Al Rosalía, siendo crío, me llevaron mi madre y mi abuela a ver una o dos películas de Parchís. Años después ya fui solo al estreno de El club de los poetas muertos. Después dejó de haber cine, solo esporádicos ciclos de clásicos sacados del archivo como Casablanca y El apartamento, a los que no falté. Y vi teatro, un par de obras. Y a los Jayhawks, y a Bettye LaVette. Y cubrí para el periódico en que trabajo una gala de nuestros propios premios a la música gallega. Y hoy le ha tocado el turno a Elliott Murphy.
Repito
con él en casa. Ahora el escenario es mejor, porque el teatro es precioso.
Elliott se trae a su inseparable Olivier Durand (qué bárbaro) y a dos franceses
más con los que forma The Normandy All Star. Y cumple, vaya que si cumple.
Porque es un músico sin manchas en el historial, sin tropiezos, de los que no
tienen discos malos. Repasa unos cuantos. Suenan muy bien los temas más
lejanos, como Drive all night y Last of the rock stars. Muy suave Green river. Prometen
los del último álbum, que me coge despistado. Se lo está pasando bien. Anima a
la gente, que se anima. Estos tipos no defraudan nunca. Me desorienta un poco el
teatro pese a su hermosura, porque el concierto, tan achispado, hubiera sido
mejor vivirlo en pie y más cerca de los músicos. Un Heroes de Bowie en fase de
excitación (Durand, emperador) cierra otra gran noche de música.