En fin de año tiendo a ponerme a recordar, no sólo lo que nos fueron dejando los últimos doce meses, sino todas las páginas anuales de nuestra vida. En un ataque de extraña e imprevista morriña desempolvé un disco de esos que no escuchaba desde mis días universitarios, un disco con más de una década de edad cuyo reencuentro con él me ha servido no sólo para viajar en el tiempo y acordarme durante un par de horas de muchas cosas y personas que tenía olvidadas, sino también para admirar de nuevo el mejor trabajo de una banda ya inexistente, vilipendiada por algunos sectores críticos y aficionados que masacraron a muchos grupos del impreciso terreno del rock alternativo en la década de los noventa, pero también alabada por músicos supervivientes y otros nostálgicos seguidores de aquellos tiempos: The Smashing Pumpkins.
Por supuesto, su mejor disco data de 1995, el ambicioso doble Mellon Collie & The Infinite Sadness (Virgin). El arrebato acaparador de Billy Corgan -cuya mística imagen cenobita comenzó a depararle antipatías a raíz de este disco- corría el riesgo inevitable de resultar tan pretencioso como equivocado. Dos horas de música, 28 canciones originales, un disperso revuelto de inclinaciones roqueras… y justo en el momento idóneo para la banda, sólo dos años después de haber triunfado en el mercado y la carretera con su segundo álbum, Siamese dream (1993). El resultado fue magnífico.
Once años después Mellon Collie… conserva la virtud de presentar un contenido uniforme y coherente, un sentido definido en el encadenado de canciones una detrás de otra en un conjunto de formato doble. Gran parte de su mercancía es inmortal, no solamente unos cuantos temas que resumen las emociones musicales de la década (Bullet with butterfly wings, Tonight tonight y 1979), sino preciosas histerias como Bodies o Jellybelly o idílicos descansos como Galapogos o Porcelana of the vast oceans. Los músicos menos (o nada) grunge de aquellos días demuestran una madura habilidad para sobrecoger con sus cambios de entonación y sus saltos del hard rock distorsionado al más encantador pop de ensueño.
Por desgracia, Smashing Pumpkins nunca volvieron a rendir tan bien como en su disco más redondo hasta su desaparición en 2000 y Billy Corgan en solitario y en otros proyectos no dio la talla.
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2 comentarios:
El ascensor de cristal al habla:
Los Smashing... fueron un grupo para disfrutar en disco. En directo es otra historia, los escuche en Santiago en el 2000 en el Multiusos de Sar, en uno de los peores conciertos a los que he ido en mi vida: un sonido pésimo, una banda desganada (se tiraron un tercio del concierto tocando en acústico)...
Pero en fin, quizás habría que haberlos vistos cuatro o cinco años antes.
Un saludo...y que la música nos acompañe.
Sí, tengo entendido que aquel concierto fue horrible. Por entonces ya no me interesaba verlos y bueno, supongo que ahora, tras haber recuperado el Mellon Collie, tardaré otros añitos en volver a pinchar alguno de sus discos.
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