Porque la música de Isobel y Mark demanda ese silencio que hasta conmueve. Contiene el poder de evocación que transmite la fascinación de algunos fotógrafos o directores de cine cuando retratan la carretera, las carreteras americanas. A mí me pasó, me dejé llevar. En la hora y media que duró la actuación cerré los ojos en cada tema para encontrarle una pintura, una escena de una película, un capítulo de una novela, y me salieron tantas imágenes, situaciones y ambientes que perdí la cuenta: un amanecer resacoso, la ropa en los tendales de una pradera, botellas vacías de licor en el asiento trasero de un coche, un tugurio maloliente, el viento que agita el cabello de una mujer que saca su cabeza por la ventanilla, el desierto callado, una pelea en un garito, Arkansas, California, Texas, Dakota…
Música impecable, calmada, sedante, delicada, preciosa. Escogieron los mejores temas de los tres álbumes que tienen. Back burner, por ejemplo, sonó colosal. O Come undown. O Sally, don’t you cry. O ese regalito que es Eyes of green (lástima que no vaya más allá de esos dos minutos escasos). O Get behind me, el único momento en el que los músicos se desataron un poco. Vamos a ponerle un pero a la noche. La pareja es muy fría. De Lanegan ya suponía que no iba a volver a abrir la boca más que para cantar. Ella también. Mira al hombre de vez en cuando con una sonrisa temerosa. Él ni se inmuta. Bueno sí, lo hizo un par de veces. Le costó sonreír, sí. Ni gracias dijeron. Adiós con la mano. Uno de los excelentes guitarristas nos sacó una foto al público desde el centro del escenario en la despedida. “Thanks”. Éste sí habló.
No hay comentarios:
Publicar un comentario