Supongamos que en los últimos cinco años Dan Auerbach y Patrick Carney se han llevado a matar. "Lo que necesitáis, para empezar, es hablar", les diría alguien que intermediase para conseguir su reconciliación. Hace cinco años Dan y Patrick grabaron su último trabajo, Turn Blue. Ahora vuelven. Y lo hacen, enfadados o no, con el gancho eléctrico del que huyeron quienes primero los ensalzaron, ese golpe de efecto adictivo que a muchos nos convence y encanta. Go, buen título para regresar, para despegar, para enchufarse de nuevo a The Black Keys. En junio, Let's rock. No quiero saber más.
sábado, mayo 25, 2019
viernes, mayo 24, 2019
VOLUME ONE 501: WE GET BY (MAVIS STAPLES)
Mavis se las arregla para refrescar hoy la lucha del pasado, la de siempre. La exigencia de igualdad, dignidad y seguridad para todos los seres y razas no tiene fecha de caducidad; los peligros y horrores que las atacan, lamentablemente, tampoco. Entre ese pasado de reivindicación que su música no ha dejado de proclamar y el presente amenazado por muros y coacciones, Mavis Staples, con 80 años, ha sido quien con más naturalidad ha adaptado su discurso universal y sus herramientas sonoras al criterio estilístico de lúcidos autores que podrían ser sus hijos o nietos. Después de tres excelentes álbumes en sintonía con Jeff Tweedy y uno bastante decente con M Ward, ahora el socio es Ben Harper, quien ha agitado la esencia guerrera de la pequeña Mavis en We get by (Anti-, 2019). Este álbum, con una portada que visualiza las brechas de la desigualdad y las barreras entre colores, carece de la sutileza de las obras producidas por Tweedy (quien a ratos daba aire para que a la voz de Mavis la envolviese la fragancia más suave de Wilco) y se empapa de un sonido más afilado, unas veces un poco áspero, otras bellamente frágil. Sin que nos empape de goce, cuenta con valiosos cortes (Change, Never needed anyone, Stronger) y reconforta la buena salud de Mrs. Staples.
Nota: 7/10
Nota: 7/10
jueves, mayo 23, 2019
LA MÚSICA ENTRE EL DOLOR
Necesito reproducir esto, el texto impreso que acompaña el disco de un músico americano del año pasado:
"Durante un tiempo me sentía estéril y vencido, harto de mí mismo, de los viajes y las giras. Tenía una extraña sensación de privilegio que me llevaba a un espacio acristalado de frustración y cansancio. Estaba apático, perdido y enterrado en un refugio de vanidad y autodesprecio. Todo aquello cambió en un instante.
En una pequeña carpa en Lowell, Massachusetts, en 2011, un marido y su esposa se acercaron a mí en un encuentro después del espectáculo; llevaban consigo una tarjeta de baloncesto de su hijo de 11 años, Jack. Estaban abrazados el uno al otro, me señalaban su sonrisa desbordante de alegría, vestido con su sudadera de los Celtics, agarrando una pelota, y compartieron conmigo la noticia de que había fallecido el año anterior tras una larga lucha contra el cáncer. Me explicaron con amabilidad y elegancia que la música que yo hacía era importante para ellos en sus últimos días con Jack, y que todavía la escuchan juntos en casa, en horas sagradas cuando quieren sentirse conectados musicalmente con él. Aquel fue para mí un momento de transformación inmediata.
Me cogió por sorpresa su generosidad y franqueza. En la profundidad de su dolor, encontraron tiempo y fuerzas para venir a mi actuación, esperar bajo la lluvia y ofrecerme una lección tan personal y poderosa como aquella. En aquel encuentro, en aquel sencillo intercambio, sentí un propósito renovado. Quería liberar la vanidad en la que me encerraba y exponerme a mí mismo a las historias de otras personas, abrazarlas y experimentarlas primero. Aquella maravillosa pareja me entregó la tarjeta de baloncesto de Jack, y cuando llegué a casa al acabar la gira la puse en la estantería junto a las fotos de mi familia. A veces cuando vuelvo a mirar esa tarjeta saludo a Jack y a sus padres, y deseo que en algún lugar los tres sientan paz.
Este año me tocó a mí experimentar una grandísima pérdida en mi vida, y estas canciones me han ayudado a encontrar paz en el proceso de dolor. Estas canciones de mi séptimo álbum son más vuestras que mías. Agradezco la oportunidad de compartir y escuchar, de entregaros más música para que os regocijeis, consoleis, reflejeis y desaparezcais en la oscuridad, la luz, el gran sol y la luna nueva."
"Durante un tiempo me sentía estéril y vencido, harto de mí mismo, de los viajes y las giras. Tenía una extraña sensación de privilegio que me llevaba a un espacio acristalado de frustración y cansancio. Estaba apático, perdido y enterrado en un refugio de vanidad y autodesprecio. Todo aquello cambió en un instante.
En una pequeña carpa en Lowell, Massachusetts, en 2011, un marido y su esposa se acercaron a mí en un encuentro después del espectáculo; llevaban consigo una tarjeta de baloncesto de su hijo de 11 años, Jack. Estaban abrazados el uno al otro, me señalaban su sonrisa desbordante de alegría, vestido con su sudadera de los Celtics, agarrando una pelota, y compartieron conmigo la noticia de que había fallecido el año anterior tras una larga lucha contra el cáncer. Me explicaron con amabilidad y elegancia que la música que yo hacía era importante para ellos en sus últimos días con Jack, y que todavía la escuchan juntos en casa, en horas sagradas cuando quieren sentirse conectados musicalmente con él. Aquel fue para mí un momento de transformación inmediata.
Me cogió por sorpresa su generosidad y franqueza. En la profundidad de su dolor, encontraron tiempo y fuerzas para venir a mi actuación, esperar bajo la lluvia y ofrecerme una lección tan personal y poderosa como aquella. En aquel encuentro, en aquel sencillo intercambio, sentí un propósito renovado. Quería liberar la vanidad en la que me encerraba y exponerme a mí mismo a las historias de otras personas, abrazarlas y experimentarlas primero. Aquella maravillosa pareja me entregó la tarjeta de baloncesto de Jack, y cuando llegué a casa al acabar la gira la puse en la estantería junto a las fotos de mi familia. A veces cuando vuelvo a mirar esa tarjeta saludo a Jack y a sus padres, y deseo que en algún lugar los tres sientan paz.
Este año me tocó a mí experimentar una grandísima pérdida en mi vida, y estas canciones me han ayudado a encontrar paz en el proceso de dolor. Estas canciones de mi séptimo álbum son más vuestras que mías. Agradezco la oportunidad de compartir y escuchar, de entregaros más música para que os regocijeis, consoleis, reflejeis y desaparezcais en la oscuridad, la luz, el gran sol y la luna nueva."
lunes, mayo 20, 2019
BONUS TRACK 208: DOWN THE ROAD (VAN MORRISON)
¿Qué puede guardarnos un disco en cuya portada vemos las cubiertas de álbumes de James Brown, Ray Charles, Mose Allison, Chet Baker, Muddy Waters, Hank Williams, Louis Armstrong, BB King, Blind Lemon Jefferson...? Esta portada es una de mis preferidas entre mi colección de música. Es la de uno de los muy buenos discos de la extensa obra de Van Morrison, que escogió como imagen para Down the road (2002) el escaparate de una tienda de discos y memorabilia musical. Un placer mirar, otro escuchar, desconectar. Empezar y terminar este trabajo con Down the road y Fast train es de los brillantes aciertos de Van, que en un paso se inclina hacia el blues y en el siguiente hacia el soul, bajo una nube acogedora de humedad irlandesa. Meet me in the Indian summer o Hey Mr. DJ elevan la emoción de este disco de reconfortante limpieza. En una mañana de domingo, por ejemplo, (¡ah, lo confesaba Uma Thurman en Beautiful girls!) vale esta música para flotar.
sábado, mayo 18, 2019
VOLUME TWO 96: STRAY GATORS
Los Stray Gators nunca tuvieron disco propio. No lo necesitaban, y jamás entró en sus planes. Estaban detrás de un par de obras de Neil Young a comienzos de los setenta (Harvest, Time fades away), después y antes de que el canadiense agarrase las riendas de los Crazy Horse, y de forma ocasional volvieron con él algunos miembros para dar sonido a algún otro álbum más adelante (Harvest moon). Como expertos músicos de sesión que eran, curtidos en la comunidad country de Nashville y junto a calaña como Phil Spector, The Rolling Stones, Chet Atkins, Ry Cooder o Dylan, no tenían necesidad de demostrar virtuosismo, les bastaba con entenderse a ciegas con quienes les contrataban. A mí me encanta cómo se entendían con Young, quien siempre prefirió el óxido al destello, aunque no fuese tan longeva la unión como los fue con Crazy Horse. No hay nada extraordinario en los Stray Gators, solo la frugalidad de una comunión natural.
Neil Young, con 73 años, ha sobrevivido a todos los Gators. Fueron cayendo en los últimos 19 años el pianista y arreglista Jack Nitzsche, también autor de bandas sonoras; el guitarrista Ben Keith, quien más veces se asoció con Neil en las décadas siguientes; el bajista Tim Drummond y el baterista Kenny Buttrey. Young va a abrir de nuevo su caja de archivos para revivir los días en que Stray Gators estaban a su espalda, en la gira de Harvest mientras se surgía Time fades away; lo hace en un álbum titulado Tuscaloosa, donde el oyente puede entrar en ese remolino abrasivo de country rock en el que daban vueltas Neil y los Gators.
Neil Young, con 73 años, ha sobrevivido a todos los Gators. Fueron cayendo en los últimos 19 años el pianista y arreglista Jack Nitzsche, también autor de bandas sonoras; el guitarrista Ben Keith, quien más veces se asoció con Neil en las décadas siguientes; el bajista Tim Drummond y el baterista Kenny Buttrey. Young va a abrir de nuevo su caja de archivos para revivir los días en que Stray Gators estaban a su espalda, en la gira de Harvest mientras se surgía Time fades away; lo hace en un álbum titulado Tuscaloosa, donde el oyente puede entrar en ese remolino abrasivo de country rock en el que daban vueltas Neil y los Gators.
jueves, mayo 16, 2019
BACKWARDS & FORWARDS
Ahora no me gusta lo que hace Coldplay. Me sigue gustando lo que hizo antes: el primer disco, el segundo, el tercero, casi todo el cuarto, y todo lo demás ya no. La canción The Scientist, que escucho mientras tomo café, me viene hoy a la mente, aquella en cuyo vídeo la acción se desarrollaba hacia atrás y terminaba/empezaba en un accidente de circulación. Pienso en el grupo, en esta canción y en aquel sentido inverso de la acción. Hoy que confluyen el pasado, el presente y el futuro y las nubes no dejan ver bien hacia dónde mirar.
domingo, mayo 12, 2019
VOLUME ONE 500: LEYLINES (RISING APPALACHIA)
(Números redondos: 500 entradas alcanza esta sección del blog, 500 discos reseñados al antojo de su autor en el año en que salían al mercado -en realidad hay trampita, pues alguna entrada requería el comentario de más de un disco, y algún álbum era del año anterior-. ¿Muchas entradas?, ¿pocos discos? No me decido por la respuesta. El caso es que seguimos...)
Leah y Chloe Smith llevan la música en el equipaje de sus vidas: como lenguaje de unión, como expresión de activismo, una forma de independencia. Por afinidades doy con estas chicas, Rising Appalachia, y me interesa su rollo: eso de viajar por aquí y por allá y atraer a músicos a su causa, de compartir culturas, mezclar herencias y aprendizaje, la convivencia en un hogar que no se ajusta a límites. Lo primero que escucho de ellas me habla del sucio sur (estamos en USA), de donde ellas vienen, revestido con ropajes de esa acústica tradicional que nace de la vasta cordillera de los Apalaches, un caldo donde cuecen raíces musicales autóctonas con ingredientes que tienen sus orígenes en África, en el norte de Europa, en Irlanda. Está bien, pero me pesa. Leylines (Wider Circles, 2019), con toda esa fusión de fuentes, me satisface mucho más.
Cuenta Leah que el año pasado hasta el último segundo no se decidieron a abrirle la puerta a un productor para su música, ellas tan reacias a cuanto se vincule con la industria o a lo ajeno a su libertad creativa. Creyeron que la persona ideal era Joe Henry, autor de método rápido que no concibe el encasillamiento, y que en un mismo año entrega trabajos con Joan Baez, Steep Canyon Rangers, Milk Carton Kids y Amy Helm. La apuesta no admite error y Henry, con la batuta y la intuición de un maestro artesanal, ha conseguido que Leah, Chloe y sus músicos hayan conseguido una hermosa creación musical. Folk, blues, jazz y soul, con un pie en América, otro en África y una mano en las raíces celtas, se armonizan con sosiego en Leylines para producir exquisitas canciones: Harmonize, Make magic, Cuckoo, Resilient. Tan lejanas, tan próximas.
Nota: 8,5/10
Leah y Chloe Smith llevan la música en el equipaje de sus vidas: como lenguaje de unión, como expresión de activismo, una forma de independencia. Por afinidades doy con estas chicas, Rising Appalachia, y me interesa su rollo: eso de viajar por aquí y por allá y atraer a músicos a su causa, de compartir culturas, mezclar herencias y aprendizaje, la convivencia en un hogar que no se ajusta a límites. Lo primero que escucho de ellas me habla del sucio sur (estamos en USA), de donde ellas vienen, revestido con ropajes de esa acústica tradicional que nace de la vasta cordillera de los Apalaches, un caldo donde cuecen raíces musicales autóctonas con ingredientes que tienen sus orígenes en África, en el norte de Europa, en Irlanda. Está bien, pero me pesa. Leylines (Wider Circles, 2019), con toda esa fusión de fuentes, me satisface mucho más.
Cuenta Leah que el año pasado hasta el último segundo no se decidieron a abrirle la puerta a un productor para su música, ellas tan reacias a cuanto se vincule con la industria o a lo ajeno a su libertad creativa. Creyeron que la persona ideal era Joe Henry, autor de método rápido que no concibe el encasillamiento, y que en un mismo año entrega trabajos con Joan Baez, Steep Canyon Rangers, Milk Carton Kids y Amy Helm. La apuesta no admite error y Henry, con la batuta y la intuición de un maestro artesanal, ha conseguido que Leah, Chloe y sus músicos hayan conseguido una hermosa creación musical. Folk, blues, jazz y soul, con un pie en América, otro en África y una mano en las raíces celtas, se armonizan con sosiego en Leylines para producir exquisitas canciones: Harmonize, Make magic, Cuckoo, Resilient. Tan lejanas, tan próximas.
Nota: 8,5/10
viernes, mayo 10, 2019
VOLUME TWO 95: THE FELICE BROTHERS
El último trabajo de los hermanos Felice, el octavo de su discografía en trece años, da pie a esta entrada y a este retrato somero. No me habría acordado de ellos de no ser por el agradable reencuentro con la mejor versión de la banda que supone Undress (2019) después de una serie de álbumes en esta década tan irregulares como apagados que dejaban al grupo en un punto ciego de orientación. Este descenso de calidad coincidió con el abandono de Simone Felice, en combate con sus problemas de salud y con una aceptable carrera en solitario y con la formación The Duke & The King.
Cuando en su día me encontré con la cubierta de Tonight at the Arizona (2007), cuatro tipos de aspecto oscuro en un paisaje helado, como salidos de films como Los vividores o Forajidos de leyenda, intuí que detrás de la imagen había una sugerente propuesta de folk rock americano. Los hermanos James, Ian y Simone venían de las montañas Catskill, en el norte del estado de Nueva York, y habían crecido entre música de raíz y jam sessions rurales antes de aventurarse a tocar en el metro y las calles de la Gran Manzana. En su música ruda e imperfecta prevalecía el sentimiento, un aroma a tierra y tradición que los acercaba a las esencias de Dylan y sobre todo a The Band. Los dos discos siguientes surcaban el desaliño y la nostalgia con subidas y bajadas de tono, salpicados de emotivas canciones para dejar correr la noche en una taberna, cerca de Woodstock. Hasta que dieron un volantazo a su trayectoria con Celebration, Florida (2011), con un vicio experimental que no encajaba con el grupo, y, en mi opinión, perdieron el rumbo. Otro par de discos monótonos que trataban de volver al punto de partida me hicieron perder la confianza en los Felice. Undress pesca de nuevo en lago seguro, con letras críticas y jocosas hacia su país y un sonido más pulido que no renuncia a la pureza de las semillas de la banda, de nuevo con The Band frente al parabrisas y en el retrovisor.
Cuando en su día me encontré con la cubierta de Tonight at the Arizona (2007), cuatro tipos de aspecto oscuro en un paisaje helado, como salidos de films como Los vividores o Forajidos de leyenda, intuí que detrás de la imagen había una sugerente propuesta de folk rock americano. Los hermanos James, Ian y Simone venían de las montañas Catskill, en el norte del estado de Nueva York, y habían crecido entre música de raíz y jam sessions rurales antes de aventurarse a tocar en el metro y las calles de la Gran Manzana. En su música ruda e imperfecta prevalecía el sentimiento, un aroma a tierra y tradición que los acercaba a las esencias de Dylan y sobre todo a The Band. Los dos discos siguientes surcaban el desaliño y la nostalgia con subidas y bajadas de tono, salpicados de emotivas canciones para dejar correr la noche en una taberna, cerca de Woodstock. Hasta que dieron un volantazo a su trayectoria con Celebration, Florida (2011), con un vicio experimental que no encajaba con el grupo, y, en mi opinión, perdieron el rumbo. Otro par de discos monótonos que trataban de volver al punto de partida me hicieron perder la confianza en los Felice. Undress pesca de nuevo en lago seguro, con letras críticas y jocosas hacia su país y un sonido más pulido que no renuncia a la pureza de las semillas de la banda, de nuevo con The Band frente al parabrisas y en el retrovisor.
miércoles, mayo 08, 2019
BONUS TRACK 207: FLEETWOOD MAC (FLEETWOOD MAC)
Qué pensarían entonces, en 1975, los seguidores de Fleetwood Mac apegados al grupo desde sus andanzas bluseras en el Londres grisáceo de finales de los años sesenta, si es que aún quedaban seguidores. Es singular (no diría radical) la transformación de esta banda, su conversión en un grupo tan diferente al que había surgido unos siete años antes. Gran parte de su audiencia quedaría en el camino y la nueva convirtió en millonarios a los miembros que quedaban y a los que se incorporaron. Es significativo que el décimo disco se titulase como el primero, Fleetwood Mac, el despegue de un nuevo grupo, esta vez sin semillas de blues, sopladas de golpe por la brisa pop que desde la coste Oeste traían Lindsey Buckingham y Stevie Nicks.
A mí nunca me entusiasmaron ni los primeros ni los siguientes Fleetwood Mac, aunque admito que cuando cierta madurez se asentó en mí supe apreciar mejor la transfiguración del grupo y la atractiva corteza de las canciones a partir del disco homónimo del 75, con las chicas compartiendo voces y autoría con los hombres (y parejas y drogas, de paso). El álbum es un ejemplar idóneo para reivindicar el pop o el soft rock que mejor resistió aquella década. Y temas como Rhiannon o Say you love me aún guardan pegada.
A mí nunca me entusiasmaron ni los primeros ni los siguientes Fleetwood Mac, aunque admito que cuando cierta madurez se asentó en mí supe apreciar mejor la transfiguración del grupo y la atractiva corteza de las canciones a partir del disco homónimo del 75, con las chicas compartiendo voces y autoría con los hombres (y parejas y drogas, de paso). El álbum es un ejemplar idóneo para reivindicar el pop o el soft rock que mejor resistió aquella década. Y temas como Rhiannon o Say you love me aún guardan pegada.
lunes, mayo 06, 2019
SOUNDTRACK 229: BURT LANCASTER
Qué inmortales los actores de antes, con ese gen único para la interpretación, el rostro y el cuerpo (los gestos para moverlos y excitarlos) ante una cámara que los amaba, ante un público que soñaba con ellos. Nacieron actores, pensamos tanto tiempo después de que nos dejasen. Grant, Stewart, Hepburn, Stanwyck. Y Burt Lancaster. A los que vinieron más tarde, formidables muchos, los vemos de otra
manera, como hombres y mujeres que luego se convirtieron en actores.
Burt Lancaster fue un actor de mi infancia. A mi padre le encantaba El halcón y la flecha y El temible burlón, con las piruetas de Lancaster y su amigo sin habla, y me contaba que ese actor había sido acróbata de circo, por eso no paraba de saltar desde las alturas y no utilizaba dobles para las escenas peligrosas. A mí también me entusiasmaban aquellas películas, qué emocionantes y divertidas, que hace treinta años que no veo y tenía grabadas en VHS.
Escribo sobre Burt Lancaster porque veo un film antiguo que no había visto antes, El caso 880, donde interpreta a un agente experto en falsificaciones a la caza de un delincuente. Y disfruto una barbaridad, ausente de mi presente, cuando lo veo fumar apoyado en una puerta y desconfiar con la mirada, o agarrar del brazo a una chica para sacarla a bailar con su sonrisa grande de irresistible seductor, o dirigirse a sus compañeros dando instrucciones para organizar una operación policial como si toda la vida esa actor hubiera sido un investigador. Los mejores actores que le sucedieron nunca fumaron ni bailaron igual. Qué grande eras Burt.
Lancaster era mucho más que un atleta de físico portentoso, era un actor que irradiaba una virilidad contagiosa, que caía bien y transmitía rigor y seguridad. Me gustaba verlo como pirata saltarín, pero también en dramas como Jim Thorpe, De aquí a la eternidad, El fuego y la palabra, El hombre de Alcatraz, El tren o El nadador. Con los años, brindó excelentes trabajos en el cine europeo y en una de sus últimas películas, Campo de sueños, se nos marchó, como un espíritu entrañable pegado a su sonrisa enorme, como el abuelo que siempre nos ha tenido en su altar.
Burt Lancaster fue un actor de mi infancia. A mi padre le encantaba El halcón y la flecha y El temible burlón, con las piruetas de Lancaster y su amigo sin habla, y me contaba que ese actor había sido acróbata de circo, por eso no paraba de saltar desde las alturas y no utilizaba dobles para las escenas peligrosas. A mí también me entusiasmaban aquellas películas, qué emocionantes y divertidas, que hace treinta años que no veo y tenía grabadas en VHS.
Escribo sobre Burt Lancaster porque veo un film antiguo que no había visto antes, El caso 880, donde interpreta a un agente experto en falsificaciones a la caza de un delincuente. Y disfruto una barbaridad, ausente de mi presente, cuando lo veo fumar apoyado en una puerta y desconfiar con la mirada, o agarrar del brazo a una chica para sacarla a bailar con su sonrisa grande de irresistible seductor, o dirigirse a sus compañeros dando instrucciones para organizar una operación policial como si toda la vida esa actor hubiera sido un investigador. Los mejores actores que le sucedieron nunca fumaron ni bailaron igual. Qué grande eras Burt.
Lancaster era mucho más que un atleta de físico portentoso, era un actor que irradiaba una virilidad contagiosa, que caía bien y transmitía rigor y seguridad. Me gustaba verlo como pirata saltarín, pero también en dramas como Jim Thorpe, De aquí a la eternidad, El fuego y la palabra, El hombre de Alcatraz, El tren o El nadador. Con los años, brindó excelentes trabajos en el cine europeo y en una de sus últimas películas, Campo de sueños, se nos marchó, como un espíritu entrañable pegado a su sonrisa enorme, como el abuelo que siempre nos ha tenido en su altar.
viernes, mayo 03, 2019
BONUS TRACK 206: THE CLASH (THE CLASH)
Se trata de encajar la música como un golpe, no importa lo fuerte que duela: unas veces entrega un revés fulminante, otras un placentero soplido. Lo que cuenta es que el efecto sea revelador. La música de The Clash tiene (o tuvo) ese impacto, que responde al momento en que emergió de la furia londinense a modo de censura y revolución y a cómo caló en el descontento juvenil. Había que estar allí para sentirlo plenamente, claro. O asimilar como tuya la lucha y la rabia contra los poderes que te aplastaban en la cloaca. El caso es que yo no estaba allí, y desde donde estuve nunca me dieron los Clash ese golpe mágico de gracia y tampoco andaba con el puño alzado. Cuando escucho algunas de sus canciones, si suenan muy alto, consigo encender un nervio en el cuerpo, pero dedicarle más tiempo me desconecta.
He querido probar de nuevo tras haber leído un largo artículo del malogrado Lester Bangs sobre una gira que cubrió con el grupo en Inglaterra y después de ver una película que inventa una improbable amistad entre Joe Strummer y un adolescente, London Town, muy flojita la verdad, con Jonathan Rhys Meyers con los rasgos del líder musical. Por eso he pinchado The Clash, el disco con que la banda irrumpió en 1977, un álbum rápido y afilado, feo y enfadado que sigue distanciándome de los Clash, en el que solo contados cortes como Deny o Police & Thieves alumbran al grupo que sí me satisfizo dos años más tarde con London Calling.
He querido probar de nuevo tras haber leído un largo artículo del malogrado Lester Bangs sobre una gira que cubrió con el grupo en Inglaterra y después de ver una película que inventa una improbable amistad entre Joe Strummer y un adolescente, London Town, muy flojita la verdad, con Jonathan Rhys Meyers con los rasgos del líder musical. Por eso he pinchado The Clash, el disco con que la banda irrumpió en 1977, un álbum rápido y afilado, feo y enfadado que sigue distanciándome de los Clash, en el que solo contados cortes como Deny o Police & Thieves alumbran al grupo que sí me satisfizo dos años más tarde con London Calling.
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