viernes, julio 31, 2020

VOLUME TWO 106: EL FOLKLORE DE TAYLOR SWIFT

Al terminar de ver Miss Americana, un interesante documental en la línea 'detrás de...' que se esfuerza por mostrar a Taylor Swift como una esmerada compositora entregada a la creación musical entre las rutinas que le reserva la fama mundial (giras, moda, éxitos, acosos mediáticos, influencia...), no puedo negar que he ganado alguna simpatía por la popular cantante. El film deja que la autocomplacencia no se pelee con la honestidad, que la gloria se combine con la angustia. Al humanizar a su estrella intocable, quiere hacernos partícipes de lo que más la encumbra y de lo que más esconde a su público. Pero este cálido retrato seguía manteniéndome a fría distancia de una figura que poco me había interesado, ni como promesa del country rock comercial ni como inteligente reina del pop de masas. Alto, que aparece folklore (2020), el octavo álbum de una veloz carrera que me desvela ahora a Taylor Swift como alguien a quien respetar más.

Para empezar, el disco, concebido y grabado en semanas de cuarentena, se dio a conocer sin la promoción grandilocuente de sus anteriores obras: en silencio, de un día para otro, sin adelanto alguno. Si no te esperabas que despachase otro álbum para colmar la sed de sus legiones de fans, tampoco te esperabas que Taylor te sentase en el salón para abrigarte con sus nuevas canciones, sin purpurina ni látex, con lana limpia y soplos de nostalgia. No es un giro en su música lo que propone, no, no va a rockear ni a jugar con extravagancias (no revivirá a Joan Jett ni probará a parecerse a Fiona Apple); es la estrella del pop que asalta un campo de madurez, reduce las marchas y cubre su música de brillante añoranza (bien podría evocar a Aimee Mann o inspirarse en Sufjan Stevens).

Pensamientos que saltan: Taylor como semilla de un gran álbum de Ryan Adams; Taylor en su documental afanada en la construcción de una canción; Taylor subiendo a la cima humillada por un imbécil que no admitía ser derrotado; Taylor poniendo freno al vértigo entre la multitud. Que no se desprecie (casi) nada/nadie, dedicad una hora a este folklore.

lunes, julio 27, 2020

VOLUME ONE 542: ON SUNSET (PAUL WELLER)

A Paul Weller siempre lo he tomado en serio, con respeto distante en cambio, lo que hace que no imponga sobre él un marcaje severo, sino que lo apriete solo cuando me apetezca. Por eso salto en su discografía, que roza la veintena de discos contando directos. Tengo alguna laguna y cuando la intención me dice que alguno de sus trabajos puede gustarme, apuesto, y suelo acertar. Tenía un buen presentimiento con On Sunset (Polydor, 2020), como antes lo tuve con As is now (2005) o A kind revolution (2017), álbumes distintos a su último capítulo pero igual de gratificantes. Se puede leer la definición de On Sunset como un "disco de soul, al mismo tiempo electrónico y orquestal, empaquetado con magistrales canciones pop y sobrecogedoras balladas y lleno de toques de experimentación", Se acepta tal mezcla, que funciona con acompasada elegancia, sin caprichos que chirríen ni frivolidades fuera de tono, con el soul siempre como barniz que mejor sienta al rock. A Weller se le nota quizá demasiado cómodo, algo funcional, y se echa en falta alguna canción poderosa con la que revivir ecos más joviales, pero el conjunto se disfruta sin recaídas.

Nota: 7/10

sábado, julio 18, 2020

VOLUME TWO 105: JOAN SHELLEY

El enlace de este post con el anterior es Jeff Tweedy. En 2017 Joan Shelley grabó su cuarto álbum en el estudio de Wilco en Chicago con su líder en funciones de productor y músico de apoyo, un trabajo suave y delicado que define muy bien la sensación que deja escuchar la música de esta mujer discreta, la de sobrevolar cerca de la tierra un espeso manto de bosque cuyos árboles te acarician la piel. Siento lo mismo con Over and even (2015) y Like the river loves the sea (2019), discos que llegan como brisas e invitan a desenchufarte de las rutinas para esconderte en lugares anónimos.

Sirvan estas palabras (y pocas más que tomaré prestadas), para animar a conocer a Joan Shelley. La biblia que es Allmusic, casi siempre certera en sus descripciones, da en el clavo: "(Shelley) tiene una voz cálida y meliflua que evoca tanto al profundo Sur como a la coste Oeste, extrayendo de ambos el viejo country y el folk de los 60 y componiendo melodías que con frecuencia son tranquilas pero guardan sombras dramáticas y emotivas". Empieza con Joan Shelley (2017), recomiendo.

martes, julio 14, 2020

TWEEDY, ETC

Es de agradecer que se esquiven los lugares comunes a la hora de exhibirse y desnudarse en una autobiografía. O que se pase por ellos con la memoria afinada para extraer lo verdaderamente relevante, sin la gravedad viciosa de agrandar la trascendencia de los momentos decisivos de una existencia. El tono es clave para triunfar, bajo mi punto de vista; conviene ser selectivo, no querer abarcarlo todo y dar cuenta de cualquier lejano recuerdo que no haya dejado una huella vital; y es bueno tener a mano dosis de buen humor para ser y parecer cercano al lector, para conseguir que si te gusta un músico, por ejemplo, te guste todavía más después de que te haya contado unas cuantas partes de su vida. Creo que eso ha hecho Jeff Tweedy en Vámonos (para poder volver), libro editado por Sexto Piso. Puede ocurrir, como a mí me ha pasado, que después de su lectura, Jeff te caiga mucho mejor, y que Wilco, a quienes volverás a repasar en algunas de sus entregas, te parezca una banda todavía superior a lo que crees.

Lo que a mí me transmite Tweedy es la indisimulada autenticidad de un hombre común, un tipo más bien débil al que no le cuesta reconocerlo. Están muy bien explicadas sus relaciones musicales más significativas y a la vez traumáticas: con el gélido y difícil Jay Farrar mientras compartió el liderazgo de Uncle Tupelo y con Jay Bennett, malabarista malogrado de la primera etapa de Wilco. Gusta acercarse al músico, a Tweedy, para tratar de entender cómo y por qué la música le pone en marcha para disfrutar y componer, para jugar y experimentar. En su faceta de autobiógrafo, el líder de Wilco huye de las truculencias y se arrima a la familia bajo una fina capa de melancolía. Lo dicho, la lectura te envía de golpe a los discos de Wilco y de regreso a Impossible Germany, A shot in the arm, Art of almost, One wing, Should’ve been in love, How to fight loneliness, Shake it off, At least is what you’d said… Crees que son la mejor banda del planeta. O casi.

lunes, julio 13, 2020

VOLUME ONE 541: XOXO (THE JAYHAWKS)

Me había acostumbrado, con cada nueva entrega desde 2011, después de su etapa en el limbo de ocho años, a celebrar la segunda vida de The Jayhawks. Paging Mr. Proust (2016) me pareció un disco excepcional en cuanto que exploraba texturas más extravagantes y Back roads and abandoned motels (2018) lo rozaba desde un enfoque menos atrevido con una colección recuperada de composiciones de la banda regaladas a otros músicos. Xoxo (Sham, 2020) está por debajo de los trabajos precedentes, y también de casi todos los anteriores a 2003. En la pequeña democracia liderada por Gary Louris la banda se ha repartido entre sus miembros la autoría de este disco y cada uno aporta voces y textos propios. El protagonismo compartido no impide que el álbum tenga una unidad consistente, es decir, que se reconozca claramente como un disco puro de The Jayhawks, con sus pasajes de esmeradas voces armonizadas. Pero esta vez fallan las canciones, ninguna sobresaliente entre la corrección (y eso fastidia en un grupo capaz de guardarse tres o cuatro piezas redondas en cada álbum), lo que hará que dentro de unos meses me olvide de que los Jayhawks ofrecieron material nuevo este año.

Nota: 6/10

viernes, julio 10, 2020

LIVE IN 248: CRISS CROSS... ME ENCANTAN LOS STONES

Qué queréis que os diga, me encantan los Stones. En cualquier momento, se pongan como se pongan. Y ahora nos regalan esto. Criss cross se grabó en 1973 (año en que nací), suena a aquel año y a aquellos discos (a Exile, a Goat Head Soup), pero también podría sonar a este presente: hoy mismo harían una canción igual, con el mismo ardor. Parece ser que el tema acompañará pronto a una reedición especial de una de aquellas obras, mientras muchos (o quizá pocos) esperamos frutos nuevos. Me encantan los Rolling Stones y me encanta Criss Cross, sazonada con la excitación y el vértigo de un vídeo que lleva el sello de la casa: una mujer para dejarto KO y la lengua todavía húmeda del latido del rock and roll.

miércoles, julio 08, 2020

GREATEST HITS 243: CINDER AND SMOKE (IRON AND WINE)... PARA LUIS

Las canciones surgen de la nada hasta adoptar sus líneas definitivas. Una vez la idea en mente, la letra delante y las manos en la masa, voces y sonidos flotan para unirse y separarse, se entremezclan en ondulaciones vibrantes que caen hasta el reposo o se elevan hacia la excitación nerviosa. Todo es éxtasis: el susurro y el grito. La suavidad de la música de Iron and Wine pone la piel de llanina. Sus canciones merecen cruzar todas las fronteras, en su voz o en la de otros. Cinder and smoke, por ejemplo.


lunes, julio 06, 2020

SOUNDTRACK 252: MI MORRICONE

Su música formó parte de mis primeras lecciones de cine. Fue quizá el primero de los compositores en que me fijé: en aquellos silbidos, coros y crescendos dramáticos del infierno desértico de los westerns de Sergio Leone, con las notas pegadas al rostro sudoroso de vaqueros feos, malos y buenos. Morricone. Imponía su nombre, y la atmósfera intrigante y afilada o de ensueño que creaban sus bandas sonoras, que con el paso de los años fui apreciando mejor, en su variedad para adaptarse a distintos estilos y enfoques cinematográficos. Es imposible abarcar toda su obra, sus 500 trabajos para el cine y la televisión, con partituras magistrales que han trascendido la pantalla y también trabajos igualmente dignos pero olvidables. A mí no se me olvidarán nunca Cinema Paradiso, Los intocables de Eliott Ness, Érase una vez en América, Love affair, La misión ni la épica sucia de los westerns de Leone. Qué placer la música de Morricone sobre la piel de las películas.

Hoy que Ennio calla para siempre, me permito robarle estas palabras que recoge una semblanza para que en mi cabeza aún suene su música y darle las gracias.

"[La banda sonora] Funciona si es buena y ya está. Se puede unir a cualquier realidad, pero no supone la realidad misma, sino un imaginario aparte. Posee una función complementaria a cada cinta y puede justificar la obra como un todo, pero de manera independiente. Representa esa abstracción de lo que no se dice y no se ve en el filme. Y así debe funcionar".

viernes, julio 03, 2020

BONUS TRACK 223: SONGBIRD (WILLIE NELSON)

No me he parado a contarlos, y desconozco qué recuento es el más preciso. Me refiero a los álbumes de Willie Nelson, un mito e icono al que no se le agota la gasolina, fiel a grabación por año (además de otros lanzamientos en vivo, reediciones o recopilaciones). Leo que acaba de lanzar su álbum número 70 desde 1962, novedad de esta semana. Una veintena de ellos habré escuchado y, por mucho que admiro su falta de fatiga y la actitud firme con la que ha canalizado su larga carrera, nunca consigo sintonizar con su música. Siempre me deja frío, alejado de esa aura legendaria que emana de su figura de forajido de la música country. Hoy rescato en cambio quizá el disco de Willie Nelson que mejor sabor de boca me deja, sobre el que han caído ya catorce años y otros tantos (o más) trabajos hasta la fecha. Una breve reseña: en 2006 Nelson encontró la admiración de Ryan Adams, quien utilizó a la banda con la que grababa sus discos, The Cardinals, para producir Songbird. Contiene temas que el propio Adams podría haber conducido y que en la voz de Willie cobran un impulso nostálgico, a caballo entre el blues polvoriento y el country oxidado. Songbird y Stella Blue son canciones emocionantes e incluso dos versiones gastadas en exceso como Hallelujah y Amazing grace alcanzan una inmaculada dimensión de liberación.

miércoles, julio 01, 2020

BONUS TRACK 222: TWO THE HARD WAY (ALLMAN AND WOMAN)

No todo va a ser jabón en cada entrada. Llevamos un año muy limpio, reluciente, y ahora en el ecuador nos desviamos en un desliz y retrocedemos más de cuatro décadas para tratar de asimilar por qué este disco llegó una vez a ser grabado. La historia de la música popular guarda episodios impensables, extravagancias que causan tanto asombro como sonrojo, como un trozo de carne dura que se atasca en la garganta. Es que se dio la casualidad de que Gregg Allman y Cher fueron pareja más de tres años, y de aquel matrimonio nació un hijo y un disco bajo el nombre Allman and Woman (él primero, no iba a ser menos, aunque habría que analizar quién era entonces más popular). El experimento, Two the hard way, se grabó en 1977, con músicos de bagaje y un par de temas buenos dignos de ser versionados (Smokey Robinson y Jackson Browne eran sus letristas), pero el álbum, sin ser infame, se desinfla como un globo mal soplado, ahogado en una marea de pop y rhythm and blues que no conduce a ninguna parte. Cher es una de las peores cantantes que te puedes encontrar y su entonces marido se descabalgó una temporada de su propia banda para sucumbir a esta insulsa frivolidad. ¿Hicieron alguna vez buena pareja? Cuesta creerlo, aunque la imagen de su disco nos llevase a un momento antes de la cópula.