Saboreo la buena noticia de un nuevo álbum de los Milk Carton Kids, previsto para mayo, y me deleito en las placenteras sensaciones que me produce su música, ese folk de bajo volumen y alta cuota de escalofrío. Se me revelan melancólicas las canciones que Joey y Kenneth conducen por sus voces frágiles y ese cruce desnudo y a veces nervioso de cuerdas acústicas. La armonía de su simple compañía es suficiente, se bastan estos hombres y sus voces para emocionar como si pidieran permiso para hacerlo. Michigan, que primero descubrí en una fantástica versión de Amy Helm, es uno de sus temas más conmovedores, aplastantes, un canto del que brota tanta añoranza como esperanza.
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