martes, abril 30, 2019

LIVE IN 230: BOB DYLAN, SANTIAGO 2019

De nuevo en el templo temes por un momento que la liturgia caiga en la monotonía, que desde el altar nada enriquecedor vaya a estimular tu fe, de tantas veces que has asistido. Es una amenaza tibia y fugaz: comienza el sermón y avanza la ceremonia, una más, entre cúspides y hasta el éxtasis. Es la gracia de la creencia. Hoy es un orgullo amar a este hombre.

No importa que eches de menos canciones, que en un tramo de la velada te despisten un par de temas y te salgas de la corriente, o que la guitarra suene a veces apagada. No, de verdad que no importa, porque lo realmente hermoso consigue hacerte llorar cuando se reinventa por enésima vez sin perder el alma con que nació (Don't think twice it's all right, Simple twist of fate), o porque la música, una masa etérea a la que dar múltiples formas, muestra el filo fascinador que se clava en tus entrañas (Early Roman kings, Gotta serve somebody) y te lleva hacia mundos pantanosos (Scarlet Town) o te asalta de euforia (Like a rolling stone).

El maestro ahí delante, ese señor tan débil con un foco a su espalda para no mostrar los rasgos de la vejez, parece que está de buen humor esta noche, aunque tengamos que contentarnos solo con miradas satisfechas desde el frente y dos manos a los labios que parecen el arranque de un beso a la audiencia. Bob Dylan.

A mi lado, en segunda fila, tenía a un tipo que la noche anterior lo había visto en Gijón y antes en Bilbao. "Otro gran concierto", me dijo al despedirse. "Bueno, pues ya he visto a Dylan 26 veces", le oí decir a otro hombre en el camino hacia la salida. Mis modestas 7 veces me hacen dichoso en esta vida.

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