A nivel profesional Imelda May ha traducido los giros de su
vida privada en un cambio de estilo musical acompañado de nueva imagen. La
Imelda rockabilly se esconde para descubrir a una Imelda salpicada de soul,
country, folk y rock en su quinto álbum, Live. Love. Flesh. Blood (Decca,
2017). El ritmo agitado se relaja y aflora la templanza. Ya no hay rizo rubio
en el flequillo de su cabello oscuro, ni maquillaje rojizo, ni faldas
apretadas. Ahora Imelda se tiñe de blanco y negro y suelta su melena alisada,
con tirantes resbaladizos sobre la piel en la imagen de la portada. Gran parte
de culpa de esta transformación la tiene el fin de un largo matrimonio con el
músico que la acompañaba en sus álbumes anteriores, Darrell Highman.
El cambio ha volcado a la irlandesa en la escritura de sus
nuevas canciones y la ha relacionado con un productor de primer nivel, el
respetable y siempre interesante T Bone Burnett, que echa mano de gran parte
del equipo con el que había grabado el exitoso Raising sand de Robert Plant y
Allison Krauss para decorar este estimable nuevo disco de Imelda May. Aún
subyace, aunque muy levemente, un rastro nervioso de la rabia rockabilera de la
mujer, que ahora comprime sus emociones para cantar bonitas baladas (Call me, How
bad can a good girl be) y tensos tempos mayores (Leave me lonely y la tremenda
tremenda Bad habit). No me convence la intervención de Jeff Beck en un tema ni
un facilón corte pop, pero son manchas menores (Cuatro temas adicionales de la
edición Deluxe se nota que son relleno pero no están nada mal).
Nota: 7/10
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