Hoy
voy a romper a Marlene Dietrich. Una presencia atrayente e
intimidante más que una buena actriz. Nada es intocable. La razón,
una estúpida e imposible película de Josef von Sternberg
de 1931: Fatalidad.
Tiempo
atrás veía mucho cine, incluido cine antiguo, o clásico, como se
quiera llamar. Con los años lo fui dejando a un lado, atraído por
otras cinematografías y autores y
argumentos. A veces vuelvo al cine clásico con motivo de algún film
no visto que creo que merece tenerse presente. Y alguna de esas veces
me equivoco en la elección. No sé el motivo exacto, pero ese cine
lejano, viejo y hoy inconcebible (por sus planteamientos y su
narración, más que por cualquier otro aspecto) me parece hoy
ridículo e insultante. Fatalidad es un ejemplo.
Sternberg
hizo de Dietrich una poderosa estrella con
trazos de mito.
Ella, además, tenía fuerza en los rodajes y daba órdenes a los
operadores para iluminarla de la manera más atractiva, desprendiendo
ese poder de seducción que cautivaba tanto a hombres como a mujeres.
En su día me gustaron otras obras de Sternberg
como Marruecos y El ángel azul, pero Fatalidad es una vergüenza de
película.
Voy
a spoilear para que os déis cuenta (y no perdáis tiempo viendo este
film). Ella es una bella prostituta reclutada como espía por el
servicio secreto austríaco para obtener información de los rusos,
así que consigue enloquecer a unos cargos pardillos de los que
obtiene información y a la vez siente debilidad por uno de ellos. Su actuación se basa en caminar, fumar y posar con orgullo y chulería, abriendo mucho los ojos, bajando la mirada o moviéndola a los lados sin mucha expresividad. Al
final del film es ejecutada en una escena bochornosa: en su celda
está impecablemente vestida, peinada y maquillada y pasa las últimas
horas tocando un piano que le permiten tener dentro; la llevan al
patíbulo como si fuera a una boda, un soldado se niega a fusilarla y
mientras hace un alegato contra la pena de muerte a ella le da tiempo
a retocarse el carmín de los labios y a ajustarse una media, justo
antes de que los demás le disparen varias veces, sin que, por
supuesto, se vea una gota de sangre. Delirante.
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