Cada uno encuentra la fiebre del sábado noche (o la de cualquier noche de la semana) a su manera.
Mi generación tenía cinco o seis años cuando muchos de nuestros padres compraron el cassette o el vinilo de la banda sonora de la película Fiebre del sábado noche (John Badham, 1977). Habían dejado unos años atrás sus incursiones habituales en las pistas de baile, aunque quizá una vez al mes aún volvían a dejarse danzar bajo las bolas de estrellas al balanceo contagioso y desenfrenado de la ya emergente y entonces consolidada música disco. No pudieron esquivar el impacto que aquel film mitificado con el paso de los años produjo a ambos lados del Atlántico en las horas de ocio de miles y miles de personas. Puede que en el baúl de los recuerdos encontréis arrugadas fotografías de vuestro padre disfrazado cual Tony Manero con el cabello enlacado, un cigarro vacilante colgado en el borde de los labios, las cadenas relucientes alrededor del cuello abierto y el planchado traje blanco brillante sobre un seductor chaleco en un rincón de una perdida discoteca, entre sesión y sesión de baile. A lo mejor aparece en un lateral de la imagen o bien arrimada a vuestro padre una atractiva y sonriente señorita maquillada y enjoyada con los hombros descubiertos y los bajos del vestido a la altura de las rodillas... es la mujer que os trajo al mundo, sí.
Cuando entramos en nuestra primera discoteca ya no quedaban tipos como aquellos. Nueva York quedaba muy lejos, las películas también. Aquí no hay Travoltas, hay productos y mercancía innombrables. Casi treinta años después, las canciones que el actor y sus acompañantes se inyectaban en el cuerpo para no dejar de bailar y ligar durante las ansiadas horas del sábado por la noche conservan todavía su adicción a cualquier hora de la madrugada. Y no sólo los himnos construidos por las gargantas amaneradas de los Bee Gees, cargados de sedosas armonías, ritmos arrebatadores y grititos delirantes. Staying alive, Night fever, More than a woman, Jive talkin’, You should be dancing y la más tierna How deep is your love son cápsulas de baile imperecederas y ya intemporales, pero la banda sonora, una de las más vendidas de la historia de la música –sino la que más– contiene otras piezas de borrachera disco tan vibrantes y mágicas como Open Sesame, If I can’t have you, Manhattan Skyline o la frenética Disco Inferno a cargo de unos también inspirados Kool & The Gang, Yvonne Elliman, David Shire y The Trammps.
Que no pare la música. Que no pare la fiebre.
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