Ayer: Este
fue el disco con el que entré en Nick Cave, y al acabar de escucharlo me hizo
salir. Lo digerí sin dejar de retorcerme en el asiento, incordiado por un
zumbido permanente o por los golpes de un martillo que no se cesan. Su atmósfera
turbia, la voz grave y machacona y la crudeza de una música que acogía aquellos
relatos criminales fueron carga pesada que en aquel momento me disuadieron de
volver al autor. La primera escucha de Murder Ballads (1996) condicionó mis
posteriores incursiones en el universo de Cave y los Bad Seeds, del que, con el
tiempo, extraigo tantas agradables travesías como recorridos frustrados.
Hoy: La
música palpita con desasosiego y el clima pasa de lo sensual a lo abrumador,
con Cave en el altar desde el que escupe sus baladas de muerte. Pero lo que entonces
me asustó me seduce ahora, crujiente y arrebatador, con veneno en su aguijón. Stagger
Lee, Henry Lee, Where the wild roses grow y la monumental O’Malley’s Bar son piezas
bárbaras fabricadas por un grupo bárbaro. Los discos son los mismos, somos
nosotros quienes avanzamos con el viento de los cambios.
1 comentario:
Es un discazo ... tambien una señal del cambio de los tiempos. A su modo, esto fue un superventas en aquellos años. Y volviendo a Dylan ... el Death is not the End aqui es atronador.
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