Cada año leo la biografía de algún músico, no necesariamente la de uno de mis favoritos. Me gusta conocer sus métodos creativos, el entorno en que compuso sus canciones o el efecto que produjeron sus álbumes. Y sus frivolidades y escándalos, la historia rosa, si la tiene. Me gusta escuchar al mismo tiempo sus discos, seguir y comprender la evolución de su obra. Este año el elegido ha sido Leonard Cohen, después de recibir como regalo las 700 páginas de I’m your man, escrito por Sylvie Simmons. Antes y después de su lectura llego a la misma conclusión: Cohen es uno de los músicos más sobrevalorados que hay.
Sus canciones
son casi siempre mejores cuando las interpretan otros autores. Porque la suya
es una voz cansina y distante, de una languidez exasperante al comienzo de su
carrera y de una gravedad fatigosa al final. Salvaría solo tres de sus doce
discos (directos y colecciones al margen): Various positions (1985), The future
(1992) y Old ideas (2012). Y alguna canción aislada. No sintonizo con la fría imagen
de autor respetable que desprende ni con la profundidad reflexiva de su poesía.
Poeta y
novelista antes que músico tardío, entró en los estudios a las órdenes del
productor Bob Johnston. Sus primeras obras, casi desnudas de instrumentos, me
resultan soporíferas a pesar de su par de buenas canciones. El álbum que le
produjo Phil Spector, Death of a ladies’ man (1979), es vergonzoso. Hasta
mediados de los ochenta es “deprimente y deprimido” (cito a Rolling Stone),
después parece abrazar el optimismo al experimentar con teclados y
sintetizadores y darle más claridad a sus coros femeninos. El éxito que le
acompañó (también tardío y mucho mayor en Europa que en USA) se transformó en
reverencia.
Muchas mujeres
pasaron por sus brazos, ninguna lo bastante para durar eternamente. Se entregó
a la meditación zen y se aisló del mundo cuando quiso, en un monasterio de una
montaña, en la reclusión de una cabaña. Una de sus agentes saqueó sus cuentas y
lo dejó sin blanca. Volvió a la carretera para tener con qué vivir y recuperar
la dignidad, ya con setenta y tantos años. Entonces se hicieron incontables los
homenajes, medallas, espectáculos y producciones musicales, libros, premios, espacios
de honor en pasillos de fama… Yo, después de la lectura agradable de una
biografía bien escrita en la que acabo por cogerle cariño al personaje, paso
pronto la página y me propongo no volver a escuchar a Cohen en mucho tiempo.
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