Lo que no me gusta de Beck, al margen de los vaivenes que experimenta el curso de sus propuestas musicales, es que sobre él caiga y recaiga un favor crítico que enfatiza sus cualidades más de lo que merecen. Oyó que le llamaban “genio” cuando sobrepasaba el límite de la adolescencia y no sé si le sentó bien conjugar su juventud con el peso del calificativo. Por eso me ha dado casi siempre la impresión de que en cada nuevo disco Beck ha querido irse un poco de listillo, se ha cambiado continuamente su piel de lagarto pero el disfraz no siempre ha sido divertido. Ello no me impide reconocer que la mayor parte de sus trabajos tienen elementos interesantes. El último de ellos, Modern guilt (Interscope, 2008), su décimo disco cuando acaba de cumplir 38 años, también. Es distinto a los grabados últimamente, no tiene parecidos con el soporífero Sea change ni con el entretenido Guero; se aproxima, por la singularidad de sus ritmos y sonidos, a los primeros discos, cuando hacía cosas prometedoras como Mellow gold y otras cosas infumables como Stereopathetic soul manure.
Modern guilt es algo difícil de tragar. Se suma a la producción Danger Mouse, una de las mitades de Gnarls Barkley (ninguna garantía), y sea o no culpable de la batidora sónica que mueve todo el material, Beck consigue que el disco tenga un pulso indefinible, que oscila entre la psicodelia y la electrónica, con cajas de ritmos, ruidos, teclados y pocas e inadvertidas guitarras. Algún tema parece salido de la BSO de Death Proof, otro le toma prestado el ritmo de algunos versos al tema Mr. Soul, de Neil Young (que apuesto a que no presenta demanda) y Cat Power asoma tímida por dos cortes. Si a la primera no entra, entonces desiste; si te deja algo aturdido, en la segunda oportunidad te gustará más.
Nota: 6/10
1 comentario:
Menuda mierda el tipo este
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