Donovan no
tiene leyenda, tampoco aureola ni una audiencia que lo reverencie. No le han
dedicado pesada bibliografía ni estudios sobre el significado de sus canciones.
No se ha inventado un personaje que lo trasciende ni se ha embarcado en giras
de conciertos que nunca terminan. No sé si merece todo eso, pero sí sé que merece
detenerse a escucharlo con atención, respeto y también admiración. Ahora estoy explorándolo
un poco más que cuando empecé a conocerlo, despacio y ordenadamente para
encontrarle coherencia al porqué de sus etapas, a una trayectoria rica y desde
luego personal. Lo disfruto más cuantos más misterios me ofrecen sus discos.
Su obra conecta con el pulso que late en la música popular
de las décadas
de los sesenta y setenta. Se entretiene en registros distintos: folk, rock, psicodelia,
jazz y algunos deslices experimentales. Entre Su obra conecta con el pulso que late en la música popular del 65 y el 83 grabó muchos
discos, cual tierno crío folk al principio, trovador del flower power, un hippie
con menos marihuana más tarde. Algunos de sus trabajos son preciosos (Fairytale),
otros son simpáticos (Mellow yellow) o perversos (The hurdy gurdy man); también
tiene material difícil (A gift from a flower to a garden) pero siempre le
acompaña una delicadeza apaciguadora en su voz escocesa y más de una bella canción
por álbum. En su carrera se ha recluido más de una vez, apartado en un retiro
hogareño para esconderse en la literatura, sobre todo poesía. También renació (Sutras,
1996) para volver a aislarse y componer poco. Por eso se le recuerda menos, se
habla poco de él, aunque no se le olvida. Un pequeño grande (o un grande pequeño), Donovan.
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