En plena explanada de Mendizabala durante el último y mi primer Azkena Rock Festival, entre concierto y concierto, Xusto nos preguntó a Pepe Guns y a mí qué concierto que ya no se pueda repetir nunca más nos hubiera gustado ver. Pepe no lo dudó, claro: los Guns N Roses con su formación original (bueno, este aún es posible, más bien milagroso, que se pueda volver a celebrar); yo me lo pensé un rato, por eso se me anticipó Xusto sin ninguna duda tampoco en su respuesta: los Doors. "Los Doors", dije yo también.
Puse a funcionar a velocidad de vértigo el archivador de datos y sensaciones de mi memoria para repetir por un momento a los Doors allí mismo. Me acordé entonces de aquel año de 1990 en que días antes de que se estrenara el biopic de Oliver Stone sobre el grupo me había apresurado a comprar la banda sonora en disco de vinilo de la película. Con 17 años yo sólo conocía The End, por Apocalypse Now, y Riders on the storm, que sonaba muy siniestra en un episodio de la entrañable serie de televisión Aquellos maravillosos años. Llegó poco después la película, que fui a ver tres veces al cine en distinta compañía. Y luego un The best of The Doors, y luego los seis discos de estudio comprados en paquetes de tres con precio de oferta, y luego un directo, luego otro, luego un par de bootlegs... todo en vinilo.
Pasé más de un año enganchado a los Doors, el descubrimiento de un adolescente que cada día se va chutando una pequeña dosis de rock. Su música se escuchó mucho por aquella época, bien en programas o películas, y Jim Morrison había sido resucitado tanto en espacios radiofónicos como en forma de invasión de camisetas con la clásica estampa de su cara en medio de un cartel de ‘Se busca, recompensa’. Por lo que leía en aquellos años y por el aplastante impacto con que Oliver Stone había mostrado las actuaciones en vivo del grupo, me tiraba de los pelos por no haber nacido en otro tiempo y en otro lugar para poder estar en una de ellas.
No sólo los directos de los Doors me parecían hechizantes, también su música, la creación flotante de una banda irrepetible de tal manera que no creo que nadie desde su desaparición en 1971 se le haya podido parecer. A Zeppelin, Purple, los Stones, la Velvet o Pink Floyd los halla uno aquí y allá en guiños o matices de bandas posteriores, pero a los Doors sólo los encuentras en los Doors y en aquellos turbulentos finales años sesenta. Cada uno de sus discos me parece un viaje sensorial irreproducible por nadie que no sea Morrison, Manzarek, Krieger y Densmore. The Doors (1967) te quema con su ardor; Strange days (1968) te empuja a un barrio oscuro; Waiting for the sun (1969) te asusta sin perdonarte; Soft parade (1969) te mosquea y embrutece; Morrison Hotel (1970) te calma como un sedante; y L.A. Woman (1971) te golpea con el puño en el vientre.
Light my fire, Love me two times, The changelin’, Love her madly, Five to one, Wild child, The spy, L.A. Woman, The crystal ship, Indian summer...
jueves, septiembre 21, 2006
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