Ha anunciado que será su
último disco, que hará una gira de despedida y acabará su carrera
musical. La inició cuando era adolescente, con la voz de un pájaro
herido, la cabellera india y la tez oscura, altavoz de la protesta
desde la bohemia izquierdista del Village, defensora activa de causas
valiosas y colectivos dañados, enamorada de los mitos incipientes
hasta darse cuenta de que había sido utilizada, y a los que
volvería. No ha dejado de cantar desde entonces, obra propia y de
artistas de su tiempo. Folk, country, pop, rock, una mezcla de
géneros que es un género propio. ¿Algo más que hacer a los 77
años?
El año pasado ahondé un poco
en la obra de Joan Baez saltando sobre discos de distintas décadas.
Unos se mantienen fuertes, otros nacieron débiles, algunos mantienen
la capacidad de asombrar, los hay que aburren de rutina. Pero llevan
su firma, y no cabe la indiferencia. Hace diez años grabó su último
álbum de estudio junto a Steve Earle. Hoy tiene una palabra más que
decir. Whistle down the wind (2018) pondrá punto final, si no cambia
de opinión, a la obra de una autora sin comparación. En su decena
de canciones (dos versiones de Tom Waits, dos de Josh Ritter, y una
de Mary Chapin Carpenter, Zoe Mulford, Anohni, Tim Eriksen, Eliza
Gilkyson y Joe Henry, productor del disco) se despide sonriente (da
gusto verla en el centro de la imagen), apegada a una música
profunda y de exquisita sencillez en sus hechuras, la voz de una
sabiduría humilde.
Nota: 8/10