Como preludio del inminente lanzamiento del nuevo disco de Neil Young, una arenga directa y combativa a que Bush Jr. abandone la poltrona del malpoder de la que el maestro nos brindó ya un adelanto, se le ocurrió al bueno de Jose pedir que la cadena de música del Tribeca vomitase otro manifiesto del canadiense perpetrado allá por el ecuador de los noventa, I’m the ocean, incluido en el sublime álbum Mirror ball, que los ahora desmejorados Pearl Jam engrandecieron como banda de acompañamiento.
En aquellos días muchos lo aventuramos, que I’m the ocean tenía sangre inmortal, un vigor sin fecha de caducidad, una huella incrustada en el cemento. Tan cierto fue entonces como ahora, diez años transcurridos desde que Neil Young montase a lomos de su océano y lo hiciese cabalgar a lo largo de siete intensos y imparables minutos.
Guardada la distorsión, las guitarras conjuntadas de Gossard y McCready y la batería insistente de Jack Irons orientan en línea recta y sin detención un intenso tema de carretera desierta que Young convierte en un manifiesto de su independencia ("la gente de mi edad no hace las cosas que yo hago, van a alguna parte mientras yo me escapo contigo"... "estoy flotando porque no me ato al suelo") salpicado de imágenes oníricas, censuras a la rutina y al conformismo y rebosante de la libertad de un caballo loco sin jinete.
"Estoy en un carril equivocado
intentando girar contra la corriente.
Soy el océano,
soy la resaca gigante"
Un océano hasta la eternidad.
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