“Nunca
te van a despedir. Te dirán que prescinden de ti para el siguiente
trabajo”.
Los
sicarios de la música, esos guitarristas, bajistas, teclistas y
bateristas contratados para ejercer como músicos de sesión en la
grabación de un disco o para acompañar a un músico solista en
giras o en las propias grabaciones de sus trabajos, merecen un poco
de protagonismo. Lo defienden como actores principales en
documentales estimables como The wrecking crew! (Denny Tedesco, 2008),
Muscle Shoals (Greg Camalier, 2013) y Hired gun (Fran Strine, 2016),
recomendables los tres para pasearse por los bastidores del
espectáculo y la industria musical, por la cara B del éxito y la
fachada del rock and roll. Sin esos anónimos las estrellas no
llegarían tan lejos.
Hired
gun pasa por las vidas y trabajos de unos cuantos sicarios musicales
que vuelven a sus orígenes, desnudan sus pasiones, bucean en
anécdotas y se entregan a su oficio desde la segunda y la tercera
fila. Son pocos y no realmente legendarios, pero sus ejemplos
valdrían para muchos otros. De Billy Joel (a la postre, el peor
parado de los testimonios) y su banda a Alice Cooper y sus soldados.
De Metallica a Nine Inch Nails. De Kenny Aronoff a Steve Lakather. De
Bob Ezrin a Rob Zombie. Un lado velado, pero también
apasionante, del rock and roll.
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