En la tahona donde me tengo en pie al mediodía el empleado argentino hace sonar a su admirado Gustavo Cerati. Me he topado con él, con su inconfundible acento en el látigo final de algunos versos, y me he quedado un rato atrapado en su pegadizo poder de atracción de sus canciones. Gustavo era un dios para muchos argentinos, un ídolo al que las multitudes adoraron en su muerte, hace ya diez años. Deja Vú, de ese fenomenal disco que es Fuerza natural (2009), fue uno de sus mayores éxitos, que me gusta recordar, con su pulso de locomotora, cuando hacen falta las fuerzas.
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