Fue al maestro José Luis a quien una madrugada le oí alabar la orquestación que envolvía las canciones de los primeros discos de Elton John, los que abarcan los finales años sesenta y entran en la década siguiente hasta 1975, cuando Reginald Dwight, cual Bowie con Ziggy, creaba a su Captain Fantastic. Ha vuelto el excéntrico músico inglés al estudio en 2006 para armar la secuela de aquel Captain Fantastic and the Brown Dirt Cowboy, titulada The Captain & the Kid, de nuevo al lado de su casi inseparable letrista Bernie Taupin. Es buen motivo para recuperar y al mismo tiempo reivindicar al ajetreado y más que fantástico Elton John de hace más de treinta años.
Cayeron en mis manos hace poco buena parte de aquellos trabajos. Madman across the water (1971) fue el primero, un primor asombroso al que bendice la precisa, intensa y emotiva instrumentación que siempre ha marcado la obra de Elton John. Allí aparece además Tiny Dancer, una de mis hermosas canciones favoritas. La inclusión de esta pieza en la película de Cameron Crowe Casi famosos la engrandece todavía más. Después entré en las soberbias carreteras por las que Goodbye Yellow Brick Road (1973) te guía melancólicamente, y en el periodo de un par de meses he saltado adelante y atrás al primerizo Empty sky (1969), un cajón de sastre bluesero y rockero muy estimulante; al más lastimero Honky Château (1972); al agitado y guitarrero Tumblewedd connection (1970); al célebre y modélico Don’t shoot me, I’m only the piano player (1973); y al antológico Captain Fantastic... (1975), con su no menos espectacular y divertida cubierta más propia de un cómic protagonizado por el superhéroe John.
Me quedan unos discos más de esta etapa por conocer (Elton John, Caribou, Rock of the westies), pero los que ya puedo prestar y compartir ahora me han redescubierto a un artista que luce su popular condición de superventas con todo merecimiento gracias a su facilidad para encadenar canciones inmortales –muchas de esta época-. Pianista excepcional y vocalista superior, Elton John es una piedra imprescindible con la que comprender la evolución del pop. Esa es su grandeza, la de su música; después están sus discos de oro, el Rey León, sus gafas y sombreros, las drogas, el despilfarro, el Watford (equipo de fútbol inglés del que fue inversor y propietario), su matrimonio homosexual y la canción para Lady Di. Bien.
viernes, septiembre 29, 2006
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1 comentario:
El gurú es la ostia, nunca te defraudará nada de lo que musicalmente te recomienda. Como decía el dueño de la empresa que hace casas cuyos tejados vuelan: never,never,never.
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