El día no ha dejado de llorar, ni un minuto de descanso se ha dado. Las tierras necesitaban el llanto del cielo, los pozos clamaban por una transfusión de sangre. Horas de alfombra y sofá, libros abiertos y altavoces afónicos… las nubes invitaban a enclaustrarse, pero he salido a la calle, a cubrirme del gris espeso que se traga la ciudad, a dejar pasar un día más. Un día entre tantos. La espuma del mar se confundía y entrelazaba con el horizonte sin línea y las olas ebrias besaban la pared. Las gotas repiquetean con gracia en los cristales, los neumáticos quiebran el oleaje de los charcos, baila el agua en el aire. Nunca llueve que no escampe.
jueves, abril 19, 2012
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