Es aconsejable desenchufarse de la realidad que nos envuelve y zambullirse un rato en una dimensión paralela, en un ambiente imaginario de ensueño que nos evada de la agitación para tumbarnos en una hamaca de red y transportarnos a descansos flotantes. Para ese estado de huida encaja bien la música misteriosa y frágil de Mazzy Star, uno de esos grupos que no pareció encontrar acomodo en tiempo ni lugar y se evaporó con tanto sigilo como apareció. Quizá porque era una música que, según el ánimo con que la escucharas, podía ablandarte y deshacerte o podía hundirte en el aburrimiento. La unión de sus dos figuras, David Roback y Hope Sandoval, parecía inevitable por el curso que seguían sus episodios musicales por separado. Cuando se juntaron solo fabricaron tres álbumes entre 1990 y 1996, y hasta 2013 no despacharon otro. El primero de todos, She hangs brightly, concentra la esencia con la que fácilmente cautivó el dúo (la psicodelia narcótica que creaban las guitarras perezosas de Roback y el eco de voz adormecida de Sandoval), también la caducidad de su propuesta.
El reencuentro con este disco causa cierta nostalgia, aunque no sé bien de qué. El tema titular se extiende lisérgico y amaga con estallar, y aunque no lo hace causa un relajante placer. Otros cortes son preciosas muestras de pop, folk y blues cubiertos por una manta sedosa de confección delicada y resuenan en una atmósfera que a ratos parece irreal. Seguramente David y Hope no estaban predestinados a durar mucho. Él fue responsable del gran álbum de Beth Orton Central reservation. Ella probó más de un proyecto sin dejar de parecerse a la somnolienta lolita de Mazzy Star.
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