Desde el fondo, sentado,
domina los latidos de una canción. Con sus manos controla el ritmo
de la música, la adormece o la despierta, la cubre o la despoja de
adornos con los golpes sutiles o poderosos de sus leales herramientas
de percusión. Son dueños del carisma mudo de una banda, piezas de
engranaje aparentemente discretas del grupo de músicos que arropa a
un autor. Son quienes se sientan en la batería.
Un buen amigo es baterista. De
los buenos, profesional de las baquetas en no pocas bandas y
proyectos de mi ciudad y experto en la ingeniería sonora en
diferentes campos. Nos vemos menos ahora, pero al encontrarnos surgen
siempre gloriosas conversaciones con la música como argumento
(además de recuerdos de grandes conciertos vividos juntos). En la
última que tuvimos regresamos a uno de nuestros temas favoritos: la
batería, los bateristas. Aaaaah, nos dejamos muchas cosas en el
tintero pero sacamos a relucir viejos y nuevos protagonistas: los
bateras de Pearl Jam y por qué a él quien menos le gusta es Matt
Cameron; la añoranza de Jack Irons; el vigor adictivo de Chad Smith;
Steven Adler frente a Matt Sorum; la eficaz sobriedad Larry Mullen
Jr; la maestría sencilla e incontestable del eterno Jim Keltner…
(la madrugada y los brebajes hacen que me olvide de otros nombres,
quizá lo pensé o quizá le dije también, no sé, que me pirran algunos
bateristas de jazz como Tony Williams o Philly Joe Jones o que me dejo
hipnotizar por las percusiones de Jay Bellerose).
José García, el buen amigo,
es exquisito con sus manos, un artesano de las baquetas y las cajas
que te levanta al enchufarse al rojo vivo y te seduce cuando se pone
fino. Maestro en lo suyo.
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