A Lizz Wright la conocí en un café, aquel en el que durante varios años tomaba el café con leche mañanas y tardes antes de entrar en el trabajo. Me acariciaban de fondo, entre sorbos y los periódicos del día, la voz cálida y relajada de Lizz y el exquisito ropaje sonoro que cubría el disco Dreaming wide awake, con sensuales versiones de Neil Young o The Youngbloods producidas por Craig Street (Cassandra Wilson, Norah Jones), un álbum que poco después compré. Era el año 2005. Lizz tenía un álbum previo y luego grabó tres más, cada uno no tan logrado como el anterior, olvidables. Ahora acaba de terminar uno más, Grace (Concord, 2017), tan bello como el disco con el que un día la conocí, agraciado por la firmeza de la madurez de la artista y de otro experto e infalible productor.
Parece ser que
Joe Henry le presentó unas 70 canciones de distintas épocas y estilos a Lizz
Wright que pensó que le servirían para canalizar la experiencia de haber hecho
un viaje por el sur de los Estados Unidos, una suerte de viaje interior con el
que reforzar la conciencia histórica y social. Nueve de los diez temas de Grace
son versiones escogidas por ella (nada de piezas reconocibles, algunas son recientes
canciones de autores poco conocidos) y en prácticamente todos y en el que es
original conviven en armonía, con elegancia sofisticada y pureza auténtica, los
géneros en los que durante su carrera han reposado las voces siempre templadas de
la cantante de Georgia: el folk, el blues, el jazz y el gospel. Conjuntar
climas con tanta delicadeza como pasión es un alto logro, una conquista de este hermoso álbum.
Nota: 8,5/10
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