No es la primera vez que temo que Greg Dulli se empotre por un empacho de actividad. O que su cosecha musical me induzca a creer que se va a precipitar a un bache por agotamiento. Seguiré pensándolo el próximo año, porque su última producción, la de 2006, de nuevo arropado en los Twilight Singers, vuelve a provocarme una irresistible y gratificante admiración.
Me sorprende y convence por igual. Dulli es como un amante cruel del que no te puedes desprender, un caradura seductor con tanto encanto sexual como poca vergüenza. Ahora ya no es un peón principal de su tropa, es el cerebro de la banda. Los Twilight Singers es Greg Dulli, un voraz autor que a su voz forzada añade sus guitarras, su bajo, teclados diversos, un piano, batería y sintetizadores. De todo ello se encarga él en Powder Burns, cuarto álbum del grupo.
Arde la pólvora, sí. Arden canciones con olor a vicio y color de noche. Detrás de los neones se esconden apetitos sexuales y tipos sospechosos. Suena un rock de ruidosa elegancia, lamento de perdedores al volante, prolongación siniestra de los excelentes Blackberry Belle (2003) y She loves you (2004) con nuevos amigos en la travesía. Seis canciones se reparten los solistas Joseph Arthur y la simpar e incansable Ani Difranco en las segundas voces que musitan bajo el habla gamberra de Dulli.
Cargante a ratos, grave y excitante, dulcificado a gotas, audaz hasta el límite. Así se siente Powder Burns. Siempre una debilidad.
Nota: 8/10
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