Ahora cambiaríamos de acera, o si no pudiésemos hacerlo a tiempo bajaríamos la vista al suelo o la dirigiríamos a cualquier punto perdido del vacío. Para qué retomar un saludo si no quedan ganas de hablar, si no hay nada que contar. Durante un año aún seguiste existiendo, al siguiente te perdiste en el niebla, en el último ya no eras ni fuiste.
¿Dura tres años? Puede. No me gustó aquella novela, salvo el título. Desde entonces he abrazado una acomodada libertad que de vez en cuando amaga el reto de querer ser corrompida. Ya no hay aguijones clavados, hay algún hormigueo deslizante y ganas inciertas.
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