Qué pensarían entonces, en 1975, los seguidores de Fleetwood Mac apegados al grupo desde sus andanzas bluseras en el Londres grisáceo de finales de los años sesenta, si es que aún quedaban seguidores. Es singular (no diría radical) la transformación de esta banda, su conversión en un grupo tan diferente al que había surgido unos siete años antes. Gran parte de su audiencia quedaría en el camino y la nueva convirtió en millonarios a los miembros que quedaban y a los que se incorporaron. Es significativo que el décimo disco se titulase como el primero, Fleetwood Mac, el despegue de un nuevo grupo, esta vez sin semillas de blues, sopladas de golpe por la brisa pop que desde la coste Oeste traían Lindsey Buckingham y Stevie Nicks.
A mí nunca me entusiasmaron ni los primeros ni los siguientes Fleetwood Mac, aunque admito que cuando cierta madurez se asentó en mí supe apreciar mejor la transfiguración del grupo y la atractiva corteza de las canciones a partir del disco homónimo del 75, con las chicas compartiendo voces y autoría con los hombres (y parejas y drogas, de paso). El álbum es un ejemplar idóneo para reivindicar el pop o el soft rock que mejor resistió aquella década. Y temas como Rhiannon o Say you love me aún guardan pegada.
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