lunes, mayo 06, 2019

SOUNDTRACK 229: BURT LANCASTER

Qué inmortales los actores de antes, con ese gen único para la interpretación, el rostro y el cuerpo (los gestos para moverlos y excitarlos) ante una cámara que los amaba, ante un público que soñaba con ellos. Nacieron actores, pensamos tanto tiempo después de que nos dejasen. Grant, Stewart, Hepburn, Stanwyck. Y Burt Lancaster. A los que vinieron más tarde, formidables muchos, los vemos de otra manera, como hombres y mujeres que luego se convirtieron en actores.

Burt Lancaster fue un actor de mi infancia. A mi padre le encantaba El halcón y la flecha y El temible burlón, con las piruetas de Lancaster y su amigo sin habla, y me contaba que ese actor había sido acróbata de circo, por eso no paraba de saltar desde las alturas y no utilizaba dobles para las escenas peligrosas. A mí también me entusiasmaban aquellas películas, qué emocionantes y divertidas, que hace treinta años que no veo y tenía grabadas en VHS.


Escribo sobre Burt Lancaster porque veo un film antiguo que no había visto antes, El caso 880, donde interpreta a un agente experto en falsificaciones a la caza de un delincuente. Y disfruto una barbaridad, ausente de mi presente, cuando lo veo fumar apoyado en una puerta y desconfiar con la mirada, o agarrar del brazo a una chica para sacarla a bailar con su sonrisa grande de irresistible seductor, o dirigirse a sus compañeros dando instrucciones para organizar una operación policial como si toda la vida esa actor hubiera sido un investigador. Los mejores actores que le sucedieron nunca fumaron ni bailaron igual. Qué grande eras Burt.

Lancaster era mucho más que un atleta de físico portentoso, era un actor que irradiaba una virilidad contagiosa, que caía bien y transmitía rigor y seguridad. Me gustaba verlo como pirata saltarín, pero también en dramas como Jim Thorpe, De aquí a la eternidad, El fuego y la palabra, El hombre de Alcatraz, El tren o El nadador. Con los años, brindó excelentes trabajos en el cine europeo y en una de sus últimas películas, Campo de sueños, se nos marchó, como un espíritu entrañable pegado a su sonrisa enorme, como el abuelo que siempre nos ha tenido en su altar.

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