Las imágenes de este disco de Richard Hawley ilustran una costumbre cotidiana, un rito de ciudad, algo que nació en el pasado, llega al presente y pervivirá en el futuro, porque es parte ineludible de sus ciudadanos, los de Sheffield, nos cuenta el músico. Ahí vemos a Richard con un ramo de flores esperando en una esquina, bajo la visera curvada de un teatro en la foto de portada; en el interior lo intuimos horas antes preparándose para la cita ante el espejo del cuarto de baño, en la parte trasera de un coche (¿un taxi?) con el ramo en las manos, ante el teatro mirando impaciente el reloj, en una cabina telefónica con el aparato en la mano... y en la contraportada la huella de la cita (¿frustrada?) se limita al ramo en la boca de una papelera. Hawley nos dice que en su ciudad, en Sheffield, durante años y generaciones la gente se encuentra en Coles Corner, un punto de encuentro, que en la imagen del disco coincide con la esquina del teatro Stephen Joseph, en la calle Westborough.
Hay algo de nostalgia, de fidelidad apegada al pasado en lo que cuenta Richard Hawley, como también lo hay en cada tema de este magnífico álbum, Coles Corner (2005), de una elegancia abrumadora en la orquestación (Coles Corner, The ocean, Last orders), de música suspendida en hábitos que son identidades. El autor de Sheffield siempre mostró con claridad su apego a Roy Orbison y a Scott Walker, y aunque remite a ellos con la espesura lánguida de su voz, canta en su propia esfera, tan delicado como misterioso. Este disco es un tesoro vintage de época indefinida, por eso alcanza la inmortalidad.
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