En una de las mejores compañías posibles, la del mítico Pepe Guns, invertí dos días de mis vacaciones y de mi estancia en el País Vasco en disfrutar de la música en vivo. Los buenos de Quiroga, Xusto y Moncho también fueron testigos de algunas de las actuaciones que en Bilbao reunió el Bilbao Live Festival en el paraje de Kobetamendi. Cinco conciertos, sobre todo, despertaron nuestro interés. Pop, rock, fusión, artistas, estrellas y mucho sudor, en gran manera inolvidables.
A las nueve en punto del primer día del festival pisó el escenario el grupo sueco The Cardigans. Al frente, con la sencillez de tres ajustadas prendas negras y el reposo de sus movimientos, Nina Persson presidió la agradable postal. Hombros descubiertos y cabello en coleta... la preciosa vocalista cantó los temas más reconocibles de su producción: no faltó la enigmática Erase and rewind, la seductora For what is worth, la bailable Lovefool del film Romeo and Juliet y la viajera y morbosa My favourite game para clausurar el set list. Poco más de una hora de pop sutil (y algo de mariposeo en la audiencia) por momentos asomado al patio del rock. Pudieron estar mejor, pero quizá no se les pedía más.
Cambio de escenario para tomar posición adelantada frente a la tropa criminal de Ben Harper. Con semejante escolta, la de los Innocent Criminals, es imposible decepcionar. El músico de Los Angeles interpreta con devoción completa y entrega al cien por cien, tiene a su espalda la confianza de una banda fabulosa. En su actuación escogió las mejores piezas de su último gran disco, Both sides of the gun, con cuyo tema titular arrancó. Aunque tachó de su repertorio algunas maravillas como Glory & Consequence y Excuse me, Mr. compensó estas ausencias con una inesperada versión de Heart of gold, de Neil Young al cuarto de hora, y una posterior inclusión de Exodus de Marley entre las estrofas de una de esas extendidas y crecientes composiciones suyas que entrelazan el reagge con el rock. Amen Omen y With my own two hands fueron sus cúspides emocionales. Pese a recargar demasiado la fiereza de su guitarra weissenborn en el penúltimo tema, el concierto elevó para mí a Ben Harper al podio de los nuevos gigantes. En octubre vuelve a España.
La serie de conciertos del primer día concluye con una descarga de alto voltaje, la que emana de la guitarra de Billy Duffy, el golpeo sólido y prodigioso del baterista Joey Tempest y los gritos todavía jóvenes de Ian Astbury. The Cult no tiene material nuevo en el mercado ni presenta grandes éxitos, pero apenas falta uno en la selección de canciones con que recorre Europa estos meses. Lil devil, Wildflower, la adictiva Fire woman, Sweet soul sister y She sells sanctuary engrandecieron su intensa actuación, confirmaron su buena forma, despertaron las ganas de repasar su discografía y animaron a que dentro de poco tengan nuevas canciones sin freno ni respiro.
El mismo escenario nos reunió el segundo día para asistir primero a una ventisca y después a un huracán. Los gamberretes Fun Lovin’ Criminals comenzaron atronadores antes de exhibir su rockero funk elegante. Tres tipos bastan para meter más ruido y mejor que una banda de garage: un grueso capo de la mafia en la batería, un carismático matón al micro y con guitarra y un conquistador de impecable traje coordinando los demás instrumentos. Un par de escupitajos punk más salpicaron el divertido recital de los FLC, una actuación que se hizo corta y que nos trasladó durante algo más de una hora a las calles de Nueva York para hacernos sentir reyes y supervivientes por una noche.
Y al menos ya podré decir que he visto a los Guns ‘N’ Roses. Vale, a los de ahora, a las cenizas de una de las mejores bandas de rock de la historia, pese a quien a le duela, a Axl y a sus nuevos amigos, pero a unos estupendos Guns ‘N’ Roses al fin y al cabo. Si Adler, Duff, Slash y demás hubieran estado en Bilbao nadie habría rechistado, nadie protestaría una sola nota de las dos horas y media de show con letras y música mayúsculas. No fue un concierto perfecto, no me voy a cegar: hubo caídas de ritmo, algún solo guitarrero alargado así como alguna canción, y no todos los guitarristas ni la presencia de sus instrumentos rindieron al mismo nivel. Pero Welcome to the jungle, Sweet child O’Mine y Paradise City sonaron como el primer día, soberbias. Y Axl premió al público con la invitación especial de un inesperado Izzy Stradlin, cuya cuarta guitarra agigantó temazos como Nighttrain y Paradise, por supuesto. No importa el divismo caprichoso de Axl Rose si luego justifica su estatus de estrella del rock como en los mejores años de la banda. Sí, no está delgado pero tampoco está gordo y corre de principio a fin de un lado a otro del escenario con el mismo entusiasmo que Mick Jagger, salvo cuando le da minutos en solitario a sus músicos y reconvierte November rain en una obra maestra sentado en el piano. Ah, y grita histérico al final de las canciones como cuando juntaba su espalda con la de Slash. Magníficas armas, enormes rosas, sí señor. Su rock en vivo sigue siendo el antídoto ideal para combatir a los enteradillos intransigentes que aún creen que los Guns están muertos.
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1 comentario:
gracias axl una vez mas por todo
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