Su voz te mece hasta dormirte. También te despierta hasta sobresaltarte. Se extiende esa voz en una dócil nana al calor de una chimenea encendida. Y abriga otras veces una rabia inconformista y guerrera en un canto de blues. Parece el timbre de un hombre aplacado de sensibilidad cohibida tanto como la vibración colgante de una mujer con la virilidad bien puesta. Se va callando hasta que de su enorme boca brota un susurro apenas audible entre las notas de su piano y luego se inyecta de rebeldía para proferir un grito enojado y pasional de los que congelan la piel y erizan el vello.
No hacen falta razones para darse una vuelta con Nina Simone. Ahora canta para ayudar a anunciar mejor un automóvil o acompañar el avance de un programa televisivo, hace unos años prestaba sus canciones a la historia de una película, era la música preferida de una mujer de carácter de hierro que venía de sufrir demasiado. Como ella misma, gran Nina, sacerdotisa del soul como la definieron. No es justo.
No, porque Nina Simone fue una pantera negra que habló y protestó a través de sus creaciones y versiones blues, jazz, soul, folk y pop con enorme seguridad y arrebatadora personalidad. Vino a la vida en Carolina del Norte en 1933 y nos dejó 70 años después en el sur de Francia, el último de sus hogares desde que abandonara su país a finales de los sesenta. Tuvo su nombre, Eunice Waymon, hasta que comenzó a cantar en Atlantic City a mediados de los cincuenta. Le gustaba ser niña (Nina) y una actriz francesa, (Simone) Signoret. Sabía tocar el piano desde los cuatro años y completó su formación en la escuela Jilliard de Música de Nueva York gracias a la ayuda esforzada de su humilde familia. Grabó discos en una decena de sellos hasta el canto final de su voz única e inconfundible. Compuso temas propios de una belleza sin igual, consignas contra la discriminación y el maltrato que sufren los negros en la tierra de la libertad, susurró un sinfín de baladas estremecedoras ella sola al frente de su piano, con las varillas de unas tímidas baquetas si cabe, e hizo propias de su cosecha piezas ajenas que en su voz tuvieron un descanso formidable: Here comes the sun, Just like a woman, My way, The house of the rising sun, To love somebody, My sweet Lord...
Su legado es enorme y no tiene precio. Buena parte de sus discos es difícil de recuperar, pero para cualquiera que desee tener su primer romance con Nina Simone que no dude en comprar cualquier recopilación que además de alguna de esas versiones no falten Mr. Bojangles, I want a little sugar in my bowl, I love you Porgy, Ain’t got no, I got life, Save me y My baby just cares of me.
martes, febrero 28, 2006
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