En
más de una ocasión este año, al escuchar el último disco grabado
por ciertos músicos y grupos musicales a los que suelo dedicar
distinto grado de interés, la primera impresión que me han causado
es la de creer firmemente que su música está agotada, estancada.
Que tras una trayectoria en general larga (también las hay cortas),
en la que son más los trabajos elogiosos que los fallidos, ya no
tienen más que decir, que han perdido toda trascendencia y poder de
atracción y no importan nada. Son casos diferentes de agotamiento,
que se pueden deber a la repetición de fórmulas, a no saber
adaptarse a pequeños o grandes cambios, a riesgos a destiempo que no
encuentran la dirección, a la pérdida de inspiración, talento o
incluso ilusión, a no dominar su propia música, a perder la
capacidad de hacer buenas canciones. Puede ser una enfermedad
pasajera o puede ser un mal ya incurable.
Hay casos en los que la
decepción o la indiferencia provocada por esos discos recientes no
me afecta ni me preocupa en absoluto, pero hay otros casos en los que
el desgaste que deriva en mediocridad me duele un poco más y me da
pena que un músico o una banda que en otro tiempo me gustaron ahora
me parezcan tan anodinos. Pongo ejemplos.
Queens of the Stone Age. Foo
Fighters. Tori Amos. Arcade Fire. Chuck Prophet. Ray Davies. Fleet
Foxes. Joaquín Sabina. Pretenders. Los sigo escuchando porque creo
que aún desprenden rayos de expectación, una fiabilidad cada vez
más débil y lejanas huellas de calidad, pero lo que me encuentro es
espesura siniestra, griterío insípido, vacío de emociones en
envoltorios satinados y canciones insulsas que no transmiten nada.
Dejo para el final a U2. Hasta
diciembre no publicará su nuevo álbum, pero los dos adelantos
presentados no auguran nada digno, nada bueno. Esto me causa más
lástima porque no puedo evitar al niño y al joven que creció
agradeciendo al grupo que le enseñase a amar la música… y todo lo
demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario