Pues sí...
¡¡bravo por Madonna!!
Ni yo mismo me veía aplaudiendo a estas alturas a la tentación rubia (o pelirroja esta vez sobre la pista de baile). Mis respetos, se los merece, desde luego. No comulgo con su música, pero aprecio su habilidad para ser noticia con cualquier cosa en la que intervenga y para conjugar música y provocación, arte o espectáculo con escándalo.
Aunque musicalmente, ya digo, me ha dejado indiferente, sobre todo en los últimos años, no puedo negar que un puñado de sus canciones me han gustado desde el primer instante en que las escuché; ahí están Like a prayer, Express yourself, Justify my love, Erotica, Frozen, incluso su versión de American Pie, aquella Beautiful stranger que sonaba en Austin Powers o la entrañable Like a virgin. Pero ahora que está de nuevo de actualidad con la salida de su nuevo disco, Confessions on a dance floor, no puedo más que quitarme el sombrero (aunque no lo vista) por la impactante canción de presentación.
No soy muy dado a bailar, poco me gusta, pero admito que escuchando su single Hung up y, sobre todo, viendo a las numerosas personas que tanto se agitan en el vídeo clip, incluida una espectacular Madonna de curvas juveniles (¡a sus 47 años!), espídica y desbordada, fea pero sexual y calurosa sobándose junto a sus acompañantes y dominando por completo la calle y la pista de baile, me entran ganas de ponerme a bailar a mí también. Y eso que la canción se sirve de un tema conocido de Abba como Gimme Gimme Gimme! del que incluye fragmentos remezclados. No importa, incluso refuerzan el tema, lo elevan hasta las alturas.
Y no he escuchado el disco. Pero, desde luego, con semejante aperitivo habrá que hacerlo.
miércoles, noviembre 30, 2005
VOLUME ONE 8: ACETYLENE (THE WALKABOUTS)
En 20 años The Walkabouts han publicado 20 discos. Su bien repartida discografía comprende Eps, un par de recopilatorios, una colección de rarezas, otro par de tributos donde versionean a músicos americanos y europeos, otro breve homenaje a Nina Simone y, por supuesto, más de una decena de Lps. Además, sus dos voces solistas y líderes han grabado por separado o en pareja y el grupo ha trabajado con distintos productores. En 2005 han servido un recopilatorio, aunque no de grandes éxitos (mérito que poco concuerda con la banda), así como una selección de temas nuevos bajo el título Acetylene.
Gestados y asentados en Seattle, hermanos casi gemelos de los Tindersticks, los Walkabouts se han quitado las legañas este año y tras una sucesión de discos con sintonías aletargadas, aunque siempre cargados con alguna pieza memorable, han recobrado el ímpetu rugoso de su mejor trabajo, el ya lejano New West Motel (1993). La edición en vinilo de aquel enchufado álbum incluía como tema extra una versión bastante fiel del clásico de Neil Young Like a hurricane, que supuso el arranque de mi admiración por el grupo.
Desde entonces no he faltado a la cita anual con la banda y cada reencuentro ha supuesto siempre una buena noticia, sobre todo cuando le llegó el turno a discos como Satisfied mind (1993), Devil’s road (1996) o Nighttown (1997). Ahora con Acetylene, las guitarras de Chris Eckman recuperan el nerviosismo que se había perdido en las últimas entregas y el grupo mantiene esa hechizante capacidad para crear paisajes desolados (The last ones) y desenlaces poco optimistas.
Eckman continúa cantando con ese marcado dramatismo tan suyo (Kalashnikov) y Carla Torgerson sigue deslizando sus lamentos (Devil in the details) sin prisas, abrigando una música siempre sensual y esta vez tan agresiva como en aquel magistral New West Motel que Acetylene acierta a traer a la memoria.
Nota: 7/10
Gestados y asentados en Seattle, hermanos casi gemelos de los Tindersticks, los Walkabouts se han quitado las legañas este año y tras una sucesión de discos con sintonías aletargadas, aunque siempre cargados con alguna pieza memorable, han recobrado el ímpetu rugoso de su mejor trabajo, el ya lejano New West Motel (1993). La edición en vinilo de aquel enchufado álbum incluía como tema extra una versión bastante fiel del clásico de Neil Young Like a hurricane, que supuso el arranque de mi admiración por el grupo.
Desde entonces no he faltado a la cita anual con la banda y cada reencuentro ha supuesto siempre una buena noticia, sobre todo cuando le llegó el turno a discos como Satisfied mind (1993), Devil’s road (1996) o Nighttown (1997). Ahora con Acetylene, las guitarras de Chris Eckman recuperan el nerviosismo que se había perdido en las últimas entregas y el grupo mantiene esa hechizante capacidad para crear paisajes desolados (The last ones) y desenlaces poco optimistas.
Eckman continúa cantando con ese marcado dramatismo tan suyo (Kalashnikov) y Carla Torgerson sigue deslizando sus lamentos (Devil in the details) sin prisas, abrigando una música siempre sensual y esta vez tan agresiva como en aquel magistral New West Motel que Acetylene acierta a traer a la memoria.
Nota: 7/10
lunes, noviembre 28, 2005
VOLUME ONE 7: THE ANTIDOTE (MORCHEEBA)
Muy pocos discos me han complacido tanto en este 2005 que va llegando a su fin como The Antidote, la sugerente última propuesta del grupo británico Morcheeba. Su nueva receta incluye además un lavado frontal, puesto que la más despierta y combativa Daisy Martey viene a sustituir a la delicada Skye Edwards como primordial voz solista. Su presencia en la poderosa línea delantera del grupo puede provocar el debate entre sus seguidores, pero creo que en este caso Morcheeba sale ganando con la fórmula. Porque sin perder la cautivadora capacidad para crear atmósferas contagiosas (como las que llenan el sensacional álbum Big calm), la banda incorpora una frescura rockera a sus bailables esencias pop y electrónica.
Responsables de nuevo de esa ganada riqueza instrumental son los hermanos Ross y Paul Godfrey, más desmelenados con las guitarras, iluminados en la creación de ritmos y otra vez hábiles en la selección de ruidos y la composición de pegadizos estribillos.
A su talento le acompaña esta vez otro encanto vocal como Daisy Martey, procedente de una banda llamada Noonday Underground, quien se descubre en Morcheeba no sólo como el contrapunto de Skye Edwards, sino como la a veces digna sucesora de una resucitada Grace Slick (Jefferson Airplane) una punto más elegante. En el single Wonders never cease, y también en otros temas como Living hell, Lighten up o Everybody loves a loser, se aprecia ese antídoto seductor de Morcheeba, el fuerte carácter de Daisy y los exquisitos juegos musicales de los Godfrey. Así se crea da forma a una maravilla.
Nota: 9/10
Responsables de nuevo de esa ganada riqueza instrumental son los hermanos Ross y Paul Godfrey, más desmelenados con las guitarras, iluminados en la creación de ritmos y otra vez hábiles en la selección de ruidos y la composición de pegadizos estribillos.
A su talento le acompaña esta vez otro encanto vocal como Daisy Martey, procedente de una banda llamada Noonday Underground, quien se descubre en Morcheeba no sólo como el contrapunto de Skye Edwards, sino como la a veces digna sucesora de una resucitada Grace Slick (Jefferson Airplane) una punto más elegante. En el single Wonders never cease, y también en otros temas como Living hell, Lighten up o Everybody loves a loser, se aprecia ese antídoto seductor de Morcheeba, el fuerte carácter de Daisy y los exquisitos juegos musicales de los Godfrey. Así se crea da forma a una maravilla.
Nota: 9/10
sábado, noviembre 19, 2005
SOUNDTRACK 7: ELIZABETHTOWN
Los veinte minutos finales de Elizabethtown, la última película de Cameron Crowe, parecen revelarse como el verdadero motivo por el que existen los cien primeros, como si éstos fueran una excusa argumental. Es ese final de historia un canto a la vida con la ayuda de un viaje, varias carreteras, un buen número de cds para el coche y una guía músico-espiritual confeccionada por una buena amistad... o algo más que una amistad.
Cien por cien Cameron Crowe, entrañable, en parte autobiográfica e idílica también, la historia de Elizabethtown transcurre entre la anécdota y la casualidad, presenta alguna situación demasiado forzada y rasgos algo caricaturizados en ciertos personajes, pero mueve al que da vida Orlando Bloom a través de un viaje existencial en el que le cae del cielo una increíble pero arrebatadora Kirsten Dunst, un poco salida de un cuento de hadas, un soplo de aire cuando los golpes de la vida ahogan, un ángel del que sería imposible no enamorarse.
Crowe baña su película de preciosos fragmentos de guitarra aportados por su esposa Nancy Wilson, además de innumerables temas musicales incluidos en el momento justo. Pero en esos finales minutos salpica la acción de constantes canciones que definen estados de ánimo, repasan puntuales instantes de la historia reciente americana, rinden homenaje al rock and roll y conducen a sus personajes a su merecido destino. Emocionantes y magníficos se escuchan en Elizabethtown Elton John, Fleetwood Mac, Ryan Adams o Lynyrd Skynyrd, pero quien realza la grandeza sencilla que siempre ha tenido es otro grande entre los grandes, Tom Petty.
Cien por cien Cameron Crowe, entrañable, en parte autobiográfica e idílica también, la historia de Elizabethtown transcurre entre la anécdota y la casualidad, presenta alguna situación demasiado forzada y rasgos algo caricaturizados en ciertos personajes, pero mueve al que da vida Orlando Bloom a través de un viaje existencial en el que le cae del cielo una increíble pero arrebatadora Kirsten Dunst, un poco salida de un cuento de hadas, un soplo de aire cuando los golpes de la vida ahogan, un ángel del que sería imposible no enamorarse.
Crowe baña su película de preciosos fragmentos de guitarra aportados por su esposa Nancy Wilson, además de innumerables temas musicales incluidos en el momento justo. Pero en esos finales minutos salpica la acción de constantes canciones que definen estados de ánimo, repasan puntuales instantes de la historia reciente americana, rinden homenaje al rock and roll y conducen a sus personajes a su merecido destino. Emocionantes y magníficos se escuchan en Elizabethtown Elton John, Fleetwood Mac, Ryan Adams o Lynyrd Skynyrd, pero quien realza la grandeza sencilla que siempre ha tenido es otro grande entre los grandes, Tom Petty.
SOUNDTRACK 6: NO DIRECTION HOME
Bob Dylan asoma desde hace un tiempo por todas partes y eso es una gran noticia. Él poco se muestra, pero llueven bio y autobiografías, cajas de textos y archivos, bandas sonoras y documentales. Porque se le ama bien, se le adora aunque esté callado. De la mano de otro genial artista, Martin Scorsese, pasional fanático del cine y de la música, el recién estrenado macrodocumental No direction home invierte tres largas horas en mostrar los seis primeros años de carrera musical de Dylan, su entorno socio-cultural y los primeros efectos de su incalculable repercusión.
Leyenda o mito, estrella y persona, referencia o anónimo, Dylan aparece como es y como fue en boca y recuerdos de su propio testimonio y del de numerosos allegados del pasado y en inéditas o más conocidas imágenes de archivo ensambladas de manera fluida y ejemplar, sin que el largo metraje pese en el resultado definitivo.
Cuanto más se ame al artista más se disfrutará este imprescindible reportaje. Y Scorsese no esconde su devoción. Ningún otro cineasta habría sabido impartir lecciones tan magistrales de montaje narrativo como el que va mostrando, sin la necesidad de narrador, la historia del propio Bob Dylan joven a través de sus vivencias, de los latidos de América y del crecimiento que la música folk y rock fueron teniendo desde finales de los cincuenta hasta mediada la década siguiente.
El Dylan de la actualidad parece abrirse, apartar ligeramente el velo que ha mantenido siempre su figura lejos del conocimiento, como muestra también en el primer volumen de sus Crónicas literarias, pero el Dylan que conmovió a masas de inconformistas generaciones y revolucionó después el rumbo de la música con la electrificación de su sonido sin nunca proponérselo sigue apareciendo fiel a su leyenda, vacilante y esquivo, cómodo en la carne de un genio que no pretendió serlo. Y que es el más grande.
Leyenda o mito, estrella y persona, referencia o anónimo, Dylan aparece como es y como fue en boca y recuerdos de su propio testimonio y del de numerosos allegados del pasado y en inéditas o más conocidas imágenes de archivo ensambladas de manera fluida y ejemplar, sin que el largo metraje pese en el resultado definitivo.
Cuanto más se ame al artista más se disfrutará este imprescindible reportaje. Y Scorsese no esconde su devoción. Ningún otro cineasta habría sabido impartir lecciones tan magistrales de montaje narrativo como el que va mostrando, sin la necesidad de narrador, la historia del propio Bob Dylan joven a través de sus vivencias, de los latidos de América y del crecimiento que la música folk y rock fueron teniendo desde finales de los cincuenta hasta mediada la década siguiente.
El Dylan de la actualidad parece abrirse, apartar ligeramente el velo que ha mantenido siempre su figura lejos del conocimiento, como muestra también en el primer volumen de sus Crónicas literarias, pero el Dylan que conmovió a masas de inconformistas generaciones y revolucionó después el rumbo de la música con la electrificación de su sonido sin nunca proponérselo sigue apareciendo fiel a su leyenda, vacilante y esquivo, cómodo en la carne de un genio que no pretendió serlo. Y que es el más grande.
GREATEST HITS 4: HEY JOE (JIMI HENDRIX)
Miramos el reloj, marcaba las cuatro y media de la madrugada. En el Tribeca las horas pasan deprisa si la charla fluye con gusto entre la armonía de los buenos oyentes y los buenos conversadores. Un par de horas parecieron treinta minutos. Mi buen amigo Jose ‘Pepe Guns’ y yo hemos compartido varias veces impresiones y emociones sin darnos cuenta de lo tarde que se hacía. Poco antes de mirar el reloj Jimi Hendrix, con José Luis como intermediario, nos había regalado un recital encadenado: Foxy Lady, Little wing, Hey Joe.
Y entre los tres alabamos durante un buen rato a Hendrix. ¿Qué hubiera hecho en estos días si siguiera con vida? ¿Habéis escuchado o visto a alguien tocar como él lo hacía?, nos preguntamos. Y no sólo cómo él lo hacía, sino cómo sonaba la Experience al completo. La filigrana y la potencia se dan la mano de manera demoledora, sin compasión, irrepetible.
Por delante de la explosiva Foxy Lady, la apaciguadora Little wing, o la grandiosa e inmortal versión de All along the watchtower incluso, creo que Hendrix llena la historia del rock, entre varias razones, por haber parido un tema como Hey Joe. Su violencia creciente avanza guiada por ese bajo siniestro, las apacibles pero oscuras voces femeninas acunan las palabras y acompañan los versos criminales y los (al principio) dóciles acordes de Jimi estallan en ese arrebatado clímax, el que nos lleva los dedos a las cuerdas de nuestra guitarra invisible y aprieta los ojos cerrados de la cabeza descontrolada en pleno éxtasis.
Y entre los tres alabamos durante un buen rato a Hendrix. ¿Qué hubiera hecho en estos días si siguiera con vida? ¿Habéis escuchado o visto a alguien tocar como él lo hacía?, nos preguntamos. Y no sólo cómo él lo hacía, sino cómo sonaba la Experience al completo. La filigrana y la potencia se dan la mano de manera demoledora, sin compasión, irrepetible.
Por delante de la explosiva Foxy Lady, la apaciguadora Little wing, o la grandiosa e inmortal versión de All along the watchtower incluso, creo que Hendrix llena la historia del rock, entre varias razones, por haber parido un tema como Hey Joe. Su violencia creciente avanza guiada por ese bajo siniestro, las apacibles pero oscuras voces femeninas acunan las palabras y acompañan los versos criminales y los (al principio) dóciles acordes de Jimi estallan en ese arrebatado clímax, el que nos lleva los dedos a las cuerdas de nuestra guitarra invisible y aprieta los ojos cerrados de la cabeza descontrolada en pleno éxtasis.
miércoles, noviembre 16, 2005
BOOTLEG SERIES 2: THIS IS IT! (BETTY DAVIS)
Black
power
again!!!
Mi incontinente afición por la música negra me ha llevado hasta Betty Davis ¿Quién es Betty Davis? Betty, sí, no Bette (La loba) Davis, sino Betty (la fiera) Davis...
Ha caído en mis manos, en rojizo formato acartonado, una poderosa selección de 19 temas de una espectacular y escultural negra de Carolina del Norte, vestida con un maillot de cebra apeándose de una Harley Davidson, que entre 1968 y 1969 compartió lecho en matrimonio con el gran Miles Davis. Era entonces una revoltosa muchachita de 23 años que duró poco entre las fauces del dios del jazz y que en aquellos años tonteó con componentes de Santana y de Sly & The Family Stone. Entre 1973 y 1975 grabó tres discos; después, nada más, una fugaz carrera como modelo, una discreta retirada y un escondite en el anonimato.
Treinta años después de su tercer y último disco, el sello español Vampi Soul, que acogió también este año el regreso de Joe Bataan, destapa un tesoro en forma de generosa recopilación. Bajo el título This is it! quedan reunidas seis canciones de Betty Davis, siete de They say I’m different y otras seis de Nasty Gal, tres explosivos álbumes de un funk demoledor que bien pudieran haber firmado James Brown los primeros Funkadelic, tres maravillas cargadas de riffs seductores, guitarras sexuales, voces morbosas, berridos calientes y ritmos bailables y bailongos. Betty Davis arrastra su voz felina cual hembra con ganas de juerga sin fin y descubre una breve pero brutal carrera musical cuyo único defecto no es otro que el de haber terminado hace tres décadas. Pese a ello, es un lujazo recuperarla.
lunes, noviembre 14, 2005
LIVE IN 2: LUIS MORO Y LA TRIBECA'S BAND
En cada rincón del planeta se esconden músicos de pequeñas grandes carreras, talentos por descubrir bien acogidos en sus círculos, pero apartados de los populares escenarios a los que tan difícil resulta acceder o lejos de las luces de un éxito tantas veces esquivo o incomprensible. ¿Razones? Infinitas. Toda banda tiene su historia. Cada noche de concierto al mes raro es no descubrir a un solista o a un grupo bañado en quilates de calidad, de entusiasmo y emoción. Un ejemplo, como miles que hay, es la Tribeca’s Band con el músico coruñés Luis Moro al frente.
Lleva el grupo de A Coruña casi un año presentando en los locales de Galicia y parte de la geografía española el segundo álbum de Luis Moro, de título Los Vulnerables. El músico se exhibe a veces en solitario, aunque combina estas actuaciones con su Tribeca’s Band, con la que forma un trío de rock pulido y trabajado, con predominio acústico y controlada pero inyectada pasión en sus interpretaciones.
El pasado viernes 11 ofrecieron recital en el pub Garufa de la Ciudad Vieja coruñesa. Luis Moro siente su música en las venas y transmite sus emociones sin disimulo, retorcido y teatral en ocasiones pero nunca histriónico, entregado como un actor sobre las tablas en su faceta de comunicador musical, sintonizado a la perfección con sus socios de escena, jóvenes pero curtidos músicos de A Coruña en el bajo (Alejandro Masafret, miembro de la Víctor Aneiros Band) y en la batería (Jose García, de Quaken), sólido y lucido cimiento rítmico. Algo de trovador tiene Luis Moro y tanto la delicadeza como la furia que desprende ante el micrófono encuentra parecidos en Jeff Buckley o incluso en Nick Cave.
La Tribeca’s Band unida se convierte en una exhibición eficaz y profesional de un repertorio que en el Garufa empezó comedido pero fue alcanzando álgidos instantes en canciones como Lisboa, Calle Florida, Aire delicado y una muy funky versión de Slow train (Bob Dylan); tuvo la noche un breve e inevitable bajón con el solista sin compañía pero recuperó su garra en un ardiente colofón de la mano de los temas Carmen y Enrique y Otra dirección. Hora y cuarto larga pero intensa, atrayente como capturar a un público atento y agradecido. Gran concierto de un gran grupo, como tantos al otro lado (ni mejor ni peor) del éxito, como esta Tribeca’s Band.
(Para más información: www.luismoro.net)
Lleva el grupo de A Coruña casi un año presentando en los locales de Galicia y parte de la geografía española el segundo álbum de Luis Moro, de título Los Vulnerables. El músico se exhibe a veces en solitario, aunque combina estas actuaciones con su Tribeca’s Band, con la que forma un trío de rock pulido y trabajado, con predominio acústico y controlada pero inyectada pasión en sus interpretaciones.
El pasado viernes 11 ofrecieron recital en el pub Garufa de la Ciudad Vieja coruñesa. Luis Moro siente su música en las venas y transmite sus emociones sin disimulo, retorcido y teatral en ocasiones pero nunca histriónico, entregado como un actor sobre las tablas en su faceta de comunicador musical, sintonizado a la perfección con sus socios de escena, jóvenes pero curtidos músicos de A Coruña en el bajo (Alejandro Masafret, miembro de la Víctor Aneiros Band) y en la batería (Jose García, de Quaken), sólido y lucido cimiento rítmico. Algo de trovador tiene Luis Moro y tanto la delicadeza como la furia que desprende ante el micrófono encuentra parecidos en Jeff Buckley o incluso en Nick Cave.
La Tribeca’s Band unida se convierte en una exhibición eficaz y profesional de un repertorio que en el Garufa empezó comedido pero fue alcanzando álgidos instantes en canciones como Lisboa, Calle Florida, Aire delicado y una muy funky versión de Slow train (Bob Dylan); tuvo la noche un breve e inevitable bajón con el solista sin compañía pero recuperó su garra en un ardiente colofón de la mano de los temas Carmen y Enrique y Otra dirección. Hora y cuarto larga pero intensa, atrayente como capturar a un público atento y agradecido. Gran concierto de un gran grupo, como tantos al otro lado (ni mejor ni peor) del éxito, como esta Tribeca’s Band.
(Para más información: www.luismoro.net)
jueves, noviembre 10, 2005
VOLUME ONE 6: I’VE GOT MY OWN HELL TO RAISE (BETTYE LaVETTE)
Ocurre que basta a veces con que la portada de un disco te pida que lo compres. No hace falta siquiera saber de quién se trata. Si después celebras que has descubierto un gran disco o a un gran artista entonces felicitas a tu intuición y sabes que otras veces más podrás elegir a ciegas. Como me ha ocurrido con I’ve got my own hell to raise, el último trabajo, de este año, de una dama del soul portentosa, tapada por el peso y la fama de las grandes, Bettye LaVette.
Fue suficiente el perfil pintado de amarillo de su cara, sobresaliente de un fondo negro, su nombre en letras blancas en el centro y la sensación de que dentro se escondía una voz fuerte, un carácter recio, un escenario rodeado de humo, un público negro... No me equivoqué. También me ayudó mi reciente afición por la música funk y soul, por los músicos negros. Cuantas más geniales figuras vaya conociendo, mejor.
Ahora ya puedo dedicarme a encontrar otras producciones de esta gran señora LaVette, una artista de Detroit que pronto cumplirá 60 años, llegó a girar con James Brown, actuar con Cab Calloway y tener unos modestos éxitos de ventas y crítica en los años sesenta. Trabajó en Broadway, pero su carrera musical no tuvo mucha continuidad. En el año que se va acabando ha regresado con la misma majestuosidad, poderío y ganas que Solomon Burke hace unos años, con una voz rugosa gastada por los años pero aún llena de energía, rugidos amenazantes y gritos sugerentes. La acompañan sonidos de tugurio y una atmósfera de madrugada larga bañada por recuerdos sucios e historias secretas.
I’ve got my own hell to raise contiene curiosamente diez versiones de canciones de mujeres tan variopintas como Rosanne Cash, Dolly Parton, Lucinda Williams, Fiona Apple, Sinead O’Connor, Aimee Mann o Joan Armatrading. Poco o nada parecidas a sus originales, cada pieza de este álbum revela a un Bettye LaVette tan eufórica como seductora, tan soul lady como rock woman, una digna socia de Etta James, una colega de Tina Turner. Un tesoro.
Nota: 9/10
Fue suficiente el perfil pintado de amarillo de su cara, sobresaliente de un fondo negro, su nombre en letras blancas en el centro y la sensación de que dentro se escondía una voz fuerte, un carácter recio, un escenario rodeado de humo, un público negro... No me equivoqué. También me ayudó mi reciente afición por la música funk y soul, por los músicos negros. Cuantas más geniales figuras vaya conociendo, mejor.
Ahora ya puedo dedicarme a encontrar otras producciones de esta gran señora LaVette, una artista de Detroit que pronto cumplirá 60 años, llegó a girar con James Brown, actuar con Cab Calloway y tener unos modestos éxitos de ventas y crítica en los años sesenta. Trabajó en Broadway, pero su carrera musical no tuvo mucha continuidad. En el año que se va acabando ha regresado con la misma majestuosidad, poderío y ganas que Solomon Burke hace unos años, con una voz rugosa gastada por los años pero aún llena de energía, rugidos amenazantes y gritos sugerentes. La acompañan sonidos de tugurio y una atmósfera de madrugada larga bañada por recuerdos sucios e historias secretas.
I’ve got my own hell to raise contiene curiosamente diez versiones de canciones de mujeres tan variopintas como Rosanne Cash, Dolly Parton, Lucinda Williams, Fiona Apple, Sinead O’Connor, Aimee Mann o Joan Armatrading. Poco o nada parecidas a sus originales, cada pieza de este álbum revela a un Bettye LaVette tan eufórica como seductora, tan soul lady como rock woman, una digna socia de Etta James, una colega de Tina Turner. Un tesoro.
Nota: 9/10
lunes, noviembre 07, 2005
GREATEST HITS 3: GO BACK HOME (STEPHEN STILLS)
La devoción que por Crosby Stills Nash & Young siente el maestro José Luis suele propagarse en las noches del Tribeca. No hace mucho, buenos amigos probaron allí por vez primera las esencias y delicias de David Crosby, como también llegó para mí la oportunidad de conectar con los trabajos en solitario de Stephen Stills. El punto de partida fue Go back home, un sublime tema de su homónimo primer disco de 1970.
A Stills le seguía la pista antes en la breve pero ajetreada etapa como ‘front man’ de Buffalo Springfield, donde siempre peleó con Neil Young por dejarse notar más que nadie en el micrófono y en las guitarras. Suya fue la magistral pieza For what it’s worth. Y sabía que junto a Young había participado en un proyecto irregular de mediados de los setenta que dio como fruto el disco Long may you run, además de haber integrado el enorme supergrupo que fue y es CSN y CSNY.
Pues en 1970, en el arranque de su periodo de mayor productividad musical y su despegue hacia una relación nada prudente con las drogas y el alcohol, Stills reunió para su primer trabajo solista a dos gigantes como Jimi Hendrix, con quien había llegado a tocar en el escenario en alguna ocasión, y Eric Clapton. A Hendrix le dio entrada en el tema Old times good times, donde la incendiaria guitarra de Jimi quema menos que de costumbre pero dota al tema de una creciente intensidad. En Go back home, el propio Stills retocó sus sonidos de guitarra con el 'wah wah' en los compases iniciales para dar paso, superados los dos minutos, a un pletórico Clapton y su afilada eléctrica. Fusionadas las cuerdas de uno y otro, la canción va enriqueciendo su base de blues para estallar en un duelo amistoso y espectacular que convierten el tema en una pieza maestra.
En los años siguientes Stephen Stills fue grabando discos llenos de altibajos (Stills, Illegal Stills) y formó la banda de corta vida Manassas, hasta que sus vicios eclipsaron su inspiración para volver a refugiarse con Crosby y Nash y a veces Young. Este año también ha salido de su escondite para ofrecer un nuevo disco en solitario, Man Alive!, catorce años después de su última aventura sin compañía.
A Stills le seguía la pista antes en la breve pero ajetreada etapa como ‘front man’ de Buffalo Springfield, donde siempre peleó con Neil Young por dejarse notar más que nadie en el micrófono y en las guitarras. Suya fue la magistral pieza For what it’s worth. Y sabía que junto a Young había participado en un proyecto irregular de mediados de los setenta que dio como fruto el disco Long may you run, además de haber integrado el enorme supergrupo que fue y es CSN y CSNY.
Pues en 1970, en el arranque de su periodo de mayor productividad musical y su despegue hacia una relación nada prudente con las drogas y el alcohol, Stills reunió para su primer trabajo solista a dos gigantes como Jimi Hendrix, con quien había llegado a tocar en el escenario en alguna ocasión, y Eric Clapton. A Hendrix le dio entrada en el tema Old times good times, donde la incendiaria guitarra de Jimi quema menos que de costumbre pero dota al tema de una creciente intensidad. En Go back home, el propio Stills retocó sus sonidos de guitarra con el 'wah wah' en los compases iniciales para dar paso, superados los dos minutos, a un pletórico Clapton y su afilada eléctrica. Fusionadas las cuerdas de uno y otro, la canción va enriqueciendo su base de blues para estallar en un duelo amistoso y espectacular que convierten el tema en una pieza maestra.
En los años siguientes Stephen Stills fue grabando discos llenos de altibajos (Stills, Illegal Stills) y formó la banda de corta vida Manassas, hasta que sus vicios eclipsaron su inspiración para volver a refugiarse con Crosby y Nash y a veces Young. Este año también ha salido de su escondite para ofrecer un nuevo disco en solitario, Man Alive!, catorce años después de su última aventura sin compañía.
SOUNDTRACK 5: IRON & WINE Y THE SHINS
'Indie'. Etiqueta, corriente o tendencia para la discordia. El cine indie, si se entiende como aquel que nace al margen de los grandes estudios, que se alimenta de argumentos novedosos o complejos y se dirige a un público más exigente que el convencional, tiene una acogida mucho más calurosa en los festivales que en las salas comerciales y le importan menos las recaudaciones, aunque nunca le dé la espalda a los ingresos, cuanto mayores mejor. Como en el cine comercial, de las fuentes indies surgen grandes pequeñas películas y grandes pequeños bodrios.
La música indie, con esa pegatina que la prensa y los propios músicos le ponen encima, irrita a los fans con alma rockera y seduce a los modernillos con alma pop. La revista musical española Popular 1, por ejemplo, difícilmente dedicará un párrafo a Iron & Wine, mientras que Rock de Luxe abrazará las melodías de The Shins. La edición española de Rolling Stone, en cambio, podrá referirse a ambas bandas mediante críticas o reportajes. Son ejemplos, nada más, quizá las líneas editoriales de cada publicación opten en otro momento por ser más flexibles.
Menciono a Iron & Wine y a The Shins porque su música sobresale en la elección musical de dos películas estrenadas en los últimos meses, In good company y Algo en común (Garden State), paradigma reciente éste de cine indie norteamericano.
Iron & Wine es el nombre detrás del que se esconde el joven Sam Beam, un barbudo profesor de cine de Miami que puede formar parte de ese grupo de cantautores del llamado neofolk (Devendra Banhart, Sufjan Stevens, Micah P. Hinson) bien recibidos por la crítica internacional. Iron & Wine presenta propuestas más modestas, canciones menos enrevesadas que sus colegas, apoyadas casi siempre en el único aliento de su guitarra y sostenidas por su voz encogida. Posee Iron & Wine un par de discos y varios Eps, de los cuales el más reciente ha grabado junto al grupo Calexico. En In good company se deslizan tres temas –dos incluidos en el fantástico Our endless numbered days– en emotivos y entrañables instantes de la película, con la preciosa presencia de Scarlett Johansson como complemento irresistible.
Por su parte, la música soleada y sonriente de The Shins nace sorprendentemente de los secos y nada alegres paisajes de Nuevo México. Cuatro amigos surgidos de una formación llamada Flake se han ganado los halagos generales de la escena indie gracias a su admiración nada disimulada por los Byrds y Beach Boys. Por la música de The Shins vuelan estos espíritus aún rejuvenecidos y se explayan teclados contagiosos, melosos juegos de voces y un aura poppy (otro término que genera tanto elogio como rechazo) a veces gratificante. En el film Algo en común (en donde se escuchan dos temas del álbum Oh, inverted world) el personaje de Natalie Portman le decía al principal protagonista que "la vida te cambia cuando escuchas a los Shins". Bueno, en el cine, por muy indie que sea, todo está exagerado.
La música indie, con esa pegatina que la prensa y los propios músicos le ponen encima, irrita a los fans con alma rockera y seduce a los modernillos con alma pop. La revista musical española Popular 1, por ejemplo, difícilmente dedicará un párrafo a Iron & Wine, mientras que Rock de Luxe abrazará las melodías de The Shins. La edición española de Rolling Stone, en cambio, podrá referirse a ambas bandas mediante críticas o reportajes. Son ejemplos, nada más, quizá las líneas editoriales de cada publicación opten en otro momento por ser más flexibles.
Menciono a Iron & Wine y a The Shins porque su música sobresale en la elección musical de dos películas estrenadas en los últimos meses, In good company y Algo en común (Garden State), paradigma reciente éste de cine indie norteamericano.
Iron & Wine es el nombre detrás del que se esconde el joven Sam Beam, un barbudo profesor de cine de Miami que puede formar parte de ese grupo de cantautores del llamado neofolk (Devendra Banhart, Sufjan Stevens, Micah P. Hinson) bien recibidos por la crítica internacional. Iron & Wine presenta propuestas más modestas, canciones menos enrevesadas que sus colegas, apoyadas casi siempre en el único aliento de su guitarra y sostenidas por su voz encogida. Posee Iron & Wine un par de discos y varios Eps, de los cuales el más reciente ha grabado junto al grupo Calexico. En In good company se deslizan tres temas –dos incluidos en el fantástico Our endless numbered days– en emotivos y entrañables instantes de la película, con la preciosa presencia de Scarlett Johansson como complemento irresistible.
Por su parte, la música soleada y sonriente de The Shins nace sorprendentemente de los secos y nada alegres paisajes de Nuevo México. Cuatro amigos surgidos de una formación llamada Flake se han ganado los halagos generales de la escena indie gracias a su admiración nada disimulada por los Byrds y Beach Boys. Por la música de The Shins vuelan estos espíritus aún rejuvenecidos y se explayan teclados contagiosos, melosos juegos de voces y un aura poppy (otro término que genera tanto elogio como rechazo) a veces gratificante. En el film Algo en común (en donde se escuchan dos temas del álbum Oh, inverted world) el personaje de Natalie Portman le decía al principal protagonista que "la vida te cambia cuando escuchas a los Shins". Bueno, en el cine, por muy indie que sea, todo está exagerado.
miércoles, noviembre 02, 2005
VOLUME TWO 6: JOSH ROUSE
Me cae muy bien Josh Rouse, pálido chico de la árida y aburrida Nebraska (de donde también sale el más ambicioso Conor Oberst al frente de Bright Eyes), compositor modesto con pinta de buen tío, esmerado músico de pop insinuante, rock de velocidad corta. Parece que a Rouse y a su banda les falta algo de sangre en vivo, a tenor de la crónicas de sus conciertos en España, pero esa moderación en su voz y en los limpios arreglos de sus canciones es la fuerte cualidad de una carrera de cinco discos largos y un curioso Ep al lado de su padrino Kurt Wagner (Lambchop).
Emparentado con Pete Yorn, Ben Lee y tantos otros jóvenes de aspecto saludable, Josh Rouse ha dado pequeños pasos en su crecimiento como músico hasta tocar una cima igualmente humilde con sus dos últimos discos de estudio, el formidable 1972 (con fecha de 2003) y el no menos precioso Nashville (2005), una de las joyas de este año.
Desde 1998 lleva en marcha el viaje musical de Rouse, iniciado con un par de discos algo flácidos (Dressed up like Nebraska y Home) aunque con tres o cuatro temas de mención. Por un camino indefinido y titubeante se movió Under cold blue stars (2001), pero el encuentro con el teclista Brad Jones y ahora productor de sus mejores entregas, ha convertido a Josh Rouse no sólo en un elegante y melódico cantante sino en un artista cada vez más respetable.
Escuchando sobre todo su álbum 1972, en el que Josh Rouse homenajea a los sonidos con que fue creciendo desde que era un chaval en canciones tan descriptivas como Love vibratiom, Sunshine y Comeback, se advierte la riqueza musical que desprende cada nota, cada instrumento o cada voz; confluyen en poco más de cuarenta minutos el pop y el soul y uno se traslada a un escenario de calles soleadas, mujeres onduladas, sabores dulces y música nocturna, aduladoras imágenes que ilustran historias que nunca se repetirán.
Emparentado con Pete Yorn, Ben Lee y tantos otros jóvenes de aspecto saludable, Josh Rouse ha dado pequeños pasos en su crecimiento como músico hasta tocar una cima igualmente humilde con sus dos últimos discos de estudio, el formidable 1972 (con fecha de 2003) y el no menos precioso Nashville (2005), una de las joyas de este año.
Desde 1998 lleva en marcha el viaje musical de Rouse, iniciado con un par de discos algo flácidos (Dressed up like Nebraska y Home) aunque con tres o cuatro temas de mención. Por un camino indefinido y titubeante se movió Under cold blue stars (2001), pero el encuentro con el teclista Brad Jones y ahora productor de sus mejores entregas, ha convertido a Josh Rouse no sólo en un elegante y melódico cantante sino en un artista cada vez más respetable.
Escuchando sobre todo su álbum 1972, en el que Josh Rouse homenajea a los sonidos con que fue creciendo desde que era un chaval en canciones tan descriptivas como Love vibratiom, Sunshine y Comeback, se advierte la riqueza musical que desprende cada nota, cada instrumento o cada voz; confluyen en poco más de cuarenta minutos el pop y el soul y uno se traslada a un escenario de calles soleadas, mujeres onduladas, sabores dulces y música nocturna, aduladoras imágenes que ilustran historias que nunca se repetirán.
VOLUME TWO 5: HOT TUNA
Con motivo del post anterior rescato a una banda que no hace mucho descubrí, hará un par de años entre las paredes del Tribeca. Una pieza eléctrica de blues, con espacio para el lucimiento y de poderosa base rítmica me atrajo ya hacia el final de su minutaje. Era una noche propicia para quitar las telarañas a grupos olvidados y José Luis llevaba unos días recuperando la música de Hot Tuna. Nunca había oído hablar de ellos. "Lo formaron el guitarrista y el bajista de Jefferson Airplane después de salir del grupo", explicó desde su rincón. Aquella información me hizo sacar del baúl a mí también los sonidos de Jefferson y, de paso, adentrarme en la lujosa ramificación que fue Hot Tuna.
El guitarrista Jorma Kaukonen y el bajista Jack Cassady se conocieron cuando eran estudiantes en California a comienzos de los 60. Jorma amaba el blues de los años 20 y 30 y su estilo en las cuerdas se caracterizaba por picarlas cuidadosamente con sus yemas. Comenzó a tocar su blues tradicional en locales de San Francisco y mediada la década Paul Kantner y Marty Balin le propusieron unirse a su proyecto, una formación de rock psicodélico que poco después el propio Kaukonen bautizó como Jefferson Airplane. Aunque no era blues lo que ofrecía el grupo, el melenudo Jorma se dejó llevar por sus nuevos amigos y reclutó al colega Cassady para encargarse del bajo. Poco más tarde la agresiva e intimidante voz de Grace Slick completó el grupo, uno de los principales exponentes de la extensa flota de rock californiano a finales de los 60.
Tras un puñado de buenos discos y unos cuantos éxitos (White rabbitt, Somebody to love, Volunteers), que con los años el cine ha resucitado en la banda sonora de películas más recientes, Kaukonen se aburrió del grupo y quiso retomar el camino antes recorrido por las entrañas del blues. Cassady no dudó en seguirle y entre los dos formaron Hot Tuna en 1970. Su primer disco, llamado como el grupo, se limitó a que el bajo acompañase a la acústica pacífica de Kaukonen en la interpretación de viejos clásicos del blues rural. Pero a ritmo de álbum por año, la banda fue ganando personal y la guitarra eléctrica de Jorma fue sirviendo un rock de raíces folk más envolvente.
La batería y el violín eléctrico de Papa John Creech aportaron al sonido de Hot Tuna una rudeza progresiva a discos como Burgers, Yellow fever, America’s choice y Hopkorv, los tres de mitad de los 70. Después, el grupo espació más sus trabajos y grabó algún directo recomendable hasta finales de los 90. Cassady colaboró con otros músicos y Kaukonen inició en los últimos años 70 una carrera en solitario irregular, aunque salpicada de resultados admirables como Too many years (1998) o Blue Country Heart (2003), un viaje de regreso al blues tradicional sentido y degustado como si naciese del porche de un rancho. También Jack Cassady se rodeó de grandes músicos de rock americano en su propio disco Dream Factor (2003), más rockero y con alguna brisa psicodélica en sus adornos.
Jack y Jorma, con menos pelo ambos, entrado en kilos el guitarrista, siguen tocando juntos, muchas veces como dúo, y Hot Tuna late fiel a su esencia por territorio americano, en viejos y nuevos teatros, muy lejos de una Europa y unos escenarios españoles, que difícilmente podrán recuperar su música y pasión en vivo.
El guitarrista Jorma Kaukonen y el bajista Jack Cassady se conocieron cuando eran estudiantes en California a comienzos de los 60. Jorma amaba el blues de los años 20 y 30 y su estilo en las cuerdas se caracterizaba por picarlas cuidadosamente con sus yemas. Comenzó a tocar su blues tradicional en locales de San Francisco y mediada la década Paul Kantner y Marty Balin le propusieron unirse a su proyecto, una formación de rock psicodélico que poco después el propio Kaukonen bautizó como Jefferson Airplane. Aunque no era blues lo que ofrecía el grupo, el melenudo Jorma se dejó llevar por sus nuevos amigos y reclutó al colega Cassady para encargarse del bajo. Poco más tarde la agresiva e intimidante voz de Grace Slick completó el grupo, uno de los principales exponentes de la extensa flota de rock californiano a finales de los 60.
Tras un puñado de buenos discos y unos cuantos éxitos (White rabbitt, Somebody to love, Volunteers), que con los años el cine ha resucitado en la banda sonora de películas más recientes, Kaukonen se aburrió del grupo y quiso retomar el camino antes recorrido por las entrañas del blues. Cassady no dudó en seguirle y entre los dos formaron Hot Tuna en 1970. Su primer disco, llamado como el grupo, se limitó a que el bajo acompañase a la acústica pacífica de Kaukonen en la interpretación de viejos clásicos del blues rural. Pero a ritmo de álbum por año, la banda fue ganando personal y la guitarra eléctrica de Jorma fue sirviendo un rock de raíces folk más envolvente.
La batería y el violín eléctrico de Papa John Creech aportaron al sonido de Hot Tuna una rudeza progresiva a discos como Burgers, Yellow fever, America’s choice y Hopkorv, los tres de mitad de los 70. Después, el grupo espació más sus trabajos y grabó algún directo recomendable hasta finales de los 90. Cassady colaboró con otros músicos y Kaukonen inició en los últimos años 70 una carrera en solitario irregular, aunque salpicada de resultados admirables como Too many years (1998) o Blue Country Heart (2003), un viaje de regreso al blues tradicional sentido y degustado como si naciese del porche de un rancho. También Jack Cassady se rodeó de grandes músicos de rock americano en su propio disco Dream Factor (2003), más rockero y con alguna brisa psicodélica en sus adornos.
Jack y Jorma, con menos pelo ambos, entrado en kilos el guitarrista, siguen tocando juntos, muchas veces como dúo, y Hot Tuna late fiel a su esencia por territorio americano, en viejos y nuevos teatros, muy lejos de una Europa y unos escenarios españoles, que difícilmente podrán recuperar su música y pasión en vivo.
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