El último trabajo de los hermanos Felice, el octavo de su discografía en trece años, da pie a esta entrada y a este retrato somero. No me habría acordado de ellos de no ser por el agradable reencuentro con la mejor versión de la banda que supone Undress (2019) después de una serie de álbumes en esta década tan irregulares como apagados que dejaban al grupo en un punto ciego de orientación. Este descenso de calidad coincidió con el abandono de Simone Felice, en combate con sus problemas de salud y con una aceptable carrera en solitario y con la formación The Duke & The King.
Cuando en su día me encontré con la cubierta de Tonight at the Arizona (2007), cuatro tipos de aspecto oscuro en un paisaje helado, como salidos de films como Los vividores o Forajidos de leyenda, intuí que detrás de la imagen había una sugerente propuesta de folk rock americano. Los hermanos James, Ian y Simone venían de las montañas Catskill, en el norte del estado de Nueva York, y habían crecido entre música de raíz y jam sessions rurales antes de aventurarse a tocar en el metro y las calles de la Gran Manzana. En su música ruda e imperfecta prevalecía el sentimiento, un aroma a tierra y tradición que los acercaba a las esencias de Dylan y sobre todo a The Band. Los dos discos siguientes surcaban el desaliño y la nostalgia con subidas y bajadas de tono, salpicados de emotivas canciones para dejar correr la noche en una taberna, cerca de Woodstock. Hasta que dieron un volantazo a su trayectoria con Celebration, Florida (2011), con un vicio experimental que no encajaba con el grupo, y, en mi opinión, perdieron el rumbo. Otro par de discos monótonos que trataban de volver al punto de partida me hicieron perder la confianza en los Felice. Undress pesca de nuevo en lago seguro, con letras críticas y jocosas hacia su país y un sonido más pulido que no renuncia a la pureza de las semillas de la banda, de nuevo con The Band frente al parabrisas y en el retrovisor.
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