viernes, diciembre 29, 2006

VOLUME TWO 24: THE BYRDS

Si cabe algo tarde he empezado a disfrutar de los Byrds. Pero nunca es tarde si la recompensa siempre espera. Tenía hasta hace poco una completa recopilación y un doble disco estupendo, pero en uno de esos latigazos de empacho que me dan a menudo me he lanzado desde el trampolín para zambullirme en poco más de una semana en los ocho primeros discos de estudio de la mítica banda californiana, los que preceden a ese gran doble Untitled / Unissued de 1970.

Esos ocho discos que abarcan sólo cinco años y diversas formaciones del grupo resumen exactamente el curso que fue tomando la música americana de finales de los sesenta. Los Byrds asimilaron algunas tendencias imperantes, pero muchos más grupos de la década siguiente e incluso de los últimos diez o quince años se han inspirado en los Byrds para poner en marcha su carrera y asentar géneros consolidados, como el llamado ‘americana’. Ellos, con Roger McGuinn (tras descartar su nombre Jim) siempre al frente, ejemplifican el salto del folk al rock con el tránsito intermedio por el country y la psicodelia. Estos cuatro géneros se pueden combinar al antojo del oyente para calificar cada uno de esos ocho fantásticos discos.

La carrera de The Byrds despega con Mr. Tambourine Man, el álbum que toma el nombre de una canción de un tal Bob Dylan y que incluye esa y otras tres versiones de su repertorio folk. Los Byrds electrificaron al músico de Minnesota para acercarlo a los sectores menos puristas y hacer que sonara en las radios de frecuencia ancha. Corría el año 1965 y el mismo Dylan enchufó también su guitarra para cambiar el curso de la historia del rock. Los Byrds están compuestos por McGuinn, Gene Clark, David Crosby, Chris Hillman y Michael Clarke. Entre todos cantan y casi todos tocan la guitarra. Salvo McGuinn, los demás harían las maletas poco o bastante después para aventurarse en solitario o aterrizar en otras bandas. Turn! Turn! Turn! (1966) sucede al disco de debut e insiste en ese folk electrificado de sonoridades apacibles. Fifth dimension, del mismo año, supone un pequeño salto hacia contenidos más psicodélicos, como ejemplifican la maravillosa canción Eight miles high y una versión muy kitsch del Hey Joe inmortalizado por Hendrix. En esos mismos tonos insisten Younger than yesterday (1967), cubierto por un rock más ácido, y The notorious Byrd brothers (1968), disco que acerca al grupo al sonido country más insistente en Sweetheart of the rodeo, del mismo año, que supuso la fugaz intervención en el grupo de Gram Parsons. The Byrds siguen mutando y experimentando, cambian su base rítmica y se reducen a cuarteto en Dr. Byrds & Mr. Hyde (1969), trabajo que aún conserva restos country y que oscurece su folk rock hasta acercarlo a los territorios de Hot Tuna o Jefferson Airplane. Meses después Ballad of easy rider, con su preciosa canción titular y aún con versiones idílicas de Dylan en la recámara, cierra un periodo brillante en la música americana y en el camino de un grupo cuya modesta trascendencia se entendió mejor décadas después. Cuatro discos más sirvieron los californianos hasta su disolución en 1973.


The Byrds, pioneros y referentes, sencillos y encantadores. Si tuviera que elegir sólo uno de esos ocho álbumes, escogería Fifth dimension, la joya más reluciente en toda esa travesía entre 1965 y 1969, años que por suerte podemos imaginar gracias a la magia de la música.

martes, diciembre 26, 2006

BOOTLEG SERIES 4: HASTA SIEMPRE, PADRINO (JAMES BROWN)

Hoy nos ha dejado un gigante, un tipo único y trascendental en el devenir de la música, sin cuya existencia el soul, el funk, el disco, el hip hop y el rap habrían tomado quizá otras direcciones y enseñado otros contenidos. Incluso en la cama de un hospital James Brown ha muerto a lo grande, el día de Navidad, unas fechas antes de acabar el año sobre un escenario, como tenía previsto.

Su imagen sudorosa, entre exuberante y grotesca, es un icono reconocible entre los mitos de la música popular. Su legado artístico a lo largo de más de cincuenta años se sustenta en una docena de clásicos angulares del soul y del funk (Please please, please, Out of sight, It’s a man’s, man’s, man’s world, I got you (I feel goog), Papa’s got a brand new bag, (Get up I feel like being a) Sex machine, I’m black and I’m proud) explotados hasta el aburrimiento en anuncios, películas, programas de televisión y cientos de recopilatorios y se completa con infinidad de ritmos y poses, gritos y arrebatos vocales y corporales que le convirtieron en una bomba musical y sexual, un conquistador de la noche y de las mujeres. En una legendaria noche de 1963 en el teatro Apollo de Harlem calentó las bragas de centenares de jovencitas que entonces explotaron de orgullo por ser negras. Y los negros que le vieron y le fueron descubriendo quisieron ser como él, atractivos, irresistibles y volcánicos.

Rey del funk o padrino del soul (la madrina sería Aretha Franklin), James Brown se bautizó además en el góspel de la mano de Bobby Byrd para escapar de la pobreza en la que se crió allá por los tórridos parajes de Carolina del Sur. Sus primeros pasos en otras formaciones antes de tener el peso de su presencia como garantía le cambiaron con rapidez al rhythm & blues, hasta que entrados en los sesenta fue bendecido por el éxito gracias a la música de su alma, un soul apasionado y retorcido, capaz de quemar el corazón de una hembra con el ensortijado movimiento de sus pies, sus teatrales aspavientos y ese sudor grasiento que le chorreaba de su pastosa cabellera. Mick Jagger y Michael Jacson le deben mucho a James Brown en escena; como Parliament, Funkadelic, decenas de soul men de segunda fila y cientos de raperos de todas las especies. En los setenta transformó el soul de su cosecha en funk de discoteca, convirtió esa música en una máquina del sexo. Los ochenta y noventa fueron conflictivos y aciagos para James Brown y el alcohol, las drogas, las desgracias familiares y la cárcel, donde pasó varios años, le fueron debilitando. Las colecciones de sus éxitos le reportaron beneficios de supervivencia y con ellos se permitió concesiones benéficas. A los 73 años seguía dando conciertos y alimentando su leyenda. Hasta ayer.

Hasta siempre, padrino. En el cielo seguirás conquistando corazones, en nuestros discos nunca mueres.

domingo, diciembre 24, 2006

BONUS TRACK 16: MELLON COLLIE & THE INFINITE SADNESS (THE SMASHING PUMPKINS)

En fin de año tiendo a ponerme a recordar, no sólo lo que nos fueron dejando los últimos doce meses, sino todas las páginas anuales de nuestra vida. En un ataque de extraña e imprevista morriña desempolvé un disco de esos que no escuchaba desde mis días universitarios, un disco con más de una década de edad cuyo reencuentro con él me ha servido no sólo para viajar en el tiempo y acordarme durante un par de horas de muchas cosas y personas que tenía olvidadas, sino también para admirar de nuevo el mejor trabajo de una banda ya inexistente, vilipendiada por algunos sectores críticos y aficionados que masacraron a muchos grupos del impreciso terreno del rock alternativo en la década de los noventa, pero también alabada por músicos supervivientes y otros nostálgicos seguidores de aquellos tiempos: The Smashing Pumpkins.

Por supuesto, su mejor disco data de 1995, el ambicioso doble Mellon Collie & The Infinite Sadness (Virgin). El arrebato acaparador de Billy Corgan -cuya mística imagen cenobita comenzó a depararle antipatías a raíz de este disco- corría el riesgo inevitable de resultar tan pretencioso como equivocado. Dos horas de música, 28 canciones originales, un disperso revuelto de inclinaciones roqueras… y justo en el momento idóneo para la banda, sólo dos años después de haber triunfado en el mercado y la carretera con su segundo álbum, Siamese dream (1993). El resultado fue magnífico.

Once años después Mellon Collie… conserva la virtud de presentar un contenido uniforme y coherente, un sentido definido en el encadenado de canciones una detrás de otra en un conjunto de formato doble. Gran parte de su mercancía es inmortal, no solamente unos cuantos temas que resumen las emociones musicales de la década (Bullet with butterfly wings, Tonight tonight y 1979), sino preciosas histerias como Bodies o Jellybelly o idílicos descansos como Galapogos o Porcelana of the vast oceans. Los músicos menos (o nada) grunge de aquellos días demuestran una madura habilidad para sobrecoger con sus cambios de entonación y sus saltos del hard rock distorsionado al más encantador pop de ensueño.

Por desgracia, Smashing Pumpkins nunca volvieron a rendir tan bien como en su disco más redondo hasta su desaparición en 2000 y Billy Corgan en solitario y en otros proyectos no dio la talla.

jueves, diciembre 21, 2006

VOLUME ONE 47: LAST MAN STANDING (JERRY LEE LEWIS)

¿Reconocéis a los de la foto? Son Jerry Lee Lewis, Carl Perkins, Elvis Presley y Johnny Cash y la imagen fue tomada el 4 de diciembre de 1956 en los míticos estudios Sun de Memphis durante una jam session grabada que se conoció como la del ‘cuarteto del millón de dólares’. El único de los cuatro músicos que queda vivo, el ‘last man standing’ es Jerry Lee Lewis, el único que aún puede permitirse un digno regreso al escenario de los mitos vivientes con un nuevo disco bajo el brazo. Así ha sido. Y por cortesía de nuestro amigo Jaime y recién traído de los Estados Unidos, aquí tenemos precisamente Last Man Standing (Artists First, 2006), el retorno, diez años después de su último disco y a los 71 años de edad, del Killer.

Ni me cayó bien Jerry Lee ni le seguí demasiado su carrera salvo por el puñado de célebres temas que él mismo, con la ayuda de su revuelta y escandalosa vida y leyenda, inmortalizó. Pero un regreso como éste merece una atención especial no sólo por la mera reaparición del músico una vez más desafiante ante las teclas de su piano, sino por el impresionante elenco de amigos que ha reunido para hacerle compañía. En los 21 temas del disco cantan y tocan junto al Killer (y por este orden) Jimmy Page, BB King, Bruce Springsteen, Mick Jagger y Ronnie Wood, Neil Young, Robbie Robertson, John Fogerty, Keith Richards, Ringo Starr, Merle Haggard, Kid Rock, Rod Stewart, George Jones, Willie Nelson, Toby Keith, Eric Clapton, Little Richard, Delaney Bramlett, Buddy Guy, Don Henley y Kris Kristofferson… (un respiro) interpretando viejas canciones, algunas de ellas de su propia y primitiva firma. Una experta banda de estudio, con el gran batería todoterreno Jim Keltner presente, soporta los temas, grabados casi todos en los Phillips y Sun Studios.

Todo esto convierte Last man standing es un disco especial para mitómanos nostálgicos. Algunos artistas aportan detalles de su cosecha (las guitarras de Page, BB, Robertson y Clapton, la voz única de Rod Stewart, la furia divertida de Little Richard) sobre versiones rocanroleras, country y blues más que decentes que no pasarán a la historia pero que hacen entrañable una grabación que de no tener estos ingredientes habría tenido nula repercusión. Todo suena rico y perfecto, aunque Jerry ya no le prenda fuego a su piano.
Nota: 7/10

martes, diciembre 19, 2006

SOUNDTRACK 23: ROCK SONGS IN MOVIES

Sin más dilación recojo la sugerencia de Carlos V. M. y me pongo a pensar en unos cuantos (mis mejores) temazos del pop y del rock que se han convertido también en acompañamientos perfectos de maravillosos momentos o secuencias de películas. Se podrían llenar varios posts y nombrar mil y un films, pero me limitaré a exponer mis preferidos para que todo aquel que lea este texto recordatorio se anime a hacernos saber sus favoritas ‘rock songs in movies’.

Apagad las luces y que vuestros oídos os hagan navegar más allá…

-Everybody’s talkin’, de Harry Nilsson, al comienzo de Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969), siguiendo los pasos del vaquero Jon Voight al dejar su pueblo de Texas y entrando en la Gran Manzana.
-Once I was, de Tim Buckley, en El regreso (Hal Ashby, 1978), mientras un personaje se adentra desnudo en el océano.
-Johnny B. Goode, de Chuck Berry, en Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985), interpretada jovial y frenéticamente por Michael J. Fox hasta transformarla en una canción heavy.
-Voodoo child (slight return), de Jimi Hendrix, en el turbulento arranque callejero de En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993).
-God moving over the face of the waters, de Moby, en Heat (Michael Mann, 1995), como sintonía del épico cierre de tan monumental obra maestra.
-Tiny Dancer, de Elton John, cantada por los protagonistas de Casi famosos (Cameron Crowe, 2000) en el autobús de la banda.
-Wise up, de Aimee Mann, con cada verso en boca de todos los personajes principales de Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999).
-Cosmic dancer, de T. Rex, en los saltos iniciales de Jaime Bell, preciosa bienvenida al espectador en Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000).
-Sweet thing, de Van Morrison, al final de El compromiso (Brad Silberling, 2002), acompañando la partida de dos de sus protagonistas en busca de un nuevo destino.
-Shadow on the sun, de Audioslave, en Collateral (Michael Mann, 2004) cuando Cruise y Foxx contemplan en silencio a un lobo cruzando una carretera de Los Ángeles en plena madrugada.

…y para finalizar…

-The End, de The Doors, al principio y sobre todo al final de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), el éxtasis de la locura, el culmen del horror.

-PD1: Y, por supuesto, todas las canciones que suenan en Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994).

-PD2: Y como ya he contado en más de un post anterior, cada canción de Tom Waits que aparezca en cualquier película.


-PD3: Y aunque no sea un tema pop o rock, la pieza clásica Claro de Luna, de Claude Debussy, cuando Al Pacino y Michelle Pfeiffer se besan delante de un gran escaparate descubierto de flores en Frankie y Johnny (Garry Marshall, 1991).

jueves, diciembre 14, 2006

GREATEST HITS 14: GIMME SHELTER (THE ROLLING STONES)

De charla nocturna con Diego en uno de nuestros templos preferidos, ensalzamos el sensacional tema de los Rolling Stones Gimme Shelter a propósito de su inclusión en la película Infiltrados, de Martin Scorsese, en dos momentos del metraje. Mucho le gusta la canción al director de Taxi Driver que no se cansa de escogerla para salpicar las historias mafiosas de su filmografía, ya que también la ha utilizado en Uno de los nuestros y Casino. Es un tema ideal, tal como queda reflejado en el montaje final, para contextualizar los argumentos criminales de los films de Scorsese, aunque su escueto contenido hace alusión a los agitados conflictos sociales y a los disturbios callejeros que las calles de los Estados Unidos vivían a finales de los sesenta.

Los Stones grabaron la canción en 1969 dentro del disco Let it bleed, el primero en el que tocó el guitarrista Mick Jones. Es el primer tema de ese álbum y una de las cimas de esa época dorada del grupo. Merry Clayton, una seductora cantante de gospel y posterior actriz de corta carrera, fue contratada para aportar la voz femenina del tema, un enigmático torrencial vocal que entra en acción en el primer estribillo, se desgañita en el puente de la canción para acabar lidiando con la armónica arrugada de Mick Jagger en los segundos finales. Lisa Fischer, la maciza corista que los Stones tienen en su banda de gira desde el Voodoo Lounge Tour, aprovecha la intervención mítica de Clayton para mantener un cortejante pulso con Jagger cada vez que el grupo la toca en directo.

Gimme Shelter (que curiosamente escuché por primera vez en una película nada mafiosa como Aventuras en la gran ciudad, primeriza obra de Chris Columbus) es una de mis canciones favoritas de los Rolling Stones, tanto cuando la recuperan en vivo décadas después de su primera concepción, como cuando cualquier cineasta de envergadura la rescata para engrandecer a un personaje (el arranque de Infiltrados con la temible presentación de Jack Nicholson por las calles de Boston).

Tras recordar los primeros años de carrera de Bob Dylan en el documental No direction home, ahora Scorsese rueda otro aún sin título sobre los Stones. Apuesto a que Gimme Shelter es la primera canción en sonar.

miércoles, diciembre 13, 2006

BONUS TRACK 15: NO OTHER (GENE CLARK)

Hace tiempo y durante unos cuantos días no me cansé de escuchar y escuchar como un bucle el disco No Other (1974), de Gene Clark. Esta semana lo recuperé de la estantería para comprobar si todavía guarda el impacto relajado que causó en mí entonces. Y así es, sobre todo porque, al igual que la primera vez, se capta en las canciones de este autor un tanto olvidado, pero en gran parte relevante en el desarrollo de la música popular norteamericana, la virtud de la atemporalidad. No other, una cremosa coctelera de country rock, soul psicodélico y suave gospel, es un antídoto contra el envejecimiento.

Clark fue, junto a Roger McGuinn, uno de los dos cerebros de los Byrds en su formación original, de los que se separó, a los que se reenganchó de modo anecdótico, con los que se reunió más tarde y ante los que se enfrentó años después con asuntos legales de por medio. Desde 1967 inició una travesía en solitario que se prolongó de forma espaciada hasta 1991, año de su fallecimiento, y en la que las cimas de su creación fueron White light (1971), Roadmaster (1972) y este No Other. Desde pronto el disco se encontró con el rechazo de la crítica, pero décadas después ganó los favores de aquellos sectores de la misma que desentierran tesoros olvidados y el disco gozó de una tardía reedición en cd con tomas alternativas de casi todos sus temas originales.


Clark fue ambicioso al concebir su disco, quizá por no querer anclarse en una corriente, el country rock, que hasta entonces había cultivado con brillantez (más que el para mí sobrevalorado Gram Parsons), sino por arrimar su tradicional línea musical a otros géneros como el soul, el blues y la psicodelia. Apoyado por músicos de extenso bagaje, entre ellos baterías y guitarristas de Allman Brothers, James Taylor y Carole King, miembros de Manassas, futuros bajistas de los Eagles y un venenoso coro de voces femeninas, Gene Clark creó una magistral obra de carretera y evasión, una aspirina revitalizadora cuando la música de nuestros días tiende a producirnos dolor de cabeza.

martes, diciembre 12, 2006

VOLUME ONE 46: EL INVIERNO SECRETO (SANTI CAMPOS Y LOS AMIGOS IMAGINARIOS)

La geografía musical española sigue guardando especies que por fortuna no corren peligro de extinción. Por aquí por el norte hemos celebrado a tiempo el descubrimiento de Santi Campos y su banda, ahora conjuntados bajo el mismo nombre, Amigos Imaginarios. El rock español de claras influencias americanas se mantiene sano, alimentándose de los más sabrosos platos de influencias y digiriéndolas con identidad auténtica. Se distinguen y aplauden en Amigos imaginarios (Rock Indiana, 2005), el segundo trabajo en solitario del autor, y más intensamente en El invierno secreto (Lucinda Records, 2006), el primero con su ya establecida formación.

El grupo es el resultado de la unión de integrantes de diversas bandas independientes nacionales que juntan y conjugan un variado catálogo de gustos coincidentes. No es abusivo encontrar gestos, brisas y conexiones con Neil Young, Ryan Adams, The Byrds, Jayhawks, Clem Snide, Josh Rouse y decenas más de artistas similares o cercanos en las canciones de El invierno secreto, un álbum de latido afectado pero más cálido de lo que muestra el nevado paisaje de su cubierta.

El disco de Santi Campos y sus nuevos compañeros retoca y mejora los matices que el músico había pintado en Amigos imaginarios. Incluso su voz perezosa pierde los bostezos y encauza con estilosa naturalidad el curso de unas melodías más compactas en canciones más redondas. Ahí descansan varios de esos músicos de cabecera del grupo (Neil Young en Donde yo solía vivir, tema que adapta el mismo Days that used to be del canadiense, Josh Rouse en Bicho raro, el Ryan Adams de Gold en El más listo de aquí, Wilco en Cambia el guión, la ideal Cool para las noches frías en garito resguardado) con el acento propio de estos inspirados españoles. Podrían triunfar tanto como los buenos (sí, muy buenos) de Quique González y Marlango.
Nota: 8/10

Amigos Imaginarios tocarán en directo el sábado 30 de diciembre en la Sala Mardigras de A Coruña a las 22.00 horas. Allí estaremos.

Podéis escuchar canciones de El invierno secreto en MySpace.

viernes, diciembre 08, 2006

VOLUME ONE 45: Ys (JOANNA NEWSON)

La intimidad de la música y su impagable cualidad para transportarnos sin movernos del sitio a otra dimensión es quizá la más suprema de las virtudes de este vicio y pasión nuestra. Cada música tiene su oyente y cada uno la siente y vive a su manera. Cuando uno entra en una canción y se deja poseer por los instrumentos, cabalgar incluso encima de ellos y fusionarse prácticamente con el autor entonces toda la música es sagrada. Un arpa, una voz infantil que se retuerce en aullidos de melancolía, una suave y equilibrada orquestación, unas cuantas tibias cuerdas más… y la música es magia gracias a Joanna Newsom… y a sus estupendos colaboradores.

Ys (Drag City, 2006) es su segundo disco. Veteranos e ilustrados como Van Dyke Parks, Steve Albini y Jim O’Rourke se encargan de los arreglos, los mimos sonoros y la producción respectivamente. Joanna Newson canta, compone y acaricia el arpa con sus dedos pálidos.

Joanna, tan linda, es la penúltima inquilina de esa comunidad de folkies hippies de dudosa identidad bendecida por la crítica, sus también amigos Devendra Banhart, Vetiver o Smog, y cotizada en los circuitos más cool de la vanguardia musical. Hay motivos: uno piensa en Björk cuando la escucha quejumbrosa e inocente detrás de su arpa cristalina edificando temas ambiciosos y pictóricos cual frescos renacentistas salpicados de hierba y pájaros, colinas cubiertas de nubes; su apuesta arriesgada y nada convencional la sitúa en el territorio más indie del folk y con sus dóciles artilugios de sonido incrustados en la liviana orquesta construye una música perfecta para soñar.

Sólo cinco largos temas cuyo sabor puro se disfruta más en el estómago que en el paladar componen el disco terriblemente maravilloso de esta niña celestial.
Nota: 9/10

jueves, diciembre 07, 2006

VOLUME TWO 23: CAT POWER

En un viaje reciente pinché dos veces seguidas un disco de Cat Power, el celebrado por la prensa You are free (2003), con apariciones de incógnito de Dave Grohl y Eddie Vedder incluidas. Y hace poco enlacé otros dos de sus álbumes consecutivos, Myra Lee (1996) y What would the community think (1996) en una tarde de esas en las que puedes compaginar una o más sesiones de música con el trabajo sin perder detalle de tu vicio ni el justo rendimiento en tu obligación laboral. Es una chica intrigante Chan Marshall, felina protegida en su seudónimo, una de esas desconcertantes bellezas nada deslumbrantes que gustan y seducen tanto a ellos como a ellas.

He leído unos cuantos tirones de oreja recientes a Cat Power. Parece ser que su último trabajo, The Greatest, el séptimo de su carrera desde mediados de los noventa, no ha sentado tan bien en el sector más indie del panorama más exigente de autores y autoras americanas. Le reprochan a la chica una inclinación descarada a la comercialidad de su folk introspectivo, más limpio de lo habitual y un poco poblado de instrumentos en esta ocasión. El único problema que le encuentro a su último disco, por cierto, más interesante y satisfactorio que más de uno de sus predecesores, es el que tienen éstos también, un estirado metraje y una arrogante tendencia a abusar del vicio de querer ‘ser rarito/a’. Y claro, cuando un 'freak' se arrima un poquito a un público menos minoritario parece que ha cometido un crimen y conviene repudiarle.

Sí, rarita es Chan/Cat, menos accesible que Jesse Sykes o Dayna Kurtz y tan singular y personal como Ani Difranco, con quienes comparte una voz peculiar, arenosa y seductora la suya, de esas que propaga su eco y lo hace duradero en el recuerdo. Artista de las que alterna el piano con la guitarra, triunfó entre la vanguardia neoyorkina y eso la catapultó a los escalones de respeto entre la comunidad independiente de autores de inquietudes líricas y ensortijados paisajes musicales.


Cat Power canta y toca en poca compañía, apenas con batería, a veces con bajo a veces sin, con acordes espesos y perezosos, versos al ralenti. Mastica una música para la lluvia y los apartamentos vacíos, desnuda y elemental. Escuchar uno de sus discos de cabo a rabo puede provocar el desaliento, además del cansancio, pero contienen unos y otros, los irregulares (Myra Lee, Moon Pix) y los acertados (You are free, The Greatest) unas cuantas magníficas píldoras para dejarse llevar y flotar.

Más información sobre Cat Power.

lunes, diciembre 04, 2006

VOLUME ONE 44: POR LA BOCA VIVE EL PEZ (FITO & FITIPALDIS)

Los orígenes de Fito & Fitipaldis me desanimaron ciegamente a conocer su trabajo. Poco me importó en principio el nuevo rumbo de un ex integrante de Platero y Tú que intentaba desmarcarse de su rock de barriada y, aunque él ya no fuera el mismo autor de sus comienzos, me resultaba imposible desligar su imagen y trabajo del de su colega Roberto Iniesta (Extremoduro). Distinguía su voz y se me hacía reconocible el ritmo de compadreo de sus canciones rockeras de orientación blues o swing, esas de las que nunca me preocupé por saber el título. Y quizá porque triunfaba tanto y colocaba todos sus discos de estudio siempre entre los más vendidos de España, deducía que su calidad era más que cuestionable (impresiones a veces deformadas cuando se repasa la música pop de este país…). Un poco tarde, después de su paso por mi ciudad para llenar un coliseo y convencer y contagiar a una joven y verbenera audiencia, accedo por primera vez a la música de Fito Cabrales y su banda a través de su quinto y último disco, Por la boca vive el pez (Dro Atlantic-Warner Music, 2006).

Me temía encontrar una estructuración parecida en las canciones, un festivo maquillaje repetido que las hace siempre reconocibles y una tonalidad y acento similar en la voz que las viste. Cierto, lo hay y se aprecia desde el single con el título del álbum hasta un par de temas que le suceden. Una piensa entonces que los Fitipaldis son una de esas bandas ajustadas a una fórmula resultona y fácilmente exitosa y apenas se desvían de sus márgenes. Pero esta reiteración en la fachada no estropea la carne sabrosa que se cuece en las entrañas del edificio.

Esas tripas se alimentan de una magnífica decoración instrumental. En la producción mandan Joe Blaney (Calamaro, Ramones, The Clash) y el cada vez más ubicuo Carlos Raya (M Clan, Antonio Vega, Quique González), quien vuelve a enriquecer la faceta guitarrística de cualquier proyecto por donde cae acompañando esta vez a Fito. El jefe ha tenido que recambiar un par de miembros de su grupo y con el fichaje de Raya (que al parecer no se limita a sentarse y tocar magistralmente sino también a negociar giras y actuaciones) su nuevo disco guarda excelentes melodías (Acabo de llegar, Medalla de cartón y el lamento final, Abrazado a la tristeza) y suaves explosiones de empuje como la stoniana Viene y va y el rockablly No soy Bo Diddley. Lo demás, lo que manda en la radio y lo que se corea en los pabellones, es secundario. Nunca es tarde para conocer algo bueno.
Nota: 7/10