El respeto
que le tengo es grande aunque distante, nunca me he apegado a él desde el
disfrute que me brindan sus cuerdas deslizantes y el paisaje intrigante e
inabarcable que crean con el eco de un solo acorde. A Ry Cooder hay que saber
morderle, creo. Si se mastica sin prisas y se le mueve de un lado a otro del
paladar, sabe de maravilla, y uno se fascina con la maestría instrumental que canaliza
sus ricas tradiciones musicales, desde sus áridas bandas sonoras a sus viajes
por la cultura cubana. Estos días Ry me ha mordido con esta canción, Straight
Street, que abre su nuevo álbum en seis años, The prodigal son, y aún me escuece
de placer la herida de sus dientes, como esas canciones que no te quitas un
tiempo de la cabeza y con las que te entregas a la magia de una guitarra. El
disco, por cierto, excelente.
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