Creo que los años hacen más dura Fat City, más fatalista. Si la ves cuando aún eres un chaval que se quiere ver todas las películas de Huston quizá te lleves una decepción, como me pasó a mí. Vista de nuevo años más tarde, cuando te has cansado de leer críticas sublimes hacia este film y la vida te va enseñando aspectos con los que nunca quisieras tener que lidiar, puede que Fat City te parezca una dolorosa maravilla, un puñetazo directo en los riñones.
De puños va la cosa. Y de mucho más: de soledad alcoholizada, del vacío estancado en ninguna parte, de voluntades perdidas y talentos malgastados, de un futuro sin esperanza. El boxeador en decadencia que interpreta Stacey Keach, mucho antes de que se convirtiera en el televisivo detective Mike Hammer, es un tronco a la deriva incluso cuando se acerca a la orilla, y el novato púgil al que da vida un imberbe Jeff Bridges es un ingenuo desibucado. El primero no tiene remedio, por mucho que trate de salvar su carrera hundida y quiera sentirse una persona digna parece condenado a que su vida caiga en un pozo sin salida; gana un combate y la ducha le deja maltrecho mientras que su contrincante sale erguido del pabellón. Para el segundo el boxeo no es en realidad lo suyo y más real todavía es que, aún tan joven, va a iniciar con su pareja un largo camino en una dirección no demasiado estimulante.
La dirección fría y sin concesiones de Huston (en su salsa al pincelar a sus personajes favoritos, los perdedores) el naturalismo descarnado con el que trabajan los actores, la fotografía luminosa de Conrad L. Hall y esos desoladores paisajes de campo y urbe decoran una Ciudad dorada que ha perdido cualquier huella de brillo.
1 comentario:
Enorme película. Logra una atmósfera de decadencia como ninguna otra.
Un saludo desde cincoporcien
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