No es tan difícil, en serio, basta
con dejarse llevar por el placer de la conversación, preguntas y respuestas en
vivo, sin distancias. La clave es disfrutar de ello. Hablar durante dos horas
sin interrupción, contarse cosas, historias, ficciones, reflexiones, reír,
pensar, recordar… y no desviar la atención en absoluto hacia esa pantalla
esclavizante alertados por un sonido o una vibración. No más respuestas que las
que se dicen a la cara. Miremos al frente y dejémonos la vista en nuestros
rostros. No es necesario saber que a alguien le duele una muela, que se ha
levantado del sofá para abrir la nevera y preparar un sándwich o que su niño ha
marcado un gol en el partido del sábado. Si a esto estamos encaminados, si este
abuso consume el encanto de nuestras voces, prefiero quedarme callado.
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