Me quedo sobre todo con ese buen rollo: con los amigos que ríen cada uno agarrado a una pinta, con jóvenes y mayores girando sobre sí mismos al son de una pieza tradicional o pletóricos de voz como coristas de un guitarrista anónimo que comparte su pasión desde la esquina de un bar… y qué bar, un laberinto interminable de áreas y habitaciones donde la falta de espacio para avanzar o encontrar un hueco en el que pedir algo de beber mantiene unidos a los joviales camaradas.
Me quedo con esa alegría vetada a los borrachos crónicos (y con la paz de St. Stephen’s Green, las mareas de gente en Grafton Street, la paz de Howth, Dalkey y esos pueblos hermanos, los adoquines del templo, las rubias bonitas, la estatua de Phil y el aire que huele a U2).
3 comentarios:
Unas palabras que firmaría el mismísimo Michael Collins
un saludo,
unas palabras que contrafirma un servidor, que también las vivió en inmejorable compañía...
Conociendo mi repulsa al sabor de este fermento, no se si llegaré a probarla. Pero estando donde estoy, me acercaré a ver como la toman los demás.
Seguiremos hablando.
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