Entre
noviembre de 1979 y mayo de 1980 en un concierto de Bob Dylan no había lugar
para sus temas clásicos. Ni canciones protesta en acústico ni éxitos en
descarga eléctrica, ni Hard Rain ni Rolling Stone. En pleno fervor católico,
entregado a Dios y a su obra en la Tierra, la fe de Dylan le ordenaba componer sus
repertorios nada más que con los temas de sus álbumes cristianos Slow Train
Coming, Saved y Shot of love, que se publicaría un año después. No son sus
mejores trabajos, pero grabaría después algunos peores. La ausencia de canciones
reconocibles no hacía menos memorables o vibrantes los conciertos (con el paso
del tiempo, se fueron haciendo cada vez más aburridos, aunque los devotos -o
muy fans, fe aparte- nos resistimos a admitir cualquier atisbo de tedio). El
último bootleg oficial de las imprescindibles Series de Dylan, Trouble no more,
demuestra el ardiente vigor que tenían parte de los directos de aquellos años.
Cierto. Y
uno que ha pasado por caja y por la sala de butacas o el tumulto del público
unas cuantas veces lamenta no haber estado allí, cuando era demasiado joven.
Fueron tremendos ‘lives’ aquellos, con un Dylan entre predicador y orador, excitado
unas veces moderado otras, proclamando con furia o delicadeza las estrofas de Slow
train, Covenant woman, Precious angel, Gotta serve somebody, Man gave names to
all the animals, What can I do for you, Dead man, dead man y otras intensas
canciones. Claro que el autor tenía detrás a una banda sobresaliente con la que
no es posible bajar de las alturas: Fred Tackett en el mástil, Spooner Oldham
ante las teclas, Tim Drummond con el bajo, el incombustible Jim Keltner con las
baquetas y los coros femeninos que, con su entrega ardorosa, convertían las
veladas en experiencias religiosas.
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