perdiendo el encanto que aún guardamos en la memoria aquellos que empezamos en esto siendo unos críos.

Feliz cine, pese a todo.

viernes, agosto 25, 2006

NO ME GUSTA

Como casi siempre escribo de lo que más me gusta, ahora me permito nombrar o reseñar a algunos artistas malditos o a ciertos aspectos de la figura y el trabajo de otros más apreciados que me cuesta, como se dice, ver incluso en pintura. Por razones tan diversas como diferentes somos cada uno, siempre nos encontramos con alguien que nos cae MUY BIEN y alguien que nos cae MUY MAL. Ocurre que a veces el poco agrado que le tenemos a un músico o a un actor/actriz nos impide valorar con justicia la calidad de lo que hace, de sus discos y canciones o de sus actuaciones en las películas. Manías personales, vaya.

Comenzando por la música, eso que más solemos compartir en este blog, no trago:

al hermano ‘pose borde y arrogante’ Gallagher, Liam (pero ojo, Oasis cada vez me gusta más); que Calamaro cante tangos; los estribillos de Amaral; las bandas punk rock de gritones e inofensivos adolescentes americanos (ahora con Simple Plan al frente); que la prensa llamase genio a Beck (cada vez menos) cuando se dio a conocer; que los Diamond Dogs repitan el mismo disco cada año; la degeneración de Texas; las voces de Brett Anderson (Suede), Morrisey, Iván Ferreiro (Los Piratas) y Ozzy Osbourne; los Smiths de cabo a rabo; la reiterada y chillona harmónica de los Blues Traveler; la exagerada condición de mito que se le otorga a Gram Parsons; que se considere una obra maestra el sufrible Smile de Brian Wilson; que surjan ahora grupos que se quieran parecer a Coldplay como antes se querían parecer a U2; la música y la imagen (más) de Pereza; que a alguien le sigan gustando The Coors; James Blunt siempre sufriendo; lo que hace ahora Cristina Rosenvinge; la cutrez de The Darkness; todas las voces pop que se parecen a la de Deluxe (y Deluxe); el encumbramiento crítico de Radiohead; que me acuerde de que llegué a tener cintas grabadas de Extremoduro (ya borradas); los solos de batería en los discos en directo de los setenta; el country garrulo; el ruidoso culto a Sonic Youth; que haya revistas que presumen de descubrir a alguien a quien luego ningunean, cuando el gran público lo descubre; Lars Ulrich, de Metallica; Courtney Love; los Ramones; Santana rayando desde hace veinte años; los besitos y abrazos en los tributos de la música española; White Stripes; lo fácil que es llamar ‘indie’ a algunos estilos y todavía más fácil es criticarlo sólo por llevar esa etiqueta (no todos lo merecen).

Y que los primeros acordes de Sweet child O’mine se celebren con un berrido de éxtasis cuando empieza a sonar en un pub. Y que la gente se abrace en un local mientras canta We are the champions, aunque no sea por motivos deportivos. Y que los críos salten como mulos cegados y bajen sus instintos a la entrepierna de las ‘pibas’ que tienen cerca cuando los Rage... explotan Killin' in the name.

Y que M80 machaque sin piedad buenas canciones hasta el empacho insoportable y las acabemos odiando (sobre todo porque en tu lugar de trabajo no saben cambiar de emisora).

(Continuará. Os doy un respiro y dentro de poco hablamos de cine...)

lunes, agosto 21, 2006

NEW YORK CITY SERENADE


Son las seis de la mañana. Ya es domingo. Podría ser más tarde, pero esta hora vale. Hace un rato estábamos hablando... qué bueno eso de acostarte con una canción en tu cabeza después de haber invadido la nevera y justo antes de dejarte caer en la cama. Desde luego. Habrá una canción para cada momento, para cada noche de sábado. Yo os digo, os recomiendo, probad al menos una vez con New York City Serenade. La canta Springsteen.

1973. Yo nacía. Gershwin. El Manhattan de Woody Allen. Piano agresivo, piano delicado. Cuerdas puntiagudas, caricias y mordiscos, salivas encadenadas. "Billy", my Billy. Asiento trasero de un cadillac. "Diamond Jackie" tan suavemente. Broadway mojado. El susurro creciente de un violín y su orquesta nocturna. "Fish Lady". No tengo dinero. Llévame de la mano. Soy demasiado joven y orgulloso. Aún puedo coger un tren a medianoche. Cantemos juntos en una esquina, amigos, por última vez. El negro gigante conquista el cielo con el saxo. Esto es un blues, una canción de amor. "Escucha al junk man" que canta y canta y canta hasta que la noche se convierte en día y nosotros seguimos respirando.

A lo mejor soñáis con ella. O con él. Viajáis a otro lugar lejos de vuestro hogar. Cambiáis de vida. En diez minutos o para siempre.

Dedico esta canción que el boss nos regaló y estas meditaciones a Jaime, Quiroga, José Luis, Gonzalo, Borja, Jose, Israel, Demian, Loco, Luismi, Diego, Silvia, María, Anita, Luis, Stuart, Vanessa, Alberto...

VOLUME ONE 31: ILLINOISE (SUFJAN STEVENS)

(La verdad es que llevo demasiadas alabanzas consecutivas y tenía pensado algún tema de debate o discordia, incluso alguna reseña negativa para variar un poco la corriente de posts en Tribecasessions, pero un tardío primer contacto con un artista bien especial me va a obligar a aparcar censuras para después. Con permiso, pues.)

Lo que dicen es cierto. Eso creo yo, que no (yo no) me he escuchado (como tampoco quienes configuran las listas anuales) todos los discos publicados el año pasado. Ahora apartaría uno de aquellos que incluí en mi lista personal de mejores álbumes que recordé a comienzos de 2006 para dar entrada en las posiciones de cabeza a un prodigioso artefacto musical: Illinoise, de Sufjan Stevens. Bendito disco, madre mía. Los elogios desmedidos que he leído y que tanto me hacían por ello desconfiar al principio dan en el clavo o se quedan ahora cortos. Poco más puedo decir yo que no sea invitaros –buenos, prestos y cabales oyentes– a viajar durante 74 minutos como si fuera sin retorno a la dimensión del bienestar. Permitidme presentaros con brevedad a Sufjan Stevens y después pinchad Illinoise.

Jovencito de Detroit. Multiinstrumentista, un cerebrito, vamos. ¿De qué va este?, pensarán quienes primero echen la vista a los créditos del disco y se apresuren a tachar a un exponente más de esa tendencia musical bautizada como neo folk. Si ya han echado pestes sobre Devendra Banhart, ¿por qué no sobre Sufjan Stevens? El primero se ahoga en su propia presunción, en un empacho de inspiraciones que acaba tragando incluso sus destellos más lúcidos; el segundo hace música que roza la espiritualidad sin alzar la voz y recubre, tapa incluso, sus puntos de referencia. Va por la docena de discos ya y proyecta dedicar uno a cada uno de los cincuenta estados norteamericanos; lleva dos, Michigan e Illinois, a este paso no saldrá de su casa o de su estudio en varios años.

Illinoise (Rough Trade Records, 2005) es una proeza de engañosa sencillez, una obra conceptual compuesta de canciones encantadoras y breves cortes instrumentales (todos con títulos muy largos, alguno simpático) que componen un fresco musical de ensueño, un mundo de Oz para todos los públicos bañado con una ensortijada banda sonora de finas guitarras y banjos, tímidos teclados, trompetas y violines, percusiones dispares, cálidos coros de ninfas y cientos de sorpresas sonoras ensambladas con la precisión de un relojero. Una obra única, un hito.
Nota: 10/10

viernes, agosto 18, 2006

VOLUME ONE 30: HIGHWAY COMPANION (TOM PETTY)

Momento especial y estelar del año musical (y pronto habrá más). Quienes hayáis seguido cada semana las crónicas y reseñas, homenajes y retratos que este blog quiere compartir con vosotros, no os habrá costado descubrir los puntos fuertes de devoción que os desvela este apasionado de la música entretenido en escribiros. Aunque no le he dedicado un post particular, sí he hecho alusiones a su grandeza casi incomparable. Bienvenido de nuevo, Tom Petty. Sí, grande entre grandes, tu música es el calor de un amigo, la placidez de la tranquilidad.

Tom Petty ha salido de su caos y abandonado el bosque en el que ha vivido una temporada como ermitaño, se ha encerrado en el estudio cuatro años después de su último álbum (nunca había tardado tanto en grabar) y ha vuelto a empaquetar una docena de nuevas canciones cinceladas con la destreza de un artesano y el detallismo de un maestro.

Otros grandes se equivocan alguna vez, pero Tom Petty es de los músicos de los que se puede asegurar que no tiene un disco malo. Quizá ninguno de su amplia producción sea perfecto y en cada uno figuran temas prescindibles o aparece un bache inevitable, pero escuchando su música uno (al menos yo) siempre exclama "qué fácil es ser tan bueno". Highway companion (American Recordings, 2006) es una muestra más de confirmación, el decimoquinto trabajo de Petty y el tercero que firma sin sus Heartbreakers, aunque siempre los tiene a mano para precisar de su ayuda.

Tras una fértil serie de colaboraciones con Rick Rubin en los excelentes Wildflowers (1994), She´s the one (1996) y Echo (1999) y el tropiezo algo distante y apagado que supuso The last DJ (2002), Tom Petty ha vuelto a unir ideas, talento, melodías y emoción con su inseparable Mike Campbell y con un viejo socio como Jeff Lynne, su colega de los Traveling Wilburys y líder de la ELO. Lynne tiene también su propio sello a la hora de dirigir la producción de un disco y sus resultados son siempre cuidados y estilosos, de suave intrumentación y mezclas elegantes; es música impoluta envuelta en terciopelo. Así suenan discos de Petty como Into the great wide open o el maravilloso Full moon fever. Así suena también Highway companion. El bueno de Tom luce arrugas de cansancio a sus 56 años, pero de su garganta sigue brotando aún el timbre joven aunque pausado de un vagabundo de la carretera. Reparte instrumentos con Campbell y Lynne para dar cuerpo y sustancia a joyas primorosas como Saving grace, temas dylanescos como Down South o Ankle deep, hipnóticas travesíascomo Night driver y entristecidas baladas como Square one (¡qué envidia de canción para quienes les cuesta alcanzar tal belleza con tanta sencillez!).

Tom Petty, compañero en cada autopista que recorramos.

Nota: 9/10

lunes, agosto 14, 2006

SOUNDTRACK 17: NATALIE & SCARLETT

De los últimos encuentros nocturnos que he tenido con Diego y Luismi en la basílica del Maeloc y otras capillas de la noche han surgido prolongadas y distendidas charlas sobre nuestros vicios (de todo tipo) favoritos. Tan buenos oyentes como espectadores de cine, me han servido ambos unas cuantas ideas para seguir llenando Tribecasessions de interesantes posts. Ahí va una de ellas, un canto escrito a la belleza y a su deleite contemplativo. Para mirar y soñar.

Eran niñas cuando las conocimos. Sufrían, lloraban, pero resistían y combatían.

A Mathilda le habían quitado la familia pero en un callado y solitario asesino profesional encontró una ocasión para su venganza por el crimen de su hermanito y halló el cariño que todo crío necesita cerca cuando crece. Se vestía de Marilyn, jugaba a ser Groucho, danzaba como Madonna, eran fachadas sexys sobre su pureza angelical. Después aquella tierna Mathilda de 12 años y peinado para bailar el charleston creció sin dejar de ser niña, como una lolita abrigada para treintañeros indecisos, hija incomprendida sin domicilio, adolescente madre soltera, princesa de las galaxias, vecina sensible, streaper sin vocación, criatura rescatada por un vengador terrorista... Cuando llora Natalie te encoge las entrañas y acercas las manos a la pantalla para secarle las lágrimas: cuando ríe miss Portman espanta todos tus dolores y lanzas mil besos desde tu butaca para que aterricen en sus mejillas inmaculadas. Contigo me iría hasta el fin del mundo.

A Grace le cayó un caballo encima, también el peso de un trauma físico y del tormentoso carácter de su animal. Viajó a las montañas para curar el dolor de una fiera herida y acabó recuperando a una madre antes viciada por la arrogancia. El susurrador la recondujo hasta la esperanza y la cría dejó de estar de morros para abrir los labios carnales de una venus risueña de 14 años. Scarlett dejó de cabalgar, ganó la carne que traen las hormonas como freak de ambiente de cómic, ninfa de cine negro con la voz masculina y bajos instintos perversos, heroína perseguida por las arañas... Es un monumento humano, inalcanzable como tentación fatal desde la pluma de Woody Allen, tan cercana y deseable con las curvas torcidas de cualquiera de las mortales acariciadas por las bragas traslúcidas sobre la cama de un hotel de Tokyo. Cuando apunta con sus ojos miss Johansson el corazón se te acelera de querer tanto emborracharte de su hermosura. Contigo me iría hasta el fin de la noche.

Ahora son mujeres adorables, frágiles y exuberantes —limpia y natural Natalie, más fabricada y (sex) simbólica Scarlett— todavía con huellas de niña en su mirada.

BONUS TRACK 11: THE GHOST OF FASHION (CLEM SNIDE)

Con cuatro discos además de un Ep a cuestas y poco después del lanzamiento de su quinto álbum largo, me tropecé con Clem Snide. Nada más que unas buenas reseñas sirvieron de aval. Y una corazonada que no me traicionó. Quizá fue por el título de ese trabajo más reciente, End of love. Si el amor se acaba la música es un hábil vehículo para destapar las emociones que trae ese final. Y la nostalgia o el rencor, la liberación o la soledad, el silencio de un beso o el estruendo de una carcajada son ingredientes prometedores para un disco digno de ser escuchado. End of love (2005) lo es; hable o no hable de todo eso, lo transmite. Soft spot (2003) también sin llegar tan alto. ¿The ghost of fashion (2001)? Otro gran disco.

La voz modosa de su fundador y compositor, Eef Barzelay, y su tono dolido y resignado es la razón más poderosa por la que uno puede engancharse por una temporada a Clem Snide. Tengo la costumbre de escuchar dos veces seguidas un disco para encontrarle los matices que se me escapan en la primera escucha, para corroborar un contacto inicial decepcionante o por contra alentador; he puesto a girar ya varias veces The ghost of fashion como una adicción. Por la sutileza vocal de Barzelay al terminar sus frases, pero también por la ingeniosa y casi invisible mezcolanza de rock, pop, folk y country que brota de las mezclas y los acordes, una música arreglada con la misma versatilidad sabia que caracteriza a Calexico o con la misma inquietud, aunque menos revuelta y frívola, de Gomez.

Aunque una canción de esta banda de New Jersey encierre entusiasmo en su letra, es la voz dulce y suplicante de su líder la que la cubre de una tristeza muy melancólica por debajo de su capa más animada. Ocurre en el arranque maravilloso de The ghost of fashion, Let’s explode, pero también en la más exótica Chinese baby decorada con los artificios de sus teclados; en una y en otra suena un banjo por aquí, hay un cello por allá en Ancient chinese secret blues, con Barzelay más implorante que nunca poniendo la piel de gallina a un oyente perplejo. Un disco precioso, aunque sólo contuviera Evil vs. Good, Moment in the sun y Joan Jett of Arc empapada de morriña.

viernes, agosto 11, 2006

LIVE IN 25: PAUL WELLER

Al tiempo que entraba en mis estanterías el disco Wild wood (2003) de Paul Weller, el músico inglés desembarcaba su música en la playa de Riazor para ofrecernos el concierto estelar de estas cada vez menos atractivas fiestas veraniegas. En 2006 un gran Paul Weller piso nuestra ciudad y sintió el viento nocturno en el arenal acogedor de Riazor.

Paso de etiquetas y movimientos, de estilos concretos y tendencias duraderas. No es lo mismo escuchar cierta música en un momento que en otro, pero yo trato de asimilar la que llega a mis oídos en el instante en que lo hace aunque sea varios años después de su concepción, a veces tratando incluso de desplazarme con ella un tiempo atrás para contextualizarla y valorarla mejor. Pero al fin y al cabo la buena música no tiene edad y si es buena, grande, enorme en un momento, lo es y debe ser siempre. Desvarío un poco con vuestro permiso para apuntar que poco me gustaban The Jam y algo más los refinados Style Council; el Paul Weller que conozco es irregular, recorre medio camino, pero su último trabajo, As is now (2005), y ese Wild wood recién adquirido sirven para consolidar mi aprecio por un músico referencial para cientos de mods trasnochados con resistencia a envejecer y punk-poperos reciclados. Mis respetos a todos ellos.

Weller piso las tablas portátiles sobre Riazor como un chaval ilusionado de cabellos oxigenados y sin desliz alguno de divismo, esforzado en compartir guitarrazos y largas improvisaciones, también breves descargas de estiloso garageo (Come on/Let’s go), baladas lindas (Wild wood mismo) y rock and roll pletórico e intemporal (como la soleada A town called Malice de los Jam para cerrar). Es oficio natural sin posturas de pega, la rabia adaptada al pacífico devenir de estos tiempos.

martes, agosto 08, 2006

VOLUME ONE 29: AMERICAN V: A HUNDRED HIGHWAYS (JOHNNY CASH)

Como si implorase aliento desde la tumba, Johnny Cash devuelve su música a la vida. El hombre de negro vuelve a desenterrarse en el quinto volumen de sus grabaciones americanas, otro epitafio de canciones maquilladas con mimo y cariño por la mano del productor Rick Rubin. Casi tres años después de su muerte parte del legado aún inédito de los últimos días de Johnny Cash ve la luz en American V: A hundred highways.

¿Más de lo mismo? Sí, pero desde un contexto más dramático. Días después de la muerte de su esposa, June Carter, y con la salud maltrecha en el reposo de una silla de ruedas, Cash comenzó a mantener comunicación diaria con Rubin. "I love you, John". "I love you, Rick", se despedían por teléfono. El músico necesitaba cantar para llenar sus horas de soledad y combatir los achaques de su organismo, necesitaba morir entre versos y estrofas. Parece que aún queda material almacenado para llenar un par de ‘american recordings’ más.

El quinto capítulo lo llenan doce lamentos desde el limbo. Este ‘centenar de autopistas’ no alcanza la grandeza, aunque sí la emotividad, de las versiones escogidas por Rubin y Cash para el episodio cuarto, The man comes around. Allí descansaban la gigantesca Hurt, I hung my head, Personal Jesus o We'll meet again a modo de optimista despedida. Incluso los volúmenes anteriores y la box set Unearthed contenían tesoros mejores (Heart of gold, Pocahontas, Redemption song). Pero las comparaciones no deben rebajar la altura de las covers de American V. Johnny Cash suena más tétrico quizá, aún con las gotas finales de gasolina para componer sus últimas dos canciones (Like the 309 es magnífica) y para seguir haciendo de la austeridad la nota maestra para crear versiones sobrecogedoras. Un par de Heartbreakers y varios guitarristas y músicos más dan soporte a la voz cansada y temblorosa de Cash en temas de Hank Williams (On the evening train), Bruce Springsteen (Further on up the road), Gordon Lightfoot (If you could read my mind) y un puñado de autores country. En una cabaña entre la tierra y el cielo, sin más ruido que el de la naturaleza.
Nota: 8/10

jueves, agosto 03, 2006

VOLUME ONE 28: THE DEEP END (MADRUGADA)

Esta vez ha sido Dufresne quien me ha servido de enlace con Madrugada. No con esas horas propensas al riesgo y a los dudosos pero amenos hábitos, ni tampoco con un grupo español o latino, sino con una sensacional banda noruega de rock.

Hoy toca descubrir algo grande. Escandinavia enterró a Abba hace bastantes años (pese a sus inesperados y a menudo frescos revivals) y desde Suecia, Noruega y Finlandia se han propagado hacia el sur de Europa formaciones de todo tipo y estilos. Próximos al Ártico nacieron Madrugada a mediados de los noventa y a finales de la década debutaron con su primer trabajo largo, Industrial silence (1999). Desde entonces han actuado más como foráneos que en terreno propio y no han tardado en convertirse en candidatos a banda de culto por gracia del fervor que su creciente pero aún modesta horda de fans le brinda lejos de su país. Es tan lógica la admiración cuando de las tripas de Madrugada brota un rock que enlaza a Nick Cave con David Bowie, al hondo rugido del australiano con la elegante seguridad del británico.

The deep end (2005) abrirá todavía más al grupo la puerta de la popularidad, quién sabe si a los vicios de la fama o a las virtudes que la misma también crea. Para empezar supone un sorbo energético contra toda señal de adormecimiento, una inyección de rock tan sutil como vibrante. Cave (músico que siempre se me resiste) asoma en la solemnidad con que el pelado líder del trío, Sivert Hoyem, canta de cabo a rabo del álbum; Bowie en la elegancia más pop que tiñe exquisitos cortes como Hold on to you o Sail away; incluso los Walkabouts piden permiso para ser recordados en Slow builder; y hasta la banda hace más trepidantes los ritmos pegadizos de Franz Ferdinand en Hard to come back, tema con el que Madrugada suele empezar sus conciertos y que incluye un apropiado verso cantado en castellano ("¡Es duro, es duro de empezar!"). Parte de la maestría que no esconde The deep end se debe a la producción de George Drakoulias (The Black Crowes o Tom Petty entre muchos), quien americaniza el sonido más pantanoso que se intuye al grupo antes de este su tercer disco y llena su música musculosa con hammonds y steel guitars.

Gracias Dufresne. Habrá más sesiones de m(M)adrugada.
Nota: 10/10