Tendrá lugar este fin de semana en la sala Playa Club una actuación colectiva con tres bandas que lleva por nombre Retroalimentación ‘06, con el subtítulo de I (Mini)festival de Músicas Atrevidas. He tenido la ocasión de hablar con dos integrantes de sendos grupos coruñeses que participan, Devalo y Triángulo de Amor Bizarro (el otro es los andaluces Sr. Chinarro), y a ambos les he preguntado qué entienden por lo que ellos llaman "música atrevida". Me dieron respuestas parecidas, válidas contestaciones que despiertan el debate.
Que quede claro que el atrevimiento musical que surge de estas tres bandas, una vez tenido mi primer y breve contacto sonoro con ellas, no me convence, es más, me irrita, me aprieta, me incomoda e impulsa a apagar el botón antes de que la mezcla programada (aunque a veces aparentemente aleatoria) de rock cercano al ruidoso kraut rock alemán, la electrónica popera machacona con salpicaduras de jazz y ritmos tecno minimalistas que se apodera de las canciones llegue a su final. A lo mejor es esa la intención atrevida que estos grupos pretenden.
Hoy en día entenderíamos que mucha música que no es popular ni comercial, la que escuchan los llamados 'raritos', que transforma las bases de forma desenfadada, combina elementos de distintas corrientes o estilos y que transmite contradictorias sensaciones (más bien un golpe en el estómago que una brisa en el desierto), es algo así como "música atrevida".
Vale.
Los negros lamentos cantados en los campos de algodón fueron sonidos diabólicos para muchos hombres blancos.
Las caderas danzantes de Elvis fueron gestos lascivos.
Los golpes pirotécnicos de Jerry Lee Lewis a las teclas fueron osadas insinuaciones.
La guitarra enchufada de Bob Dylan fue un infame desafío.
Los efluvios viajeros de Grateful Dead, Love, Moby Grape o Iron Butterfly fueron invitaciones a la experimentación mental.
Los muros sonoros levantados Pink Floyd sofisticaron los métodos de producción.
Los disfraces coloristas de David Bowie le convirtieron en el señor de todas las músicas de un año y disco para otro.
Los festines sinfónicos de Yes, Genesis, ELP y compañía pusieron a prueba la paciencia de los tradicionalistas y destaparon a los puristas.
La rabia urbana de una joven Inglaterra sin perspectivas se tradujo en el vómito sonoro de los Sex Pistols y un puñado de colegas menos terribles.
Los contoneos de pista de baile derivados del soul y el funk llenaron de alegría la vida nocturna.
Esa fiebre trasnochadora vició los ritmos y pintó mucha música y buenos artistas con matices horteras.
Disturbios e injusticias sacaron los arrebatos negros a la calle, entre pistolas y cadenas.
La televisión pintó a los mediocres de anticristos caducos.
Madonna fue virgen después de puta.
Estos ejemplos, creo, representan unas cuantas actitudes musicales y culturales más bien atrevidas, arriesgadas, unas duraderas y otras muertas. Si me pregunto –como hice con los chicos de las bandas coruñesas– , qué es "música atrevida", no puedo más que darme cuenta, a poco que eche un vistazo y una escucha atrás, de que en cada uno de los pasos significativos que ha ido dando la música rock desde sus orígenes no ha hecho sino dar muestras del atrevimiento inconformista y experimentador de una gran parte de sus artistas. Esa mutación constante del rock y del pop, enraizada siempre al curso que va tomando la sociedad y la cultura, enriquece muchas veces el transcurso mismo de la representación artística que es la música y la manera en que lo perjudique o beneficie sólo se entenderá según la interpretación que cada oyente haga de ella. Para satisfacer a admiradores y a detractores (o a los dos al mismo tiempo) no faltarán creadores que no se aparten de los parámetros y esquemas tradicionales, otros los retocarán levemente y otros los transformarán hasta desvirtuar su diseño original y provocar con ello en nuestros sentidos un impacto para nada indiferente.
Todo vale, todo es "atrevido", hasta un concierto de bluegrass en la difunta Studio 54, hasta un festival de hip hop en un garito del desierto de Nuevo Mexico.
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