El mal. La villanía.
La ruindad. Todo ello representa Frank Underwood, movido por el poder, la codicia
y la manipulación sin límites. El valor de una serie de televisión, o de una
película, se eleva muchas veces por la fuerza de su villano. Con Frank
Underwood no surgen las ambigüedades morales que suscita Dexter Morgan, por ejemplo.
Frank es un hijo de puta descomunal. Por eso, y por muchas virtudes, House of
Cards, la cara despreciable de El ala Oeste de la Casa Blanca, es una serie
magnífica. Anímense a verla, a disfrutar con los mezquinos ardides de Frank
Underwood.
Sí, unas cuantas
virtudes. Sobrios y excelentes actores (atención al gélido secuaz que
interpreta Michael Kelly, al pobre tipo al que da vida Corey Stoll y a Robin
Wright, encantadora pérfida). Su plantel de directores (James Foley, Carl
Franklin, Allen Coulter, Joel Schumacher, David Fincher, uno de los productores
de la serie). Su intrigante trama y su crudo reflejo en la triste realidad de
nuestros dirigentes y gobiernos. Y un tremendo Kevin Spacey transformado en un desalmado
cabrón con ambiciones desmedidas en las más altas esferas del poder, capaz
de destrozar todo y a todos quienes se pongan por delante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario